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De cómo la Educación se fue al carajo

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© Nuthawut

Los sucesivos gobiernos de la izquierda, comenzando por el de Felipe González hasta el de la coalición actual, han sumido a la Educación española en un proceso de degeneración que, según parece, toca a su definitiva coronación. La enseñanza, el nivel de formación de nuestros jóvenes y el papel de la nación en el conjunto de los países civilizados han sido los principales perjudicados por esta estrategia de destrucción. Y tan concienzuda ha sido que ni uno solo de los actores educativos ha salido indemne. Ni los profesores, por cierto, los cabezas de turco de la acción de derribo de todo lo que significara autoridad en el aula. Ni los alumnos, que han de pagar con la ignorancia el flaco favor de los políticos falsamente progresistas. Ni la sociedad, tomada como colectivo, ya que, de algún modo, hipoteca su futuro desarrollo al estar desprovista de los necesarios cuadros medios en las instituciones del Estado. La realidad es que, desde finales de la década de los 80 del siglo pasado, al calor de las novedades de la pedagogía más radical y absurda, España ha entrado en una dinámica decadente, cuando no directamente destructiva.

Y no es porque los agentes sociales hayan cesado en la denuncia de estas políticas, ni mucho menos que los profesores hayamos hecho dejación de nuestro deber crítico. Al contrario, el progresismo ha hecho oídos sordos a las demandas de los profesionales, en su mayor parte contrarios a unas disposiciones que entraban en colisión frontal con el mismo acto de enseñar, hasta desembocar en un claro nihilismo docente. Han sido tantas las maneras en que se ha advertido de la deriva, que lo extraño es que no haya merecido ni un mínimo de atención por parte de las autoridades del ramo. Lo cual nos lleva a pensar que el progresismo está imbuido de una fe ciega en un dogma inquebrantable al que obedece a pies juntillas. En fin, la izquierda prioriza al grupo, al colectivo social, frente a la individualidad, dejando a ésta a expensas del juicio de la mayoría. Y la insensata extensión de este precepto ideológico, como hace tiempo se ha podido comprobar, provoca el auge de la mediocridad, tanto como la negación de la excelencia y el talento personal. Con el afán de igualar a todos los alumnos se ha llegado al extremo de suprimir el deseable avance del conocimiento. Es más, este mismo se ha visto sacudido en su valoración: ahora importa tanto la ignorancia como la inteligencia, el buen estudiante como el que no lo es. En sí, la apuesta progresista choca con el sentido último de la escuela.

Con el afán de igualar a todos los alumnos se ha llegado al extremo de suprimir el deseable avance del conocimiento

La Logse fue el hito inicial, un primer conato de destrucción, amparándose en falsos parámetros de modernidad educativa, y la Lomloe viene a ser la puntilla del proceso. Entre una y otra, se puede contemplar cómo, decreto tras decreto, la Educación en España se ha ido adentrando más y más en esta espiral destructiva. Porque hoy, descontando honrosas excepciones, los chicos no entienden lo que leen ni saben expresar por escrito la más simple de las ideas. Tampoco, si son interrogados al respecto, están en la capacidad de reconocer y señalar la tesis de un texto cualquiera. Y de las ciencias, ni hablemos. Las identidades notables, por ejemplo, les siguen pareciendo a los alumnos de Segundo de Bachillerato un galimatías más propio de una civilización extraterrestre que del nivel de enseñanzas cursadas. Pero, ¿y qué podemos hacer los profesores cuando es la misma Administración la que patrocina esta derrota de la inteligencia? La tarea del docente, en tal caso, es la tarea del héroe, remedando uno de los títulos más conocidos de Fernando Savater. O, tal vez, la tarea del disidente, puesto que, en casi todos los centros educativos de España, hay genuinos profesionales que todavía resisten, albergando la íntima convicción de que su trabajo diario es el de formar a los chicos como debe ser. En definitiva, enseñar se ha convertido en un acto clandestino, con todo lo que ello significa. Estos docentes, marginados y despreciados por la nueva pedagogía y los políticos de turno, son los que están salvando por ahora al sistema de la ruina total. Sin embargo, de aquí a unos años, si lo descrito no cambia, tan seguro será que cada alumno titule en todas las etapas, sea cual sea su rendimiento objetivo, como que la ignorancia acompañará a cuantos diplomas obtenga. No obstante, lo que más duele de esta aciaga dinámica es que un país como el nuestro, con una “juventud solar”, como ya la calificara Miguel Hernández en sus versos, la estará entregando a la mediocridad, a una miserable medianía.

En conclusión, la Educación se ha ido al carajo por la acción conjunta de los petimetres de la pedagogía y los políticos de una ideología que anula el mérito y la excelencia. No sé cómo se saldrá de esta vorágine, ya que ni los cambios de gobierno la han parado, pero lo cierto es que España necesita con urgencia un pacto educativo, un acuerdo que mitigue los efectos degradantes de tanta soberbia y estupidez.

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Comentarios

  1. Aday
    9 de febrero de 2022 11:38

    Totalmente de acuerdo