Saltar a la pata coja no mejora la lectura: la terapia de integración sensorial
Una sesión típica de integración sensorial incluye ejercicios motores, como saltar a la pata coja o gatear | © Maria Sbytova
Si alguien le dijera que los problemas en lectura se solucionan andando a cuatro patas o que el autismo se puede tratar poniendo a los niños a saltar a la pata coja, ¿qué pensaría? Aunque le parezca mentira, son muchos los gabinetes que ofrecen terapias basadas en hacer estos y otros ejercicios variopintos para solucionar un sinfín de problemas de comportamiento, aprendizaje o desarrollo. Todas ellas se conocen en la literatura bajo el nombre de programas perceptivo motores.
Los programas perceptivo motores se basan en la noción de que los problemas neurológicos provocan déficits de procesamiento relacionados con la integración de las habilidades perceptivas y motoras e interfieren con el aprendizaje académico (Blythe, 2000). Entre los programas perceptivo motores más conocidos en nuestro país destacan el patterning (desarrollado por el “incondicional” Doman y su colega Delacato), la inhibición de los reflejos primitivos o primarios y la terapia de integración sensorial.
Aunque todos ellos comparten la base de que realizar determinados ejercicios físicos puede modificar la estructura neurológica del cerebro y posibilitar así el aprendizaje, cada programa tiene una base teórica diferente. En esta ocasión, me voy a centrar exclusivamente en la terapia de integración sensorial. El motivo es un meta-análisis que se ha publicado recientemente sobre su eficacia (Leong y cols., 2015). Por si alguien albergaba alguna duda, adelanto desde ya que esta terapia ha demostrado ser ineficaz una vez más.
Una sesión típica de integración sensorial incluye ejercicios motores, como saltar a la pata coja o gatear
"La teoría en la que se apoya la terapia de integración sensorial sostiene que las dificultades de aprendizaje pueden deberse a problemas en el procesamiento neurológico de la información sensorial. Supuestamente, tratar esta disfunción ayuda a lograr mejoras en habilidades como el lenguaje, la lectura y la escritura o la coordinación motora. Con este objetivo, Ayres (1972) creó la terapia de integración sensorial. Este autor sostenía que modificar la forma en la que el cerebro organiza y procesa las sensaciones podía ser especialmente beneficioso en niños pequeños por la alta plasticidad de su cerebro para crear nuevas conexiones neuronales.
En líneas generales, la terapia de integración sensorial consiste en sesiones de aproximadamente 25-45 minutos de 2 a 5 días por semana hasta sumar una media de 60 horas de intervención. Las sesiones suelen estar dirigidas por terapeutas ocupacionales de forma individual o en grupos pequeños y su coste es elevado. Una sesión típica de integración sensorial incluye ejercicios motores, como saltar a la pata coja o gatear, así como varias formas de estimulación sensorial, como ser acariciado con un pincel u otros objetos de texturas variadas, ser impulsado adelante y atrás mientras se está tumbado sobre una pelota de gimnasio o ser balanceado en una hamaca (Leong y cols., 2015).
La evidencia existente sobre la eficacia de la terapia de integración sensorial no es nada convincente
"Los resultados del meta-análisis coinciden con los de revisiones anteriores al apuntar que la evidencia existente sobre la eficacia de la terapia de integración sensorial no es nada convincente. De hecho, las escasas mejoras que esta terapia produce frente a la no intervención o frente a tratamientos alternativos desaparecen si los resultados se ajustan al sesgo de publicación. Junto a esto, y a pesar de que la investigación sobre la terapia de integración sensorial comenzó hace ya 40 años, la mayor parte de los estudios realizados son de baja calidad.
Entre los principales defectos que podemos encontrar en esta literatura destacan, por ejemplo, las pobres descripciones de los elementos clave que conforman la intervención, la falta de grupos control equivalentes, la falta de acuerdo sobre el tipo de población o diagnóstico para el que puede ser adecuada la terapia, la falta de controles que garanticen la integridad del tratamiento o la falta de aleatorización al asignar el grupo control y el grupo experimental (Leong y cols., 2015).
A pesar de que este tipo de terapias carece de cualquier apoyo empírico, en nuestro país hay múltiples gabinetes, y también colegios, que ofertan la terapia de integración sensorial u otros programas perceptivo motores como la mejor solución a problemas de aprendizaje o de otra índole. Incluso existe una Asociación Española de Integración Sensorial que ofrece no solo la terapia sino también asesoramiento y formación a familias y profesionales de la salud y de la educación. Sin duda, queda mucho trabajo por hacer, como, por ejemplo, incluir desde ya a estos centros en nuestra particular lista de la vergüenza de terapias sin eficacia.
- Marta Ferrero es profesora y vicedecana de Investigación de la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
Referencias
- Ayres, A. J. (1972). «Improving academic scores through sensory integration». Journal of Learning Disabilities, 5, 338–343.
- Blythe, S. G. (2000). «Early learning in the balance: Priming the first ABC». Support for Learning, 15, 154-158.
- Leong, H. M., Carter, M., & Stephenson, J. R. (2015). «Meta-analysis of research of sensory integration therapy for individuals with developmental and learning disabilities». Journal of Developmental and Physical Disabilities, 27, 183-206.