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No olvides que eres su espejo

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Los niños hacen lo que ven hacer. El primer aprendizaje del niño, el inmediato, el espontáneo, es por imitación. De ahí la importancia de que lo que los niños vean hacer sea algo digno, con categoría.

Autor: RAFAEL GÓMEZ PÉREZ


Los niños aprenden por imitación. Que se sepa, fue Aristóteles el primero que lo dejó escrito. En su Poética dice así: “El imitar es connatural al hombre desde la niñez, y se diferencia de los demás animales en que es muy inclinado a la imitación y por la imitación adquiere sus primeros conocimientos”.

En algunas pinturas rupestres, de unos treinta mil años de antigüedad, se ve a veces la impronta de una pequeña mano. A mí me gusta imaginarme que un niño o una niña, hijos del artista paleolítico, al ver a su padre pintar, quisieron hacer lo mismo.

Son varios los ámbitos de la imitación y van cambiando con la edad. Primero, la familia; después, la escuela. Después, de forma creciente, el grupo de amigos. Y el cuarto ámbito, que es moderno por su intensidad, es el electrónico: televisión, videojuegos, internet.

Esencial es, como se sabe desde siempre, el ámbito de la familia. Ahí se adquieren o no las principales pautas que, de algún modo, permanecen siempre.
Lo que más se imita es “lo que entra por los ojos”, ya que la vista es el sentido principal. Y a quienes más se imita es a los padres.

Primera conclusión: los padres han de cuidar no hacer a la vista de los hijos lo que podría no ser conveniente para ellos, porque no lo entendieran o porque les sugiriese una mala imitación.

COSAS QUE SÍ Y QUE NO

¿Hace falta dar ejemplos? No discutir; no dirigirse palabras ofensivas; no hacer excesivas demostraciones de  caricias; no mostrar una preferencia por alguno de los hijos; no perder el tiempo. Y algo que puede parecer trivial pero que es esencial en cualquier hogar: no dejar las cosas por medio; por ejemplo, al quitarse la ropa. Conozco un caso patológico de alguien que, con casi diecinueve años, va dejando un reguero de ropa en el suelo desde su cuarto hasta el cuarto de baño, cuando va a ducharse. Está bien documentado que es una copia, aunque corregida y aumentada, de lo que hacía su padre…
O bien ejemplos en positivo: estar atareados; leer; saber apagar el televisor después de ver el programa que interesaba; ayudarse el uno al otro en la cocina y tareas de la casa, en el cuidado de los hijos; saber prescindir de algo que gusta, a favor de los demás…

La coherencia es muy importante: si los hijos, desde muy pequeños,  ven que los mayores no acaban nunca de recoger la cocina, que a veces se quedan cacharros sucios horas enteras, no se les podrá decir que recojan los juguetes…
Es importante alimentar estos hábitos buenos desde que los niños son pequeños; parece que no se fijan, que aún no entienden, pero se dan cuenta de todo, a su modo, y lo guardan en su experiencia.
Hablaba de estas cosas con un amigo, psicólogo profesional, uno de los que saben combinar (lo que no es corriente) la preparación científica con el sentido común, y me decía que la mayor dificultad en este asunto proviene más de los padres que de las madres, como media.

CUANDO SEAS PADRE…

Las madres poseen, por instinto, el sentido de la  protección inmediata y efectiva  de los hijos y entienden a bote pronto lo de saber dejar de hacer algo si es en beneficio de los niños.  En cambio, el padre tiene más tendencia a considerarse el señor de la casa, el de más privilegios, porque ya ha accedido por fin a lo que esperaba.  “Es lo más frecuente”, comentaba mi amigo psicólogo, “pero cada vez con más excepciones, porque las nuevas generaciones son más normales, más justas”.
Hay que desechar, en la familia, la misma idea de jerarquía, porque la familia, en sí misma, es lo opuesto a cualquier jerarquía. No al respeto, que es cosa muy distinta. También es importante el respeto allí donde se da la mayor familiaridad e intimidad posibles.

Me parece estar oyendo, si leyese esto, a mi amigo Henry, hippy  a mediados de los setenta y hoy soltero, cincuentón y un poco pasado. Para él, todo lo que no sea hacer ante todo lo que se te antoja en cada momento es hipocresía burguesa. Yo le digo que no me corto las uñas de los pies delante de todo el mundo, y no por eso me considero hipócrita. Por no poner ejemplos más gráficos.

Todas las sociedades tienen sus cautelas y  sus prohibiciones. Algunas son muy netas: “No matarás”. Otras son más tenues. Lo único que hay que esperar es que nunca sean irracionales, perjudiciales para alguien e indignas del ser humano. “Pero a nadie haces  daño, al contrario,  –le diría a Henry– si te tapas  la boca al bostezar en público, porque así evitas que tengan que ver tus fauces y tus caries”.

No le hagan caso a Henry, que se ha quedado tan atascado en su progresía que hasta se ha hecho, como le llama nuestro común amigo Sergio, “un beato de lo alternativo”. No hay que cansarse  de hacer el elogio de la bondad. Lo mejor es que los niños, que lo ven todo, vean en sus casas cosas buenas. Parece algo elemental, pero qué difícil es en la práctica.

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