La escuela merece una sinfonía: Beethoven, la Novena y la escuela
O de que Beethoven fuese el protagonista del artículo de noviembre no estaba planeado. Pero algo en estas semanas de trabajo con los profesores y los equipos directivos nos ha debido conectar. Algo debemos estar haciendo muy mal cuando los profesionales de la educación siempre estamos esperando la siguiente ley. Y, mientras intentamos dominar la 8ª estamos pensando ya en la 9ª.
No lo ponemos para que nos echemos a llorar, pero los profesionales de la educación vivimos una provisionalidad que el poder legislativo y ejecutivo han convertido en costumbre. Cada 5,12 años nuestro mapa de referencia cambia (ocho leyes en 41 años). Se dice pronto.
Un cambio no solo en los puntos fundamentales (solo se mantienen estables, entre una y otra ley, los que vienen determinados desde el exterior, como las competencias) sino también sobre cómo llamarlos. Cada ley se trae de la mano su propio idioma, sin optar nunca por una terminología que subraye los lugares comunes para poder así destacar lo realmente nuevo, los lugares hacia los que hay que crecer. No es extraño que, a veces, lo primero que necesiten los profesores para entrar en cada nueva ley sea un diccionario.
Este vaivén legislativo solo le ha venido bien a los que siguen a lomos de la bicicleta estática, los que mantienen férreamente el movimiento a ninguna parte. Y es esta falta de mapa estable lo que da aún más mérito a los centros, profesores y equipos directivos que han seguido pedaleando a favor de los alumnos: ampliando métodos, transformando herramientas de evaluación, haciendo más experimental y reflexivo el aprendizaje. O verticalizando el currículum (una verticalización que ha quedado pendiente aún en la 8ª ley) para que su sobrecarga repetitiva no impida un aprendizaje más profundo. Por poner algunos ejemplos.
Y por todo eso, por la sensación que tenemos de que cada ley es solo la penúltima ley, desde septiembre hemos oído a profesores y a directivos hablar más de la 9ª que de la 8ª ley de educación. Y de tanto nombrarla, es posible que a Beethoven no le haya quedado más remedio que venirse un rato al MAGISTERIO Dossier. Y como siempre nos pasa a las Arcix, una vez que Ludwig ha entrado en la página, nos ha podido la curiosidad: ¿qué conexión podía haber entre La Novena Sinfonía y la 9ª posible ley?
Para dar respuesta a la curiosidad, no hay nada mejor que conectar con gente curiosa. Esta vez, de la mano de dos grandes como Jaime Altozano (@jaimealtozano) y Alexander Redhing (profesor de Música de Harvard), los puentes de conexión entre la Novena y la 9ª se extendieron de una forma tan natural que nos fijaron dos ideas clave:
La Novena Sinfonía tiene retos
iguales a los que también tienen
que dar respuesta las leyes
educativas.
La forma en que Ludwig resuelve y cierra su Sinfonía, convertirían
a la 9ª ley educativa en una ley no transitoria sino en una herramienta eficaz para que los niños estén
preparados para el camino.
Si alguien cree que Beethoven llega a la Novena Sinfonía en su mejor momento, se equivoca. Lleva 12 años sin aparecer en público. Está completamente sordo. Pero su música está por encima de no poder escucharla (suponemos que por morriña y por técnica, suplía su sonido con la vibración de su piano, escuchaba con las manos y las matemáticas). Y, lejos de conformarse con lo que sabía hacer, elige el riesgo.
El viernes 7 de mayo de 1824 Beethoven regresa al Teatro Imperial de Viena para estrenar la Novena Sinfonía. Y lo consigue aunque algunos no habían querido montarla: el compositor está sordo (¡imposible componer, imposible escuchar lo que escribe!) y, además, la Sinfonía es demasiado arriesgada, singular y exigente.
Y en ese “tenían razón”: ¿por qué asustaba la Novena Sinfonía? Quizá por las mismas razones que una Sinfonía Educativa. Os proponemos cuatro paralelismos.
Si alguien está escuchando la Novena mientras lee este artículo, le agradecerá a Ludwig que no se dedicase a hablar de ella sino que la compusiese. Por eso, quizá, más que hablar de la 9ª, ¿por qué no asumir el deber de construirla y hacerlo de forma coral? Sin caer en la tentación de tirar y sí de avanzar. Ahí también Beethoven nos hace un guiño. Porque dejó su elemento más transgresor para el final: cerró la Novena con un coro. Algo impensable entonces. Y un coro que, contra todo pronóstico, se convirtió en el coro más tarareado del Spotify del XIX hasta el punto de que a esta Sinfonía se la conoce también como La Coral. Como afirma Jaime Altozano, terminó pareciendo una melodía popular, un leit motiv social. Por si alguien aún no lo sabe, ese coro es el Himno a la Alegría y no ha perdido un ápice de capacidad para conectarnos con algo lo suficientemente valioso. Tanto como para que desde 2002 es Patrimonio de la Humanidad. La música que representa a Europa. Su himno.
Hay países que tienen sinfonía educativa. Que no silban en cada legislatura. Si nuestro lector cierra los ojos y espera un poco, seguro que escucha a los finlandeses silbando su sinfonía educativa. A los portugueses, a los canadienses, a los de Singapur…
¿Cómo han diseñado sus sinfonías estos países? ¿Qué hay que hacer para abandonar el silbido educativo y adentrarnos en la orquesta? Mientras pensábamos cómo dar respuesta a estas preguntas, tuvimos la suerte de tropezarnos con otro de esos tipos singulares que hacen que la vida se desacomode y enriquezca: Miguel Milá, diseñador industrial e interiorista, inventor y bricoleur.
Milá y tres citas suyas nos dieron pie a tres ideas que casi son actitudes y que nos parecen clave cuando te encuentras ante la responsabilidad y el reto de articular una ley educativa y desarrollarla:
- Idea 1 para no caer el Silbido Educativo: Diseñar “es ordenar, poner a los demás por delante de tu ego”.
- Idea 2 para no caer el Silbido Educativo: No soy revolucionario, soy evolucionario.
- Idea 3 para no caer en el Silbido Educativo: “El mejor diseño acompaña y no molesta. No molestar es más fácil que acompañar. El que acompaña arriesga. Y se arriesga a molestar. Por eso acompañar sin molestar, o que te acompañen sin molestar, es un logro”.
La escuela merece ya una Sinfonía. Merece no silbarse cada legislatura. Merece respeto. Una 9ª capaz de recoger lo mucho y bueno que hemos hecho y de darle espacio, estrategias, vías para seguir creciendo a la heterogeneidad que exige dar respuesta a lo complejo.