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“Lo que queda es el sufrimiento que has podido aliviar”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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En los últimos años es habitual que los avances médicos cada vez le digan menos al común de los mortales. Ahora se descubre que la genética tiene mucho que ver con lo que nos sucede en el día a día y nos cansamos de escuchar anuncios de bífidus activos y de sojas curativas que son capaces de arreglar el tránsito intestinal y acaso hasta la alopecia.

¿Recuerdan aquellos crecepelos que se anunciaban en carromato de pueblo en pueblo? Es complicado descubrir una vacuna, acaso porque en Occidente interesan poco las enfermedades que ya no tenemos y hemos exportado a otros mundos, o que una investigación fructifique en un logro absoluto. Ahora se va pasito a pasito, despacio. Por eso es normal que esos mismos seres humanos con orejas, como diría Gomaespuma, recuerden con facilidad los avances médicos que entienden, como que a un señor se le transplante la cara de otro, o que a una señora le faciliten la vida con ‘dos brazos heredados’.

Por otra parte, no es habitual que la misma persona que traspasa titulares trasplantando brazos y caras se vaya hasta África, ese continente donde una luz única ilumina los caminos, para operar gratis. Su Fundación, que nació con su patrocinio y el de sus tres hermanos, sigue empecinada en llevar el inmenso talento de este valenciano a los más desfavorecidos. Es una forma de ser, en la que no hay nada que vaya más allá de hacer las cosas bien. De hacerlas, sencillamente. No en vano, en el Hospital de la Fe, se dice por los pasillos que los casos que acepta el doctor Pedro Cavadas son los que no quiere nadie. En esos retos, asumidos sin fanfarria, el paciente está por delante de la vanidad, de la siempre veloz fama. La mejor de las recompensas es hacer bien el trabajo. Es lo que toca, no queda otra: como Gary Copper en Solo ante el Peligro. Una concepción de la vida que se acerca al nihilismo, pues asume que, como escribió Hobbes, la vida de la especie humana es “solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Y que nadie se llame a engaños.

“El individuo es pequeño. En este sentido, soy pesimista: el ser humano es una mala especie animal. Muy lista y demasiado agresiva. Es una mala combinación.”

P. Su trabajo desdice esa afirmación.

R. Bueno, si piensas en las historias individuales de la gente y en el día a día, todo cobra un sentido. Simplemente hace falta considerar las historias individuales: el sufrimiento de una persona con nombre y apellidos es muy importante.

P. Pensar en el individuo y no tanto en la sociedad.

R. Si consideramos conceptos cosmológicos que atañen a toda la humanidad, el individuo es relevante. Además, conviene que no deje de serlo. El individuo te tiene que seguir importando.

P. Usted conoce la pobreza.

R. Es un problema sobre el que podríamos hablar muy largo y tendido. El ser humano sigue teniendo instintos animales, pero tiene la capacidad de darse cuenta de ello y de cómo de erróneas son muchas de las actitudes que desarrolla. La pobreza, para mí, es una causa intermedia en la peculiar naturaleza del ser humano.

P. Una naturaleza terrible.

R. El ser humano, por definición, no es solidario, porque sólo son solidarios algunos tipos de insectos sociales, como las hormigas o las abejas. Eso genera desequilibrio, guerras, odio y sufrimiento. Es como la fábula del escorpión y la rana: el escorpión pica a la rana y se hunden los dos, pero es que el escorpión no lo puede evitar.

P. Por eso el individuo es tan importante.

R. Individualmente somos muy heterogéneos. Hay gente que tiene más capacidad para darse cuenta de las cosas, para reaccionar. Como especie no. Los grandes planteamientos te llevan a conclusiones que no son compatibles con la vida normal.

P. ¿Eso lo entienden quienes se quejan una y otra vez de la inmigración?
R. Que se vayan acostumbrando, porque no van a dejar de venir. Es más: vendrán muchísimos más. Tienen derecho. Cuando hay mucha riqueza en un sitio y mucha pobreza en otro, y con mucha población además muy sana y muy fuerte, llega un momento en el que tú no puedes levantar un muro. Seamos amigos. No hay otra opción.

P. La Fundación Pedro Cavadas le ha permitido conocer un mundo que, desde Occidente, desconocemos casi por completo.

R. La Fundación tiene varias funciones: inicialmente para cooperación humanitaria en Kenia y Tanzania. De hecho, nos dedicamos fundamentalmente a eso. Sin embargo, ha resultado ser un buen instrumento para dar forma a una serie de actividades en España.

P. ¿Por ejemplo?
R. Hay gente que no se puede pagar las cirugías y que son operaciones complejas que en sus sitios de origen no les están solucionando. Mi forma de pensar me impide que se queden sin tratar por el simple hecho de no tener el dinero que esa cirugía cuesta en el ámbito privado.

P. ¿Con esa dedicación busca concienciar?
R. Vamos a ver, lo más importante es crear ejemplo, pero nunca con respecto a las personas, sino con las actitudes. Las personas pasan: al cabo de los años devuelves el préstamo de carbono. Las actitudes quedan y además son impersonales.

P. Como la honestidad.

R. Las actitudes no se las inventa nadie: la actitud de honestidad no es mérito de quien la realiza, sino en sí misma. No creo en eso de: “Mirad qué bueno soy porque hago algo.” Eso es una payasada y habitualmente esconde intereses bastardos. Se trata de dar ejemplo de actitud; de decir: “Señores, vivimos en la parte cómoda del mundo, tan saciados que tenemos prácticamente sensación de nausea de lo saciados que estamos.”

P. Un pesimismo constructivo…

R. Soy realista. El problema global no tiene solución, aliviar el sufrimiento de alguien ya es suficiente. Cuando uno se muere, desde mi punto de vista lo único que queda es el bien o el mal que le hayas hecho a la gente. Hay que intentar que el mundo después de ti sea mejor que el mundo antes de ti.

P. ¿Esa forma de pensar se la trasmite a sus hijos?
R. Lo intento. Mis nenas nacieron en China. La pequeña todavía es muy pequeña, pero la mayor ya se fija e intento que se vaya dando cuenta… A pesar de la raza, todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Eso ella lo sabe y es de las cosas que más me alegro, junto al haber ido a por ellas…

P. ¿Y cómo se educa para luchar contra la injusticia?
R. A mis nenas las educo en el trabajo, que me parece una cosa importante, de las pocas cosas que te puede servir el día de mañana. Es decir, que las cosas cuestan un esfuerzo, que, si lo pagas, tienes derecho a esas cosas y, si no te esfuerzas, no tienes derecho a nada.

P. ¿Y qué descubrió en África?
R. Antes de ir, ya había estado en Sudamérica, en Bolivia, en misión humanitaria, pero con ONG americanas que llevaban mucha tecnología. Llegabas allí, hacías la cirugía y te ibas. Al final el balance neto era nada. Alguien en Estados Unidos había lavado su conciencia, simplemente.

P. ¿Qué le llevó entonces a implicarse?
R. Cuando empecé a ir a África, a Kenia, realmente vi que la mayoría de la gente no vive con el nivel de comodidad y tranquilidad con el que vivimos en Europa, donde nos preocupamos por la letra del segundo coche. Allí los problemas son básicos y reales: “¿Comeré este mes?, me matarán mañana…?&#8221
; Eso me sirvió para distinguir entre el bien y el mal, para poder diferenciar entre la realidad y los espejismos.

P. Y cambió su vida.

R. ¿Saben lo que pasa? Que cuando tienes poca luz los ojos se acostumbran y no ves otra cosa. Cuando estás metido en esta vida no ves más allá de si el siguiente carro te lo compras de 500 o 600 caballos. ¡Dios mío! Es que esto es tener un poco de sentido, pero de sentido de la proporción planetaria. En el fondo, no es más que eso.

Con una humildad y una honradez que harían palidecer a Gandhi, Pedro Cavadas hace realidad esos conceptos que con tanta facilidad nos llenan la boca: solidaridad, libertad, sacrificio, honestidad. Sin que suene a tópico: un tipo ejemplar.

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