Oportunidades y riesgos de innovar en educación
La tendencia educativa actual tiene la mirada puesta en los países del norte de Europa (especialmente Finlandia), ya que son pioneros en innovación pedagógica. La neurociencia ha demostrado que el cerebro humano alcanza un aprendizaje significativo, sólido y duradero cuando se emociona y, hasta hace unos años, la educación podía ser cualquier cosa menos emocionante.
Todos los nacidos en el siglo pasado recordamos alguna experiencia traumática, o al menos desagradable, relacionada con una carga desproporcionada de deberes o con la obligación de repetir una tarea mecánica hasta que doliera la mano de tanto escribir. ¿Y qué nos queda de aquellas lecciones? ¿Algo que nos resulte tan útil a día de hoy que nos haga pensar que valió la pena sacrificar parte de la infancia para conseguirlo?
Recuerdo que, durante unas de mis prácticas en la carrera de Magisterio, estuve en un colegio que tenía un laboratorio enorme y totalmente equipado, pero intacto desde, quizás, los años 90, cuando lo construyeron. Los niños y niñas nunca subían a usarlo. Sus clases de Conocimiento del Medio consistían en copiar y resolver actividades del libro de texto.
Un día que estaban pintando el aula, la maestra decidió ir al laboratorio a dar la clase. Todo el grupo estaba tan emocionado como yo, pero cuando llegamos allí les dijo que no tocaran nada, pues se podía romper. Así que, resignados, avanzaron hasta las mesas del fondo para apoyar sus libros y seguir haciendo lo de siempre.
El sistema educativo actual está inmerso en una competición constante contra sí mismo, donde prima la innovación y se deja en segundo plano todo lo demás
Es indiscutible que la educación de hoy no puede ser la de hace 20 años. Los retos a los que tendrán que enfrentarse las nuevas generaciones serán distintos a los que hemos conocido hasta ahora, y hay que poner a su disposición herramientas que les permitan ser competentes en muchos ámbitos, sobre todo en el de ser buenas personas, capaces de desenvolverse en sociedad.
No obstante, la realidad de hoy en las aulas dista mucho de todo esto. El sistema educativo actual está inmerso en una competición constante contra sí mismo, donde prima la innovación y se deja en segundo plano todo lo demás. Estamos tan obsesionados con trabajar por proyectos, gamificar e innovar que una actividad extraordinaria se vuelve cotidiana y deja escapar la motivación y, por tanto, también el sentido. No se genera tolerancia a la frustración, existe un miedo terrible a que los niños y niñas se aburran, de manera que quedan grandes lagunas en los aprendizajes, pues no hay manera de aprender a leer si no es leyendo, o a escribir, si no es escribiendo.
Y claro que se puede ofrecer una educación de calidad mediante la innovación pedagógica, pero buscando el equilibrio entre “la letra con sangre entra” y ser Finlandia. Hay que tener en cuenta que trabajar por proyectos requiere una programación docente meticulosa que muchas veces, por la razón que sea, no se hace. Además, los fondos destinados a educación se usan cada vez más para comprar tecnología en vez de invertirlos en más psicólogos infantiles, ya que los que hay están desbordados.
Así, quienes tienen una familia con tiempo, estabilidad económica, con un nivel cultural suficiente y acceso a internet y dispositivos electrónicos, podrán hacer cosas realmente interesantes, pero, en cambio, los que no cuenten con ello, estarán cada vez más alejados de las oportunidades. La escuela debería ser un agente amortiguador de desigualdades, y de esta manera solo crece la brecha sociocultural y económica entre el alumnado de clase media-alta y los de los barrios más humildes.
Una gran reflexión desde adentro de la escuela