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Haz de tu hijo un perfecto infeliz

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Es evidente que los malos padres hacen infelices a sus
hijos. Padres alcohólicos, violentos, manirrotos o ausentes
no ayudan al equilibrio personal de los niños.
Pero también podemos hacerles infelices «por su bien

Autor: JOSÉ M. LACASA

que hace de doña Prassede –una mujer que hace la vida imposible a todos los que la rodean intentando ayudarlos– en su novela Los Novios, dice: «Si hubiera sido empujada a [mal]tratarla de ese modo por algún odio inveterado contra ella [Lucía, su pupila], quizás aquellas lágrimas la habrían enternecido y obligado a desistir; pero, como hablaba con buen fin, seguía adelante sin dejarse conmover».
Manzoni escribe en el XIX, pero no es difícil encontrar ejemplos de progenitores que, actuando por el bien de sus hijos, los perjudican hasta el punto de hacerlos infelices tanto mientras son niños como en su adolescencia y su vida adulta. El problema es que es sencillo decirle a un padre que hace un daño directo a su hijo que lo está haciendo mal, pero es mucho más difícil convencerlo de que cambie de actitud cuando todo su comportamiento tiene la excusa –y, además, cierta– de que lo hace «por el bien» de su hijo.
Esta respuesta ata las manos de todos aquellos adultos –cónyuge, abuelos, amigos, profesores, incluso psicólogos– que advierten que el comportamiento del niño o adolescente no es normal. Como dice Mª Jesús Álava Reyes en su libro El no también ayuda a crecer hablando de niños con comportamiento tirano –una de las formas en que un hijo expresa su infelicidad–, «la tiranía […] puede ser percibida antes por los adultos que rodean al niño que por sus propios padres».

INFELICES PARA SIEMPRE

Pero ¿cómo se consigue un hijo infeliz? Hay muchas formas: no hacerle caso, no atenderle, no demostrarle que le quieres. Pero nadie justifica esa actitud diciendo que lo hace por el bien del niño.
Pero hay otros comportamientos muy generalizados en los años 70 y 80 que aún siguen en la cabeza de muchos padres, aunque la ciencia y el sentido común los han arrinconado en el baúl de los trastos: no poner nunca límites a los niños ni decirles nunca que no, para evitar supuestos traumas; facilitarles la vida al máximo posible para evitar que las dificultades o las carencias materiales (si lo tiene un compañero de clase…) le creen frustraciones; defenderle ante cualquier situación –incluso desautorizando al otro cónyuge, a los abuelos o a los profesores ante el niño– aunque tu hijo no haya actuado correctamente; pensar que todo lo que hace tu hijo está bien.
Todos estos comportamientos pueden tener la excusa de que se hacen por el bien del niño. Pero no le hacen ningún bien al niño. El problema es que si no remediamos la infelicidad de nuestro hijo a una edad razonable, cada vez se hace más difícil: la adolescencia puede ser horrible tanto para él como para el resto de la familia, y las correcciones son ya tan evidentes como complejas (pero no imposibles, cuidado). Porque la infelicidad se hace crónica en la edad adulta. Que no tengamos que exclamar, como cuenta el pedagogo Gerardo Castillo que oyó a unos padres desesperados: «Nos hemos dedicado a barrer la calle de la vida a nuestros hijos, y hemos hecho de ellos unos inútiles».
 
«DESACONSEJOS»

– Nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, le digas que no a tu hijo. Puede frustrarse.
– Pídele opinión para todo lo que le afecta: qué cenar, qué ropa ponerse, qué quiere hacer. Y, por supuesto, desvívete por satisfacer sus elecciones, aunque cada vez sea más complicado.
– Llena sus «necesidades» materiales antes de que tu hijo note su falta o pueda pensar en ganárselas. – Haz más caso siempre a lo que tu hijo dice que a lo que hace.
– Retrasa en lo posible el abandono de elementos de la etapa de bebé: chupete, carrito, biberón, purés. Incluso más allá de los tres años. Al fin y al cabo el bebé tiene una felicidad perfecta…
– Llena su habitación de elementos electrónicos: TV, consola, ordenador… ¿Para qué va a tener que salir de su habitación si tan cómodo está dentro?
– Defiende a tu hijo siempre, ante cualquiera y haga lo que haga. Parafraseando a Rudyard Kipling, con tu hijo siempre, con razón o sin ella.
– No limites nunca la libertad de tu hijo: todo lo que sea fruto de su libre expresión será siempre bueno para él. Y nunca permitas que sufra las consecuencias de sus acciones.
– Resuelve cualquier dificultad con que se enfrente tu hijo rápidamente, volcándote en su ayuda. No le des oportunidad de comprobar si puede resolverla él solo. – Cede cuando pida, dialoga cuando exija.

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