La buena burocracia
Es natural la tendencia de los niños hacia la espontaneidad, el juego y el libre albedrío. De hecho, los métodos educativos de la Escuela moderna son también conocidos como métodos naturales. Al contrario, las normas organizativas y las rutinas de trabajo no encuentran el mismo beneplácito. Algo similar ocurre con la vilipendiada burocracia, de impertérrita connotación negativa y cuyo rechazo constante es visceral y unánime. Sin embargo, y como señala Rendueles en su último libro, Contra la igualdad de oportunidades, burocratizar también es racionalizar, repartir tareas, buscar la competencia técnica y la eficacia que nos permita reducir la incertidumbre y la arbitrariedad. Es sabido que en países subdesarrollados la burocracia es mínima y, en consecuencia, las desigualdades sociales, atroces. El nacimiento del Estado moderno está íntimamente ligado a los sistemas de burocratización institucional y alcanza una dimensión moral en la medida en que garantiza unas condiciones indispensables para el normal funcionamiento de la democracia.
Pero la ficción literaria no ayuda en este aspecto. Kafka es el paradigma y por eso es uno de los escritores más conocidos y leídos. Kafkiano es, además, el adjetivo que utilizamos para describir cualquier situación absurda y desesperante, el malestar del que habló Freud y que por ejemplo conduce a Gregor Samsa a verse convertido en un vulgar y desagradable insecto.
Lo que surgió como un medio –la burocracia– se ha convertido en un fin que pervierte cualquier objetivo propuesto
“Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras”, es la explicación que da el personaje de Larra en Vuelva usted mañana ante la imposibilidad de ver realizadas sus gestiones administrativas. La inercial molicie encubre aquí una falta de racionalización burocrática culpable del marasmo caótico y del consecuente atraso civilizador. «Muchas veces –escribe Fígaro– la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración». Y quienes más damnificados salen al respeto de este oscurantismo son las personas más vulnerables como bien expuso Sara Mesa en su libro Silencio administrativo: la pobreza en el laberinto burocrático: El entramado gestor para solicitar la renta mínima en este caso es tan largo y complejo, tan extenuante, laberíntico y arbitrario que por pura desesperanza los más débiles acaban desistiendo.
Pero como bien señala Rendueles, «un efecto habitual de la flexibilización antiburocrática no es la libertad sino la arbitrariedad». Los cantos de sirena de la creatividad y la flexibilización laboral crean en los trabajadores estrés y ansiedad que sobrellevan a base de terapias de superación personal como forma de aceptar cierto grado de sumisión sistémica.
Se quejan también con razón los maestros/as del excesivo trabajo burocrático que les roba tiempo e impide preparar las clases debidamente. Pero la solución no vendrá de la mano del mantra de la autonomía y la reinvención continua, ni de la libertad para diseñar proyectos de centro innovadores sino a través de una mayor participación de la comunidad educativa. Quienes ya llevamos algunos años a pie de pizarra constatamos algo evidente: cuanto menos igualdad, más burocracia; a mayor participación, menos necesidad de controles administrativos. El vacío dejado por los rituales sociales ha sido ocupado por una burocracia ensimismada que ha atomizado las relaciones de tal forma que la comunidad educativa no encuentra los cauces de interacción sustituidos ahora por fríos protocolos que aíslan al profesorado ensanchando la brecha de la desconfianza mutua con las familias. Lo que surgió como un medio –la burocracia– se ha convertido en un fin que pervierte cualquier objetivo propuesto. Establecer vías de participación pasa sin duda por organizar unas buenas rutinas –la buena burocracia– que acerquen a los distintos colectivos en su encuentro y aportación común haciendo de la escuela una institución donde compartir experiencias enriquecedoras e igualitarias. La alternativa no es nada salvo un simple afán deshumanizante sin objeto ni medida.