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Fernando Aramburu: “Fuera del dominio de la lengua hablada y escrita no hay pensamiento propio ni, por consiguiente, libertad”

Toni, un docente desencantado, no busca impartir clases modélicas, sino volver a casa lo menos molido posible al fin de su jornada. Aramburu lo ha elegido como protagonista de su última obra.
Saray MarquésMiércoles, 16 de febrero de 2022
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© IVAN GIMÉNEZ

Con su última novela, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), ha roto los esquemas a los que, «tras el éxito internacional de Patria«, esperaban de él la segunda parte. Cinco años después de su novela más premiada hasta la fecha, el autor cambia de escenario, que ahora es Madrid, y de protagonista, que pasa a ser Toni, un profesor de Filosofía que, dispuesto a acabar con su vida en el plazo de un año, registra cada noche su historial de fracasos. Lo hace en su última obra, Los vencejos (Tusquets, 2021).

Aramburu, que, como Toni, también ha ejercido la docencia, responde por correo electrónico al cuestionario de Magisterio Dossier.

En ‘Los vencejos’ aborda diversos asuntos ligados a la Educación –de la inclusión de la Filosofía en el currículo al pin parental, del acoso escolar o los estilos de paternidad–, ¿es la Educación un asunto que le preocupa?
—Para mí la Educación es algo más que un asunto de interés. Fui docente en dos colegios de la República Federal de Alemania por espacio de 24 años. En dicho tiempo, como se deja imaginar, acumulé no poca formación y una vasta experiencia. Y aunque no hubiera sido así, considero que una parte sustancial de cada uno de nosotros procede directamente de la Educación recibida. Esta convicción es complementaria de otra: no hay posibilidad de asentar en ningún lugar del planeta una democracia sólida sin una ciudadanía dignamente educada.

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No hay posibilidad de asentar en ningún lugar del planeta una democracia sólida sin una ciudadanía dignamente educada

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¿Le duele la Educación en España? ¿Cree, como Toni, que ha funcionado a modo de balón de rugby que el que llega al poder arrebata a su adversario para llevárselo a su área de intereses?
—Por desgracia sólo puedo responder por aproximación opinativa, ya que no conozco desde la profesión docente la vida interna de los colegios españoles ni estoy muy versado en las sucesivas reformas educativas. Claro que he preguntado e indagado con vistas a la redacción de mi novela, y de alguna información dispongo, la suficiente acaso para afirmar que la ausencia de un consenso de Estado impide la promulgación de leyes educativas duraderas en España. La intervención ideológica me resulta en ocasiones excesiva. He conocido profesores de instituto altamente desmotivados, impelidos a ejercer su profesión sin la necesaria autoridad.

Cuando en primavera de 2019 se empieza a hablar de recuperar la Filosofía como obligatoria, Toni recibe la noticia con escepticismo. ¿Qué opina usted de que, a día de hoy, esta siga sin recobrar su lugar perdido?
—La asignatura de Filosofía me procuró horas de placer cuando estudiaba Bachillerato. La simple idea de que algo tan provechoso y grato me faltase me lleva a celebrar no ser un colegial de nuestros días. Suprimida la Filosofía, me pregunto dónde y cómo se va a avezar un educando actual al discurso lógico, al razonamiento analítico, al debate de cierta hondura. No acabo de hallarle justificación pedagógica ninguna a una medida que considero dañina.

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Suprimida la Filosofía, me pregunto dónde y cómo se va a avezar un educando actual al discurso lógico, al razonamiento analítico, al debate de cierta hondura

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¿Cuál ha de ser la función de la escuela hoy?
—Pienso que la escuela, hoy como ayer, debe cumplir la importantísima función de propiciar futuros ciudadanos independientes, capaces de crear sus propios criterios, de pensar y elegir por su cuenta, de amar la cultura y el conocimiento y de hacer aportaciones positivas a la sociedad. Creo asimismo que la escuela puede contribuir a elevar la calidad moral de los ciudadanos.

Hay cuestiones como esta de la Filosofía, o la de la presencia o el valor académico de la asignatura de Religión, que se podrían haber incluido en la novela independientemente del año en que transcurriera, ¿por qué estos debates educativos nunca se acaban de resolver?
—Soy pesimista al respecto. Advierto una relación directa entre los sucesivos avatares electorales y las periódicas reformas educativas.

¿Por qué le atrajo el ecosistema de un instituto? ¿Por ser un fiel reflejo de la sociedad o por sentirse usted cómodo retratando este hábitat al haber sido profesor?
—Me lo pone usted fácil. Me siento definido por todos los supuestos enumerados en la pregunta; aunque, en realidad, a la hora de atribuirle un oficio al protagonista de mi novela, mi persona no contaba. Bien es verdad que facilita mucho el trabajo literario escribir sobre un asunto, un lugar y una época que uno conoce. Esta circunstancia alivia considerablemente la necesidad de documentarse y reduce el riesgo de cometer errores. No obstante, por si las moscas solicité al profesor de un instituto de Madrid que me hiciera una revisión de la novela desde su perspectiva profesional.

¿Le parece acertado hablar de “comunidad educativa”? ¿Cree que existe ese sentimiento de pertenencia o, por contra, son muchos los ‘outsiders’, como Toni?
—Si por comunidad entendemos un conjunto uniforme, quizá el vocablo resulte excesivo. Pero si más bien pensamos en vicisitudes compartidas, objetivos comunes, tareas similares, yo no le pondría objeción a la idea de la comunidad. De hecho, durante mis años de docencia, una o dos veces por año solía participar en cursillos de profesores y, desde el primer momento, el grado de identificación entre nosotros era bastante alto, con independencia de que este pensara una cosa y aquel pensara otra.

¿Cree que, como profesor de Filosofía, Toni tiene el síndrome del impostor? ¿Todos lo tenemos un poco?
—Él sí lo tiene. Los demás, no lo sé. El propio personaje lo declara sin tapujos en sus escritos confidenciales. ¿De dónde procede en su caso el susodicho síndrome? Pues de las inadecuadas condiciones laborales, de la desidia y el desinterés de los alumnos, del poco aprecio oficial por su asignatura, del cansancio tras largos años de frustración, etc. Supongo que, si lo mismo ocurre fuera de la ficción, las reacciones y los sentimientos serán similares.

¿Cómo fue su experiencia como profesor de español para hijos de emigrantes en Alemania? ¿Cómo recuerda aquella etapa? ¿Echa de menos la docencia?
—En líneas generales fue una experiencia positiva. Había interés en las familias por que sus vástagos no se desconectasen de la lengua y la cultura españolas. Las clases eran voluntarias y tenían un alto valor sentimental, de forma que el alumno asistía a ellas con una motivación propia, incentivada por sus padres o sus abuelos. Echo en falta la docencia. Lo que pasa es que llegó un momento en que me tuve que decidir: o la enseñanza o la literatura, pues profesar las dos al mismo tiempo ya no era posible.

¿Ha ejercido en alguna ocasión la docencia en España? ¿Cómo se ve la Educación en España desde fuera?
—Mi experiencia docente se limita a Alemania. Mi impresión es que cada país iba por su lado, hasta que llegaron los informes Pisa y empezaron los cotejos y de pronto nos enteramos de que unos lo hacían mejor que otros.

Del sistema educativo alemán en España se suele ensalzar su Formación Profesional, ¿qué aspecto quizá no tan conocido destacaría usted?
—Siempre me pareció loable que el sistema educativo alemán esté concebido de tal manera que al educando talentoso o con ambición de progresar no se le cierre el paso a los estudios superiores por el hecho de pertenecer a una clase social desfavorecida.

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Siempre me pareció loable que el sistema educativo alemán esté concebido de tal manera que al educando talentoso o con ambición de progresar no se le cierre el paso a los estudios superiores por el hecho de pertenecer a una clase social desfavorecida

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Como profesor, ¿ha tenido colegas escritores frustrados, como el padre del protagonista? ¿Profesor y escritor suele ser una conjunción interesante?
—Conocí compañeros que escribían poemas. No recuerdo que ninguno de ellos abrigase frustración por no ser autores conocidos. Sé que algunos aprovechaban su apego a la escritura para enriquecer sus clases con textos propios. Ahora bien, yo no he conocido a nadie durante mi época de profesor que se pareciera al protagonista de mi novela.

¿Cree que somos lo que somos en parte gracias a la escuela que tuvimos, o muchas veces es a pesar de ella?
—En mi opinión, no creo que seamos el resultado automático o lógico de nada. Al mismo tiempo creo, sin la menor sombra de duda, que si no hubiéramos tenido la fortuna de haber recibido una educación escolar, con mucha suerte estaríamos ahora, como decía mi padre, picando piedra.

¿Siente nostalgia de la escuela de su niñez? ¿Algún profesor le marcó? ¿Tendría claro el destinatario de su carta al ganar un premio, al estilo de Albert Camus tras el Nobel y su carta de agradecimiento al señor Germain?
—No soy propenso a la nostalgia. Me acuerdo, eso sí, con gusto de la niñez y en general también de la escuela. Particularmente agradecido estoy a un profesor, don Pedro Manchola, del colegio «Larramendi» de San Sebastián, que me acompañó en mis primeros pasos de escritor, me prestaba libros y me enseñó a poner las tildes. Aunque yo no merezca el Nobel ni nada por el estilo, este antiguo profesor, ya fallecido, sí merecería una carta de gratitud por mi parte. Cada vez que se ofrece la ocasión, lo menciono en público.

¿Desmiente Nikita algunas ideas preconcebidas en torno a la importancia del contexto en la Educación [hijo de profesor y ‘nini’, en su casa se ha leído y ha habido libros y él no lee]? ¿Cree aquello de que si los padres leen los hijos leerán?
—Si los padres leen, si en casa hay una biblioteca, si añadimos el aliciente de los libros prohibidos o pecaminosos y si, además, las diferentes lecturas constituyen un tema habitual de conversación, existen grandes probabilidades de que el niño descubra a edad temprana el placer de la lectura e imite a sus padres. No creo, sin embargo, que tal proceso se dé de forma automática. Recuerdo aquel dicho: Si no quieres que tu hijo te salga violinista, regálale un violín. Siempre cabe la posibilidad de que le coja rápidamente manía al instrumento.

¿Le preocupa la comprensión lectora de adolescentes y jóvenes?
—Me preocupa sobre todo porque pienso que, fuera del dominio de la lengua hablada y escrita, no hay pensamiento propio ni, por consiguiente, libertad.

¿Está a favor o en contra de las listas de lecturas obligatorias en la escuela?
—La palabra obligación me despierta ciertos recelos, aunque no le profeso admiración ninguna a la relajación. Vamos a decir que no tengo inconveniente en aceptar las susodichas listas si están planteadas con criterios pedagógicos y permiten al alumnado un margen de decisión.

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La palabra obligación me despierta ciertos recelos, aunque no le profeso admiración ninguna a la relajación

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¿Le inquieta el imperio de lo políticamente correcto? ¿No se libra la escuela de ello? ¿Cree que a veces se usa como cajón de sastre –cuando un experto sostiene “Esto se debería aprender en la escuela” y el ministro o ministra de turno toma nota–?
—Barrunto que esto que llamamos “políticamente correcto” no es más que un sobrentendido. Todo el mundo parece saber lo que significa, pero nadie se toma la molestia de aportar una definición precisa. Más allá de una apariencia de crítica, no le veo utilidad ninguna al concepto. En cuanto a la escuela, es una diana excelente, sobre todo para quienes la conciben como un taller de reparación de niños.

¿Se pide demasiado a los docentes –que sean además psicólogos, animadores, trabajadores sociales–, como el gremio lamenta?
—No tengo la menor duda. Los índices de baja laboral entre el personal docente, no sólo en España, son muy altos. Por algo será. La docencia desgasta. Es un oficio que no termina con la campana de salida, después de la última hora de clase. Con frecuencia el profesor ha de sacrificar sus tardes, sus fines de semana o sus días de vacaciones para corregir cuadernos y exámenes. A la enseñanza propiamente dicha, o sea, al trabajo del aula, se añaden mil y una reuniones y engorros administrativos que consumen tiempo y energía. Al final, lo que podría ser un trabajo maravilloso, con un bello componente social, se convierte en una fuente de estrés, fatiga y decepción.

Cada vez más comunidades autónomas están teniendo que establecer protocolos antisuicidios en las aulas, ¿cree que deberíamos prestar más atención a la salud mental de los adolescentes y jóvenes?
—Indudablemente. En mi país de residencia, según informes recientes, hay colas de espera en los consultorios psicológicos.
Existe un problema serio de salud mental que afecta muy directamente a los jóvenes y al que habría que prestar atención preferente, sean cuales sean las causas: la pandemia, el acoso, las redes sociales, la falta de perspectivas de futuro, etc.

Currículum Vítae

  • Primeros pasos.Fernando Aramburu estudió Bachillerato en el Colegio «Larramendi», ubicado en el seminario de San Sebastián. Allí, el profesor don Pedro Manchola le acompañó en sus tentativas como escritor.
  • Vida universitaria. Se va a Zaragoza a cursar Filología Hispánica. Conjuga sus estudios con su actividad en el grupo CLOC de Arte y Desarte y en la revista Kantil, desde donde aspira a «la Tercera Revolución Surrealista».
  • Alemania. Conoce a una estudiante alemana, Gabriele Pape, se casan y se van a vivir a Alemania en 1985. A ella, a «la Guapa», le dedica Los vencejos. Tras 24 años como profesor, desde 2009 se dedica en exclusiva a la creación literaria.
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