Fuimos tan felices
Cada vez que oigo hablar de recreos inclusivos y del consecuente exilio del fútbol de los patios escolares, me acuerdo de la conocida frase de Albert Camus: “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.
Apasionado desde niño por este deporte, empezó su afición precisamente en la escuela jugando de portero porque era la posición en que menos se gastaban los zapatos. Allí Camus descubre la desigualdad por todas partes excepto en el patio donde se organizan partidos. La ropa grande que le compraba su abuela para que le durase más tiempo provoca las burlas de sus compañeros. “Esa fugaz vergüenza –escribe en El primer hombre– quedaba rápidamente olvidada en clase, donde volvía a recuperar su ventaja, y en el patio de juegos, donde era el rey del fútbol”.
Niño reservado y silencioso, experimenta pronto la alegría y la amistad, el compañerismo y la celebración que propicia la práctica del fútbol. También el placer del esfuerzo y la perseverancia, el trabajo en equipo, la satisfacción conjunta ante el logro de los objetivos alcanzados y el ejercicio voluntarioso de hábitos y rutinas. Una escuela en la que se aprende a ganar pero sobre todo a encajar las derrotas. Así, el pequeño Camus, que tarda en crecer y le llaman “enano” y “culo bajo” pero que corriendo con la pelota entre los pies, esquivando árboles y adversarios, se siente un héroe en el patio y en la vida.
Las analogías son innumerables. Cuando el balón comienza a rodar todo puede suceder. El resultado dependerá de numerosos factores cuya azarosa conjunción da lugar a sorpresas imprevistas. La geometría del esférico es propicio al azar de infinitas opciones no siempre imaginadas. La pelota nunca viene hacia donde se la espera. Hay que elaborar bien la jugada, marcar los tiempos. La planificación y la paciencia son estrategias aprendidas para progresar e ir superándonos. Pautas, repeticiones, ofrecen la oportunidad de interpretar y entender sobre la marcha poniendo en práctica el trabajo realizado previamente. Igual que en la vida.
La práctica de deportes de equipo en la escuela se convierte en una oportunidad de realización personal que los centros educativos están llamados ofrecer a sus alumnos
Si a todo ello añadimos que hoy apenas se juega a la pelota en las plazas y en las calles donde en algunas está explícitamente prohibido, la práctica de deportes de equipo en la escuela se convierte en una oportunidad de realización personal que los centros educativos están llamados ofrecer a sus alumnos.
Recuerdo aquel recreo. Una botella de plástico o cualquier otro tipo de envase abombado hacía la veces de balón. A punto ya de terminar el partido –los maestros nos llamaban para hacer las filas y regresar a clase– pateé el bote que llegó a mis inmediaciones y metí el ansiado gol de la victoria. Mis compañeros enseguida me abrazaron y felicitaron, me dieron palmadas de agradecimiento y alegría inolvidables.
Como afirmó Camus en su discurso de recibimiento del Nobel, “la verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla”. Un discurso que dedicó a su maestro de escuela Germain: “Sin usted, sin la mano afectuosa que le tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto”. En sus clases Camus sintió por primera vez que existía y que era objeto de la más alta consideración. Aquel maestro le acompañó en tranvía al examen de acceso al Bachillerato, esperó el resultado sentado en un banco en la plaza del instituto y luego se desvivió para que le concedieran una beca. “Creo haber respetado –escribió Germain– durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar la verdad”. Y a buscarla se dedicó con ahínco –desde el principio– su alumno predilecto.