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Pequeños grandes lectores

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Aunque las estadísticas de los últimos años desmienten el tópico de que los jóvenes no leen, los informes educativos señalan que los niños españoles tienen grandes carencias de comprensión lectora. O lo que es lo mismo, que las nuevas generaciones leen más, sí, pero aún nos queda mucho por recorrer. Los expertos aseguran que enganchar a los niños a la lectura beneficia su vocabulario, su capacidad cognitiva y, si se les orienta correctamente, pueden llegar a ser ávidos lectores el resto de su vida.

José Antonio Méndez
Quizá más de un lector recuerde con espanto cómo, en su niñez, hubo de adentrarse entre las páginas de El Quijote o de El libro del buen amor. Y quizá recuerde también, con alivio, cómo con la misma edad disfrutó con un libro de Julio Verne, Salgari o Los Cinco. Porque, en efecto, no todos los títulos están concebidos para los más tiernos lectores, y la costumbre por leer no se adquiere sólo con los libros que imponen los planes de estudio. Gustos literarios aparte, la importancia de que los niños tomen la lectura como un hábito no es una cuestión baladí. Según afirman los expertos, lograr que los pequeños se interesen por los libros puede repercutir, y de hecho repercute, en su capacidad cognitiva, enriquece su vocabulario, fomenta la imaginación, ejercita la memoria, pule su ortografía y les ayuda a poner palabras a sus propios sentimientos. Tanto es así que entre los 10 y los 12 años se sitúa la llamada “edad de oro del lector”, porque es en esa franja cuando se domina la técnica lectora y uno puede aproximarse a textos complejos no sólo entendiéndolos sino también disfrutándolos.
a cada edad, lo suyo
José Manuel Mañú ha sido profesor en todos los cursos que van desde los 6 hasta los 18 años, y es autor de obras como “La escuela del siglo XXI”, “Cómo mejorar la educación de tus hijos” o “Lecturas entre los 12 y los 18 años”. Precisamente en este último, Mañú señala las diferencias que se han de tener en cuenta a la hora de iniciar a los menores en la lectura, puesto que al pequeño que aún esté en Primaria “hay que facilitarle libros, mientras que al de Secundaria hay que sugerirle, y sólo después de haber ganado su confianza con aciertos anteriores se estará en condiciones de ser aceptado como consejero. Así como el niño pequeño apenas tiene sentido crítico en cuanto a las lecturas, el adolescente comienza a mostrar unos gustos muy definidos, por lo que es preciso personalizar los consejos”. Según Mañú, en estas edades “tenemos que conseguir fidelizar al lector, para no perder su acceso a una riqueza cultural de la humanidad de muchos siglos, y a la vez hacerlo de un modo atractivo. Si no, corremos el riesgo de que opte por lo más cómodo, que sin duda está en el mundo de las nuevas tecnologías. En la práctica la mayoría de los adolescentes españoles dedica muchas horas al Messenger y muy pocas a la lectura voluntaria de libros que amplíen su horizonte cultural o le enriquezcan interiormente”. Además, recuerda que, en una época con tantos cambios interiores, “reconocer un sentimiento que uno no sabía expresar, puesto en labios de uno de los personajes, enriquece nuestro lenguaje emocional para hacer más comprensible a las personas de nuestro entorno, o a nosotros mismos, lo que nos sucede”.
En la misma línea se manifiesta el escritor y articulista Kiko Méndez-Monasterio, que habla desde la experiencia de quien combina su pasión por las letras con el amor a sus hijas. Méndez-Monasterio asegura que, para lograr que los menores no cambien los libros por el Tuenti, “hay que enseñar a leer, es decir, enseñar a divertirse leyendo; igual que enseñamos a nuestros hijos a utilizar una bicicleta, o las reglas de un juego de mesa. Los primeros libros son fundamentales, hay que asegurarse de que el contenido corresponda con su madurez intelectual, la sensibilidad del lector, ¡y con sus gustos!”. El escritor asevera que “cuando no se está leyendo se hace otra cosa, y hoy el ocio parece diseñado para minar nuestros cerebros. La gran ventaja de leer es que uno puede entretenerse y divertirse, y a la vez ejercitar el intelecto, desarrollar la memoria, aprender cosas de lo más variadas, y mejorar la ortografía y la capacidad de concentración. Creo que no hay nada, ni siquiera el deporte, tan positivo para una persona”.
disfrutar de la lectura
En este momento es cuando surge la gran pregunta: “Entonces, ¿cómo puedo conseguir que mi hijo disfrute con la Literatura, si todo el mundo dice que los jóvenes no leen?” Vayamos por partes. En primer lugar, según los datos del Índice de lectura de libros, el 83% de los niños entre 10 y 13 años se declara lector. La cosa cambia en la adolescencia, cuando, en palabras de Méndez-Monasterio, “se produce una auténtica huida de los libros”. Para encontrar las causas, dice el escritor,“quizá deberían revisarse los manuales de Literatura de Secundaria: Leer El Quijote antes de los 25 años debería estar prohibido; obligar a hacerlo es crear enemigos de los libros”.
Más allá de estas cuestiones, conviene tener claros algunos trucos para conseguir que los hijos se aficionen a las letras. En “Lecturas entre los 12 y los 18 años”, Mañú recoge 300 reseñas altamente recomendables para niños y jóvenes, y facilita algunas pistas. En primer lugar, conviene “elegir libros amables y, a la vez, que aporten valores culturales, morales o estéticos”, entre otras cosas porque “un malentendido realismo ha llevado a algunos a huir de todo lo que pudiera sonar a moralizante. Nuestros jóvenes tienen que aprender que no todo está al mismo nivel, que no todo vale lo mismo. Siempre y cuando sepan que, junto a eso, lo lícito es juzgar conductas, no personas”. Además, hasta los 14 o 15 años “es importante tener en cuenta la diferencia que se observa entre los intereses de los chicos y las chicas. A grandes rasgos, el chico prefiere libros de aventuras, mientras que la chica manifiesta su preferencia por el mundo de los sentimientos, en su sentido más amplio. Muchos libros, lógicamente, satisfacen ambas características”. Como se ve, un buen anzuelo para los primeros lectores es la literatura fantástica, aunque no conviene educar el paladar literario sólo con este sabor. Mañú recomienda no temer al género biográfico adaptado a los niños, pues “encontramos un protagonista con el que nos sentimos afines: una persona humana. Nos resulta más próximo el modo de actuar de una persona real”. En todo caso, si usted quiere que su hijo lea, debe tener claro que, una vez más, lo importante es el ejemplo. “Quizá el modo más eficaz para conseguir buenos lectores es el contagio. Una persona que no lea no tiene ni la pasión por la lectura, ni la autoridad moral, ni los conocimientos suficientes para contagiar a los adolescentes (o niños) para que apuesten por este estilo de ocio y de formación”, concluye Mañú. Y el sentido común, todo sea dicho, lo refrenda. z

 

Quizá más de un lector recuerde con espanto cómo, en su niñez, hubo de adentrarse entre las páginas de El Quijote o de El libro del buen amor. Y quizá recuerde también, con alivio, cómo con la misma edad disfrutó con un libro de Julio Verne, Salgari o Los Cinco. Porque, en efecto, no todos los títulos están concebidos para los más tiernos lectores, y la costumbre por leer no se adquiere sólo con los libros que imponen los planes de estudio. Gustos literarios aparte, la importancia de que los niños tomen la lectura como un hábito no es una cuestión baladí. Según afirman los expertos, lograr que los pequeños se interesen por los libros puede repercutir, y de hecho repercute, en su capacidad cognitiva, enriquece su vocabulario, fomenta la imaginación, ejercita la memoria, pule su ortografía y les ayuda a poner palabras a sus propios sentimientos. Tanto es así que entre los 10 y los 12 años se sitúa la llamada “edad de oro del lector”, porque es en esa franja cuando se domina la técnica lectora y uno puede aproximarse a textos complejos no sólo entendiéndolos sino también disfrutándolos.

 

A cada edad, lo suyo

José Manuel Mañú ha sido profesor en todos los cursos que van desde los 6 hasta los 18 años, y es autor de obras como “La escuela del siglo XXI”, “Cómo mejorar la educación de tus hijos” o “Lecturas entre los 12 y los 18 años”. Precisamente en este último, Mañú señala las diferencias que se han de tener en cuenta a la hora de iniciar a los menores en la lectura, puesto que al pequeño que aún esté en Primaria “hay que facilitarle libros, mientras que al de Secundaria hay que sugerirle, y sólo después de haber ganado su confianza con aciertos anteriores se estará en condiciones de ser aceptado como consejero. Así como el niño pequeño apenas tiene sentido crítico en cuanto a las lecturas, el adolescente comienza a mostrar unos gustos muy definidos, por lo que es preciso personalizar los consejos”.

Según Mañú, en estas edades “tenemos que conseguir fidelizar al lector, para no perder su acceso a una riqueza cultural de la humanidad de muchos siglos, y a la vez hacerlo de un modo atractivo. Si no, corremos el riesgo de que opte por lo más cómodo, que sin duda está en el mundo de las nuevas tecnologías. En la práctica la mayoría de los adolescentes españoles dedica muchas horas al Messenger y muy pocas a la lectura voluntaria de libros que amplíen su horizonte cultural o le enriquezcan interiormente”. Además, recuerda que, en una época con tantos cambios interiores, “reconocer un sentimiento que uno no sabía expresar, puesto en labios de uno de los personajes, enriquece nuestro lenguaje emocional para hacer más comprensible a las personas de nuestro entorno, o a nosotros mismos, lo que nos sucede”.

En la misma línea se manifiesta el escritor y articulista Kiko Méndez-Monasterio, que habla desde la experiencia de quien combina su pasión por las letras con el amor a sus hijas. Méndez-Monasterio asegura que, para lograr que los menores no cambien los libros por el Tuenti, “hay que enseñar a leer, es decir, enseñar a divertirse leyendo; igual que enseñamos a nuestros hijos a utilizar una bicicleta, o las reglas de un juego de mesa. Los primeros libros son fundamentales, hay que asegurarse de que el contenido corresponda con su madurez intelectual, la sensibilidad del lector, ¡y con sus gustos!”. El escritor asevera que “cuando no se está leyendo se hace otra cosa, y hoy el ocio parece diseñado para minar nuestros cerebros. La gran ventaja de leer es que uno puede entretenerse y divertirse, y a la vez ejercitar el intelecto, desarrollar la memoria, aprender cosas de lo más variadas, y mejorar la ortografía y la capacidad de concentración. Creo que no hay nada, ni siquiera el deporte, tan positivo para una persona”.

 

Disfrutar de la lectura

En este momento es cuando surge la gran pregunta: “Entonces, ¿cómo puedo conseguir que mi hijo disfrute con la Literatura, si todo el mundo dice que los jóvenes no leen?” Vayamos por partes. En primer lugar, según los datos del Índice de lectura de libros, el 83% de los niños entre 10 y 13 años se declara lector. La cosa cambia en la adolescencia, cuando, en palabras de Méndez-Monasterio, “se produce una auténtica huida de los libros”. Para encontrar las causas, dice el escritor,“quizá deberían revisarse los manuales de Literatura de Secundaria: Leer El Quijote antes de los 25 años debería estar prohibido; obligar a hacerlo es crear enemigos de los libros”.

Más allá de estas cuestiones, conviene tener claros algunos trucos para conseguir que los hijos se aficionen a las letras. En “Lecturas entre los 12 y los 18 años”, Mañú recoge 300 reseñas altamente recomendables para niños y jóvenes, y facilita algunas pistas. En primer lugar, conviene “elegir libros amables y, a la vez, que aporten valores culturales, morales o estéticos”, entre otras cosas porque “un malentendido realismo ha llevado a algunos a huir de todo lo que pudiera sonar a moralizante. Nuestros jóvenes tienen que aprender que no todo está al mismo nivel, que no todo vale lo mismo. Siempre y cuando sepan que, junto a eso, lo lícito es juzgar conductas, no personas”. Además, hasta los 14 o 15 años “es importante tener en cuenta la diferencia que se observa entre los intereses de los chicos y las chicas.

A grandes rasgos, el chico prefiere libros de aventuras, mientras que la chica manifiesta su preferencia por el mundo de los sentimientos, en su sentido más amplio. Muchos libros, lógicamente, satisfacen ambas características”. Como se ve, un buen anzuelo para los primeros lectores es la literatura fantástica, aunque no conviene educar el paladar literario sólo con este sabor. Mañú recomienda no temer al género biográfico adaptado a los niños, pues “encontramos un protagonista con el que nos sentimos afines: una persona humana. Nos resulta más próximo el modo de actuar de una persona real”. En todo caso, si usted quiere que su hijo lea, debe tener claro que, una vez más, lo importante es el ejemplo. “Quizá el modo más eficaz para conseguir buenos lectores es el contagio. Una persona que no lea no tiene ni la pasión por la lectura, ni la autoridad moral, ni los conocimientos suficientes para contagiar a los adolescentes (o niños) para que apuesten por este estilo de ocio y de formación”, concluye Mañú. Y el sentido común, todo sea dicho, lo refrenda.

 

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