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Con un pasado debajo del brazo

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Adoptar un niño significa incertidumbre, ilusión, miedos…
Sentimientos con un matiz especial cuando el hijo es lo
bastante mayor como para tener un pasado de desamparo
que la nueva familia debe enderezar, nunca negar.

Autor: ÁNGEL PEÑA

En 2006 los españoles adoptaron un total de 4.472 niños extranjeros. Nuestro país encabeza, junto a Suecia, la lista de adopciones internacionales en términos relativos. Cifras que hablan de generosidad y valentía, sobre todo cuando el nuevo hijo tiene ya la edad suficiente como para traer a su nuevo hogar un pasado propio cargado de desamparo y diferencias culturales y sociales. Por eso, llegado el niño, los adoptantes tendrán que sumar a ese empuje inicial otras virtudes: las de la responsabilidad, la prudencia y la paciencia. No todo será un camino de rosas.
Amable Cima, profesor de Psicología Clínica Infantil de la Universidad San Pablo CEU, explica que los problemas surgen de las dos direcciones. Por un lado, el del niño: “La historia previa de su institucionalización, de su estancia en orfanatos u otras instituciones públicas de acogida, conlleva unas carencias emocionales, más allá de las fisiológicas o educativas, cuya intensidad dependerá de las experiencias más o menos negativas que hayan tenido y el tiempo que hayan pasado en la institución”.
Pero muchas veces los obstáculos, paradójicamente, los ponen los padres: “Se forman sus propias expectativas y, a veces, se produce un cortocircuito: en vez de lo que esperaban, se encuentran una historia conflictiva, con dificultades emocionales y afectivas”.

ASUMIR EL PASADO

En cualquier caso, la clave es asumir ese pasado. “El niño no lo puede obviar, siempre va a estar ahí. Por eso no hay que ocultarle nunca que es adoptado. Y, poco a poco, tras recabar todos los datos que se puedan de su vida anterior, ir contándoselo. No, por supuesto, de un modo descarnado, pero sin medias tintas: nada de crear un pasado, hay que explicarle lo que le pasó y, eso sí, dejarles claro que no se repetirá”, aconseja Cima.
El porcentaje de fracasos en las adopciones españolas están en torno al 1%, una cifra marginal, pero eso no quiere decir que el 99% restante sean todas historias de feliz vida en familia. Sin embargo, vale la pena intentarlo. Salvo casos extremos, con esfuerzo, sentido común y grandes dosis de cariño, se pueden lograr milagros como el de la familia Portilla.

LA FAMILIA PORTILLA

Hace 11 años, Alberto y Rosa, él inspector de Hacienda y ella profesora, tenían 12 hijos. No les parecía suficiente. Pensaron que el hogar que habían construido podría ayudar a algún niño con menos suerte. Decidieron adoptar. Tras el habitual laberinto de trámites, encontraron una oportunidad en la India. Sólo había un problema: la oportunidad consistía en un “lote” de cuatro hermanas que se negaban a separarse. Y Alberto y Rosa aparecieron en Sevilla con cuatro niñas indias de 11, nueve, seis y tres años.
“Parece una tontería, pero con lo que peor lo pasamos al principio fue con las comidas”, asegura Rosa. “Venían con unas carencias muy fuertes, alguna incluso con un principio de raquitismo, y fue difícil acostumbrarlas a comer, y además cosas que no fueran picantes, que era a lo que estaban acostumbradas”.
Esa preocupación acabó diluyéndose en menos de un año. Pero otras heridas tardan bastante más en cicatrizar: “Más complicado era la gran carencia afectiva que traían, pero se fue arreglando porque nos aceptaron como padres desde el principio”. Esa carencia la simboliza una estampa conmovedora: “Por la noche, venían a mi cama a tocarme para comprobar que seguía allí”, recuerda Rosa.
Las cuatro sabían que su padre había muerto y su madre las había dejado en un orfanato. Una realidad desagradable y muy delicada. Pero en su nueva casa ése no era ningún tema tabú: “Nunca lo hemos negado, aunque tampoco lo sacábamos más que de pasada y cuando ellas lo pedían; porque, al principio, no querían hablar mucho de ello, pero después, como a los tres años, se soltaron a preguntar más”, dice su madre.

LOS “PROFESIONALES” NO NECESITAN AYUDA

Rosa Portilla recuerda cómo la Junta de Andalucía le impuso un seguimiento psicológico a la adopción de sus cuatro hijas indias. “Si habíamos sido capaces de criar a otros 12…” Y, aunque pudiera parecer que tira piedras contra su propio tejado, el psicólogo Amable Cima está de acuerdo con la postura de Rosa: “En principio, no tiene por qué haber una especie de psicopatologización de la sociedad; si los adoptantes tienen claro su papel como padres, no hay más que hablar; otra cosa es que si tienen dudas, deben ser lo suficientemente responsables como para pedir ayuda”.
En el caso de los Portilla, parece evidente que son unos auténticos “profesionales” de la paternidad. Cima, por ejemplo, recomienda viajar con los niños a sus países de orígen: “Puede ser muy bueno que conozcan sus orígenes, el problema es que muchos padres tienen miedo de perderlos, de que quieran quedarse”.
No fue el caso de los Portilla: “Cuando la mayor cumplió los 18 años, la llevamos a ella y a la segunda a la India; las otras eran demasiado pequeñas para un viaje de 23.000 kilómetros”, dice Rosa. Las niñas quedaron muy impactadas y estuvieron 20 días más ayudando a las hermanas de la Caridad de Santa Ana en Bombay. Respondieron al impacto como le habían enseñado en su familia.

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