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Memoria

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Una de las claves interpretativas de la obra borgiana es sin duda su carácter anticipador, visionario. Refiriéndose al protagonista de su cuento Funes el memorioso, leemos: «Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar». Surgen preguntas. ¿Nos estará advirtiendo Borges de las posibles consecuencias de un Big Data intuido? ¿Tiene esto algo que ver con la memorización de la lista de los reyes godos como mantra definidor de una escuela tradicional periclitada? ¿Es realmente nuestro currículum escolar enciclopédico y memorístico?

Si pensar consiste en olvidar las diferencias y generalizar, «en el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos (…). Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra (…). Le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente) (…). Mi memoria, señor, –termina reconociendo– es como un vaciadero de basuras».

¿Podemos considerar a Funes como un precursor del superhombre? ¿Pergeña una época nihilista llena de información pero huera de conocimientos? “Mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj”, recalca su condición de eterno prisionero.

¿Podemos considerar a Funes como un precursor del superhombre? ¿Pergeña una época nihilista llena de información pero huera de conocimientos?

Pudo ser la memoria –en otra posible interpretación– una forma de resistencia. Recuérdese que Funes llegó a ser volteado por un caballo y que como consecuencia había quedado tullido, sin esperanza. Apenas «se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña». La memoria como tabla de salvación ante cualquier intemperancia.

Dice el escritor mallorquín José Carlos Llop que «la sociedad está constituida –y así funciona– por desmemoriados». (Una conversación). Una desmemoria ésta que interesa al poder y al individuo en cuanto que desarticula toda mirada crítica. La memoria, además, entraña el esfuerzo por construir un relato (histórico, autobiográfico) que da sentido y coherencia a nuestro mundo. Cuidar la memoria es cuidar de nuestra civilización, luchar contra el vacío siempre amenazante.

“Para el que tiene memoria –continúa Llop– para el que le da un gran valor, aunque la vaya perdiendo, la vida no empieza cuando sale el sol, como para la mayoría. La vida empieza cuando ni él ni ninguno de los suyos estaba aún”.

“Cuidar de la memoria como del jardín de Voltaire en medio de la selva”.

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