La paradoja de Sócrates
Una de las consecuencias de la puesta en marcha de la nueva ley educativa, la famosa Lomloe, es que deja en prácticamente nada la enseñanza ética, tanto en Secundaria como, sobre todo, en Primaria, donde se suple el conocimiento moral por el religioso. Esta última realidad es una de las paradojas –una de tantas hasta llegar al delirio– que acechan en el diseño curricular de la legislación socialista. Es muy de temer que los promotores de este cambio de enfoque pedagógico manifiesten un escaso provecho intelectual, llegando al extremo de contradecir las mismas enseñanzas de los grandes clásicos de la historia. Un fenómeno peculiar, siniestro por momentos, ya que llevar la contraria a los padres del pensamiento occidental, si no atrevido, sí que es, cuando menos, imprudente y ciertamente insensato.
En un primer instante, hicieron blanco en las materias de índole humanística, al creerlas inútiles e insustanciales. Y con esta declarada desconsideración, impropia de alguien que se define como defensor de la Educación, así con mayúsculas, perpetraron la puñalada inicial a los fundamentos del saber. Luego prosiguieron con la postergación de la asignatura de Filosofía, la optativa de Cuarto de la ESO que representa la introducción al pensamiento crítico. Pero, tal vez el episodio más surrealista de la tarea desintegradora de estos pedagogos de salón es el protagonizado por las paradojas que asoman a cada paso que se da en cada uno de los párrafos legislativos, e incluso pululan libremente entre los currículos editados por la autoridad ministerial.
Tal vez el episodio más surrealista de la tarea desintegradora de estos pedagogos de salón es el protagonizado por las paradojas que asoman a cada paso que se da en cada uno de los párrafos legislativos
Como son tantas en número, me gustaría centrar la atención en la más palmaria, la que es tan evidente que casi no se aprecia por tenerla continuamente a la vista. Me refiero a la nueva paradoja socrática. El ateniense de Alopece era un firme partidario de la instrucción, de la afamada paideia, porque, según su forma de entenderla, aliviaba los problemas tanto de la persona concreta como del bien común. Es bien sabido que el hijo de Sofronisco mantenía la idea de que las malas acciones, en caso de existir, lo serían por ignorancia. Por lo tanto, educar era lo mismo que prevenir el conflicto, alejarlo de la convivencia. Sin embargo, la nueva ley de Celaá promueve la desaparición de la enseñanza como instrumento y forja del carácter del individuo. En sentido opuesto, el maestro quedaría reducido a una escuálida sombra de lo que fue en tiempos.
La sustitución de la palabra del profesor por las pantallas electrónicas son el último peldaño hacia la definitiva destrucción de la paideia, de la enseñanza como misión sagrada de una sociedad que se tiene por civilizada. Esta cruel “paradoja de Sócrates” es, en resumida cuenta, que la procura del bien social ya no necesita de la acción de los educadores. Lo diré de otra forma, la más rotunda de todas, por si alguien todavía no lo ha entendido: en esta encrucijada de la historia, Sócrates ya no tendría cabida en un mundo completamente digitalizado. En fin, la figura del maestro estaba tocada desde hacía tiempo por el asalto del disparate psicopedagógico, pero con esta ley educativa tiene además los días contados. Qué pena que, cuanta más falta hace, hayamos de ver su triste final. Es como condenar al viejo Sócrates a una nueva muerte, aunque no sería solamente la suya, sino la de la propia enseñanza como institución. Descanse en paz.