El silencio del alumno español
Aprender a hablar en público es una de las carencias más flagrantes de la Educación española. Muchos países incluyen diferentes estrategias para fomentar la expresión oral del alumnado, pero aquí aún es posible recorrer todas las etapas formativas hasta obtener un título universitario en el más absoluto silencio.
Ministros aferrados a un folio escrito –su cabeza gacha y el tono monocorde– para anunciar, en apenas dos minutos, una nueva medida de escaso alcance. Tiburones de las finanzas subyugados por el pánico escénico al informar sobre ambiciosos planes de expansión o suculentas cuentas de beneficios. Incluso profesores universitarios que dictan sus lecciones añadiendo pequeñas gotas de aparente improvisación, en realidad torpes notas de color perfectamente calculadas.
A la hora de hablar en público, los españoles no arrastramos una suerte de condena genética que nos impida soltarnos ante la audiencia. Simplemente se trata de una habilidad que apenas ejercitamos durante nuestro periodo formativo. Otros países integran, desde las edades más tempranas, las exposiciones de alumnos como parte esencial de las dinámicas lectivas. O estimulan los intercambios dialécticos en clase. O reservan parte de los exámenes para evaluar cómo se defienden los chavales cuando su única arma es la voz y el lenguaje gestual. En España, sin embargo, un estudiante puede cubrir la distancia entre la Infantil y la Universidad sin apenas abrir la boca.
“Poco no, yo diría que nuestro sistema educativo no cultiva nada la expresión oral, se trata de una faceta de la enseñanza completamente abandonada”, afirma Juan Lorenzo, catedrático de Filología Clásica en la Universidad Complutense, responsable de numerosos cursos sobre cómo hablar en público y una de las referencias en retórica de nuestro país. “Y en un estado democrático”, continúa, “la palabra es fundamental. Si tengo grandes ideas pero no sé expresarlas con palabras, esas ideas no existen”.
Lorenzo obliga a cada alumno a “exponer trabajos en clase” y anima “al resto a opinar y rebatir sus ideas”. Lo hace “a título personal”, ya que nadie en la Complutense le ha dado directrices en este sentido, ignorando así al Plan de Bolonia, que incluye el fomento de la expresión oral como objetivo común para el Espacio Europeo de Educación Superior. Sí ha detectado movimiento en “las privadas”, que empiezan a organizar “concursos de oratoria” e iniciativas similares.
Peor panorama ofrece la enseñanza obligatoria. “Una pena porque es durante la infancia y la adolescencia cuando más rápido se desarrollan las habilidades de comunicación”, comenta Carmen Thous, profesora de Comunicación en la Universidad Francisco de Vitoria y fundadora de Enmedios, una empresa que forma a directivos poco duchos en intervenciones públicas. Thous pone como ejemplo a seguir los países anglosajones, “donde se dedica mucho tiempo a enseñar este tipo de destrezas, por ejemplo a través de las sociedades de debate en las que los alumnos se enfrentan al miedo al ridículo y aprenden a defender sus ideas de forma articulada y a respetar las de los demás”.
La directora adjunta del British Council Teachers Center de Madrid, Sheona Gilmour, asegura que en el Reino Unido “se aprende haciendo, por lo que es habitual que los alumnos tengan que construir proyectos y luego presentarlos en clase”. En su opinión, España sigue enseñando “a base de memoria, con muy poca interactividad”. Gilmour recuerda que, durante los cinco años que trabajó en un colegio privado de la capital, “mis clases llamaban mucho la atención porque se decía que hacía mucho ruido. Me limitaba a crear un contexto comunicativo”.
Armar un discurso
También los países de nuestro entorno cultivan la oratoria, al menos en su faceta evaluativa. En Italia, los exámenes orales son algo habitual, al igual que en Francia, cuyo Baccalaureat (nuestra Selectividad) incorpora una parte en la que los alumnos han de explicar un tema ante un tribunal. Incluso en Latinoamérica, el catedrático Lorenzo percibe que “la gente se expresa muy bien, gente normal, no especialmente formada. En mis viajes a México o Argentina suelo comentarlo, y me dicen: ‘es algo que cuidamos mucho en la escuela, los profesores tratan de que los alumnos sean capaces de armar un discurso con propiedad léxica’”.
¿Qué ocurre entonces en España? “Supongo que es algo que uno sabe que hay que hacer pero nunca hace”, responde intrigada Thous. “Quizá no interese demasiado a las autoridades”, sugiere Lorenzo, “aunque me inclino a pensar que es más descuido que otra cosa”.
Lo cierto es que la práctica negación al alumno de la palabra hablada no siempre fue un rasgo definitorio de nuestro modelo escolar. Lorenzo repasó en una ocasión –con motivo de un trabajo investigador– el sistema educativo español entre 1850 y 1950. “Los planes cambiaban con frecuencia”, recuerda, “pero en Secundaria una de las asignaturas que se mantuvieron siempre a lo largo de estos 100 años fue Gramática y Retórica”.