La programación imposible (o la supervivencia desesperada mediante el plagio)
¡Septiembre! Para muchos equipos directivos, septiembre se presenta como una pesadilla que les quitará el sueño sin remedio por mucho relax que hayan podido acumular durante el mes de agosto (que nunca es tanto como el que se necesita). Desde que se han eliminado las pruebas extraordinarias de septiembre, no se puede contar con la última semana de julio, como se podía hacer antes, para que se pueda relajar una parte del equipo directivo, pues se terminan más tarde los trabajos a realizar para tener preparado el inicio del curso.
Una vez transcurridos los primeros minutos de la jornada del primero de septiembre, ya completamente olvidados estos lejanos días de descanso agosteño, comienza una carrera contrarreloj de quince días de duración en la que se realiza una interminable sucesión de importantes trabajos para iniciar correctamente el curso en todos los institutos: (recepción de profesores, claustro inicial, reparto de grupos, realización de horarios lectivos, ajuste de guardias y resto de horas complementarias, aprobación del calendario de exámenes y evaluaciones, confección de listas de alumnos en grupos completos y en cada una de las materias optativas, recepción de alumnos, realización de pruebas de nivel de nuevos alumnos…). Y, sin que hayan terminado completamente y solapándose con todos ellos, comienza una actividad determinante para el buen funcionamiento de los centros si bien, muchas veces, nunca suficientemente ponderada: la elaboración de las programaciones de todas las asignaturas que se van a impartir ese curso.
Cada uno de los departamentos didácticos se esmera en ajustar las directrices plasmadas en la normativa aprobada por las administraciones educativas, a las características de cada centro y sus alumnos. Lo que pasa es que las administraciones no se lo ponen fácil. Nada fácil. Y menos cuando cada dos por tres cambia la normativa a aplicar y se deben rehacer de nuevo las programaciones, sin que sea suficiente mejorarlas con algún ligero retoque para solucionar las posibles dificultades apreciadas en el curso anterior.
Como decimos, las administraciones educativas lo ponen cada vez más difícil, pues parece que se retan entre sí en una infinita carrera hacia un “más difícil todavía” que cada siete años y medio (esa es la media que han tardado en sustituirse las últimas cinco leyes educativas en España, de 1990 a 2020) se complica con una nueva pirueta, tirabuzón o giro mortal al ir incluyendo en las programaciones nuevos elementos, nuevos conceptos o nuevos enfoques.
La última vuelta de tuerca, que ha venido de mano de la LOMLOE, ha supuesto la incorporación de los saberes mínimos y de los descriptores operativos de las competencias
La última vuelta de tuerca, que ha venido de mano de la LOMLOE, ha supuesto la incorporación de los saberes mínimos y de los descriptores operativos de las competencias. Como “compensación” se han eliminado los estándares de aprendizaje evaluables, que eran de los pocos elementos que intentaban aportar algo de pragmatismo a tanto concepto pseudopedagógico, pues intentaban fijar lo que los alumnos debían conocer y ser evaluados en cada asignatura de cada curso. Y por lo menos, en algunas comunidades autónomas, como la de Madrid, se han mantenido los contenidos a impartir en cada materia, porque en algunas otras, para mayor desesperación de los docentes, ni eso.
La consecuencia es que en este momento resulta prácticamente imposible relacionar correctamente entre sí todos los elementos que componen las programaciones para poder confeccionarlas de forma mínimamente coherente: los objetivos generales de etapa, los saberes mínimos, los contenidos, los criterios de evaluación, las competencias básicas y específicas, los descriptores operativos de las competencias, los instrumentos de evaluación y los criterios de calificación forman un totum revolutum cada vez más difícil de relacionar y coordinar, de digerir en suma por docentes, inspectores y, estoy seguro, hasta por las propias administraciones educativas.
Y los profesores, que deben elaborar las programaciones, no saben por dónde empezar. Para sobrevivir a este maremágnum sin perder el sueño y/o la cordura, muchos recurren al plagio sin ningún reparo. Descargan las programaciones propuestas por las editoriales y las “fusilan” sin miramientos.
Desde luego que, bajo mi punto de vista, reúnen bastantes atenuantes cuando realizan tales actos, pero no sé si es lo más apropiado si ellos mismos no consideran correcto que sus alumnos copien del “rincón del vago” o de sitios parecidos, sobre todo, teniendo en cuenta que desde las más altas instancias se copian tesis o se falsifican currículos sin que sus autores sufran consecuencias negativas. Tal es la sociedad que estamos contribuyendo a crear. Pero eso ya es cuestión de otro artículo…
Antonio J. Fraguas es miembro de APRODIR
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