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Y... ¿POR QUÉ, MAMÁ?

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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A los 2 años empieza la etapa preguntona. Sucede en un momento en el que el niño incrementa su lenguaje y comprensión de una forma significativa. Incluso es posible que los padres a veces pasen por alto la edad de su hijo debido a que habla por los codos. A los 4 años, la explosión del lenguaje
aumenta su sociabilidad y necesita susurrar, cantar, gritar y compartir información sobre sí mismo. Hablará con el vecino, con los niños del parque, con su peluche y hasta consigo mismo.

Autor: Laura GÓMEZ LAMA

El aprendizaje del lenguaje le estimula a seguir aprendiendo. Esto unido a su gran curiosidad por todo lo que le rodea da lugar a rimas, exageraciones y preguntas persistentes que a veces ponen a los padres en un aprieto. Unas veces porque no saben qué contestar, otras porque no es ni el momento ni el lugar, y en otras ocasiones porque las preguntas son interminablemente contestadas con un nuevo “¿y eso por qué?”

CÓMO PIENSA UN NIÑO DE 4 AÑOS

A estas edades, el niño piensa en lo concreto y comprende más fácilmente lo que experimenta por sí mismo. Por ejemplo, si le dices que el color turquesa es parecido al azul le costará visualizarlo, pero si le muestras un trozo de tela de ese color o si le haces recordar algo turquesa que él conozca, lo aprenderá a la primera. Esto quiere decir que hay que intentar contestar a sus preguntas evitando lo abstracto y concretando las cosas con las que él está familiarizado.

También es un pensador mágico y egocéntrico, por lo que cree que, si se bebe un zumo de naranja, se pondrá bueno y que todo lo que él haga influye en lo que le rodea. Por eso, si le contestas mal porque tienes un mal día, es probable que él piense que estás de mal humor por su culpa o que estás enfadada por algo que ha hecho. Debido a esta visión limitada y egocéntrica del mundo, necesitará que le expliques constantemente tu estado de ánimo, sobre todo porque él no lo tendrá en cuenta si necesita monopolizar tu atención, jugar o satisfacer su curiosidad.

Otro aspecto a tener en cuenta es que el pequeño es un pensador literal y que está aprendiendo a diferenciar entre la realidad y la ficción, por lo que hará constantes preguntas sobre lo que ve en la tele, lo que oye en sus cuentos o a sus compañeros, así como sobre las mismas figuras del lenguaje. Por este motivo, si te oye decir que el tiempo vuela o que el corazón te ha dado un brinco, se lo imaginará tal cual, así que no te debe extrañar que, cada vez que le hables en su presencia o le contestes a algo, te pregunte sin tregua acerca de cada cosa que digas.

¿A QUÉ SE DEBE TANTO POR QUÉ?
Según la educadora infantil y psicopedagoga del Colegio “Sagrado Corazón- Sarriá” de Barcelona, Anna María Marco, “cuando un niño pequeño quiere saber el porqué de algo, más que una explicación objetiva, busca establecer una relación entre lo que pregunta y su propia realidad. Hay siempre una parte afectiva y emocional detrás de cada porqué que hay que tener muy presente”. Sin embargo, en ocasiones un niño puede poner a prueba los nervios de un adulto con sus insistentes preguntas. ¿Lo hará para atormentarte?
Necesita saber más. Hay momentos en el niño escucha la respuesta y se da cuenta de que la entiende y esto le anima a seguir avanzando.
Busca algo más concreto. Pegunta sin parar cuando las respuestas no le convencen porque debes adaptarlas a su manera de pensar concreta, mágica, egocéntrica y literal.
Quiere tu atención. Él siente que desde que habla le haces más caso, por lo que, a veces, su objetivo será monopolizarte.
Juega contigo. Otras veces pregunta simplemente porque se lo pasa pipa.

 

HAY QUE CONTESTARLO TODO
Las dudas de los niños pueden resultar difíciles de explicar, porque a veces no tienen la madurez necesaria para comprender. Como profesional de la psicopedagogía, Ana María Marco opina que hay que ir contestando en pequeñas dosis y a su medida.

“Empezamos con respuestas sencillas y esperamos a ver como son sus siguientes preguntas. Éstas nos indicarán lo que está entendiendo y cuál es su inquietud real”, pues muchas veces el problema es que no saben expresar lo que les preocupa. Contestar con otra pregunta también ayuda a saber en qué nivel está del tema que plantea. Puedes responder con una pregunta abierta como “¿tú qué crees?”, pues esto le anima a reflexionar sobre sus dudas y a la vez quita tensión al asunto que en ese momento le llama la atención.

De esta manera, podría prevenirse la enfermedad del porqué. “A pesar de que no está definida entre nuestros criterios diagnósticos, decimos que la sufren las personas que buscan una explicación de manera patológica. Es comprensible que quienes la padecen se vuelvan inseguros y tristes si imaginamos a alguien que se siente especialmente contento y comienza a cuestionarse por qué. Cada vez se sentirá peor porque ni todo se explica ni las respuestas resultan siempre convincentes”, explica la psicóloga infantil Virginia Godoy Zafra.

Si la pregunta nos descoloca, no hay que tener miedo a decir que no sabemos contestar. Un simple “ahora mismo no lo sé” o “mejor lo comentamos con papá”, serviría.

LA ACTITUD TAMBIÉN RESPONDE
Hay que cuidar lo que comunicamos sin palabras. La actitud que toma el adulto ante el porqué, el tono de voz al contestar y la mirada que acompaña esa explicación son una fuente de información muy rica para los niños.

En este sentido, es fácil que los padres empiecen a alargar las sílabas y expresen lo que no quieren decir con palabras: “qué pesaaado eeeeres”. Esto puede herir su autoestima y censurar su curiosidad, así que lo mejor es aplazar la respuesta y hacer que entienda que en este momento no puedes contestar. Eso sí, después tendrás que cumplir tu palabra. Si uno de los padres está muy cansado, el otro tendrá que echarle un cable.

Los padres son las máximas autoridades y no es raro oírles decir “porque lo ha dicho mi padre”. Somos el modelo que imitará y, si las respuestas que recibe son seguras, tranquilas y sinceras, eso será lo que nos devuelva en futuras conversaciones. Si pretendes dotar a tu hijo de tolerancia y espíritu crítico, debes ofrecérselos al expresar tus propias convicciones.

MALAS CONTESTACIONES
1. “¡Qué buen día hace!” Ignorar la pregunta o cambiar de tema favorece que el pequeño tenga una visión muy limitada de las cosas. Todas las preguntas deben ser respondidas porque partimos de la base de que está formándose sus propias ideas sobre todo lo que le rodea y tenemos que ayudarle a superar ese egocentrismo para que termine de comprender que la visión del mundo que tiene otro niño puede ser distinta de la suya.

2. “¡Niño, eso no se pregunta!”
Cualquier respuesta que implique censurar su curiosidad resulta algo más que poco constructiva, pues lo único que se consigue es que el pequeño se calle a costa de que se sienta mal consigo mismo y se cierre ante lo desconocido, porque interpreta que preguntar lo que no sabe es portarse mal.

3. “Como ya eres mayor…” Las respuestas deben adaptarse siempre a la capacidad de comprensión del niño. Es decir, si pregunta de dónde vienen los niños, no podemos ignorar esa pregunta, pero tampoco podemos darle una descripción detallada de todo el proceso, porque no lo va a entender; entonces, la capacidad de adaptación del lenguaje de los padres juega aquí un papel muy importante.

4. “Ven, que te lo explico todo”. Según la psicóloga infantil Virginia Godoy, del centro Psindra de Algeciras, “no debemos ignorar sus preguntas porque le estamos enseñando a pensar, pero tampoco conviene que se lo demos todo mascadito. Es decir, mientras se pueda explicar la duda mediante hechos que le ayuden a llegar a sus propias conclusiones, debemos hacerlo así. El mejor método es el de llevar a la práctica la teoría. El niño tiene que ir descubriendo el mundo que le rodea, debe andar el camino solo y nosotros somos su apoyo, unas muletas, pero no una silla de ruedas”.

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