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Todo un parlanchín

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Pasados los 12 meses, tu hijo te regalará un momento muy especial: sus primeras palabras. Es un proceso que se ha ido perfeccionando casi desde el nacimiento y en el que tú puedes influir mucho más de lo que crees. Te revelamos todos los estímulos que necesita el bebé para aumentar su fluidez verbal y enriquecer su lenguaje y, por tanto, su capacidad para comunicarse.

Hay niños que lo consiguen antes, pero, en general, el cerebro del bebé está preparado entre los 15 y los 18 meses para articular las primeras palabras con intención comunicativa. Es muy posible que previamente ya haya pronunciado “mama” o “papa”, pero se trata simplemente de balbuceos (por mucha ilusión que te hayan hecho). No será hasta pasado el primer cumpleaños cuando sus estructuras neurológicas acometan un hito en su vida: la comunicación con los demás. Es cierto que, antes o después, y si no hay ningún problema, todos los niños acaban hablando, pero la actitud de los padres es esencial para fomentar y estimular la fluidez verbal del pequeño.

Así aprende a comunicarse

Aunque no puede hablar, casi desde el nacimiento el niño desarrolla estrategias para comunicarse y responde a las interacciones con el adulto.

Hasta los 6 meses. Hasta los tres meses, el niño no tiene la suficiente fuerza en los músculos implicados en el habla, por lo que se comunica mediante el llanto. A los tres meses ya puede emitir algunos sonidos guturales y a los cinco, da grititos.

De los 6 a los 12 meses. A partir de los seis meses, aprenden a juntar sílabas (dada, baba…); es la etapa del balbuceo, que no tiene intencionalidad. Ahora bien, desde los nueve meses, emiten sonidos para comunicarse, como “umm”, cuando quieren comer. Más próximos a su primer año, pueden combinar distintas sílabas y empiezan a nombrar las cosas con su propio lenguaje.

De los 12 a los 18 meses. Surge la primera palabra (habitualmente algo que les resulta muy significativo). A partir de ese momento, incorporan cada vez más palabras a su vocabulario, pero las acompañan de gestos. Poco a poco se dan cuenta de que todo lo que ven tiene su propio nombre.

De 18 a 24 meses. No saben pronunciar los sonidos correctamente, pero en muchos se produce una especie de “explosión” y son capaces de aprender nuevas palabras a diario. A otros, sin embargo, les costará más.

De dos a tres años. Es la época de la auténtica comunicación, cuando pueden expresar sentimientos, deseos… Las frases se alargan y pueden emplear 4 o 5 palabras en cada una.

Estimular el lenguaje: los padres, el mejor modelo

“Para desarrollar el habla y el lenguaje, los niños precisan de un modelo adecuado de lenguaje, con un vocabulario apropiado (y correcto, sin deformaciones, diminutivos, inventados…) para la edad cronológica del niño y de su proceso evolutivo y una estructura gramatical, inicialmente simple, para que puedan comprender, integrar y verbalizar más adelante”, explica Esperança Galán, logopeda de ISEP Clínic Barcelona y coordinadora del Máster en Logopedia Educativa del Instituto Superior de Estudios Psicológicos.

Es decir, aunque se trata de un proceso natural, la intervención de los padres va a ser decisiva. Toma nota de estas pautas que ayudarán a tu hijo a “soltarse” con el lenguaje.

Hablarle desde que nace. El bebé reconoce la voz de su madre ya en el útero, por eso sus palabras son fundamentales. Así, según un estudio canadiense, la voz materna activa la parte del cerebro responsable del aprendizaje del lenguaje en los recién nacidos, algo que no sucede cuando le habla otro adulto, ya que en este caso sólo reaccionan las áreas cerebrales relacionadas con el reconocimiento de voces. Por ello, la madre debe hablar a su hijo muy frecuentemente desde que nace cuando lo está alimentando, bañando, paseando con él…

Nombrar las cosas correctamente. Es una gran tentación hablar con lenguaje “bebé” y llamar “guau guau” al perrito, pero, como reconocen los expertos, no es lo mejor para el niño. Así lo explica la logopeda: “La manera en que los adultos hablan a los niños desde que nacen hasta la finalización de la adquisición del lenguaje oral (sobre los 6 años) tiene una gran influencia en la adquisición del lenguaje; si el modelo es correcto se adquiere una estructura correcta, por lo tanto influirá en la adquisición e integración del nuevo vocabulario”. Por tanto, llama a las cosas por su nombre desde el comienzo para que tu hijo aprenda mejor, y sigue hablando mucho con él: “Mira, un perrito”, “¡qué bonito ese árbol!”, nombrándole las cosas que estén en el entorno.

Imitar su lenguaje. Al principio, cuando el bebé solo emite sonidos o gorjeos es muy importante que los padres se comuniquen con él al mismo nivel. Por ejemplo, si el niño dice “apapapa”, los padres deben repetir: “Sí, apapapa”. De este modo, el pequeño se sentirá estimulado a seguir comunicándose.

No corregir. Poco a poco, el niño va adquiriendo palabras nuevas en su vocabulario, pero al principio cometerá errores de pronunciación. Así, puede decir: “papato”, en lugar de “zapato”. En este caso no es bueno corregir directamente lo que ha dicho (“no se dice papato sino zapato”); es mucho mejor hacerlo de forma más sutil, repitiéndolo de la forma correcta: “Ah, sí, el zapato”.

Ser pacientes. La paciencia de los padres es clave para permitir que el proceso de adquisición del lenguaje se lleve a cabo de la mejor forma posible. Es preciso dejar que sean ellos, aunque se atasquen, den rodeos o tarden mucho, los que acaben sus propias frases, sin que el adulto las concluya para ganar tiempo. No se debe interrumpir al niño y hay que mantener una actitud de escucha activa (los gestos también son muy importantes), mostrándonos interesados por el contenido de la idea que han querido transmitir, más que por la corrección lingüística empleada. Además, hay que aceptar que el niño puede pasar por determinadas etapas en que le cueste más comunicarse. Por ejemplo, algunos, entre los 2 y los 4 años, comienzan a tartamudear; es lo que se conoce como tartamudez fisiológica y pasará por sí sola si los padres mantienen una actitud adecuada y tranquila sin agobiar al niño.

Tres preguntas con respuesta

¿Cuándo se puede sospechar que los niños tienen un problema en la adquisición del lenguaje?
“Hay varios síntomas que pueden conducirnos a sospechar que la adquisición del lenguaje no se desarrolla dentro de la norma, pero sobre todo cuando a los dos años no dice palabras; cuando el lenguaje no es funcional, es decir, cuando no realiza demandas para satisfacer necesidades primarias, ni comunicativas”, subraya la logopeda Esperança Galán.

2. ¿Es la fluidez verbal de los niños (y su precocidad) un indicativo de su nivel intelectual? 
“No, pero si es un detonante de madurez”, explica la experta.

3. ¿Suele indicar el nivel de expresión de los padres el nivel que alcanzará su hijo en este ámbito? 
Según apunta Esperança Galán: “El nivel expresivo de los padres influye en el desarrollo del pen
samiento interno del niño, si el discurso-modelo demuestra una falta de fluidez y con vacilaciones constantes puede crear confusiones en la denominación y afectar en la estructura de las frases del niño y por consiguiente en su discurso”.  Para favorecer la capacidad verbal del niño, la logopeda recomienda “aprovechar los espacios de juego; estos deben ser de calidad más que de cantidad, creando un ambiente estimulador y ofreciendo un modelo adecuado del lenguaje”.

Un estudio sorprendente

Un reciente estudio ha puesto de manifiesto que los pequeños son muy sensibles a los matices comunicativos de los adultos que hablan con ellos. Así, una investigación con bebés llevada a cabo por científicos de la Universidad de Rochester (Estados Unidos) ha concluido que cuando los padres vacilan a la hora de nombrar alguna palabra, precediéndola de interjecciones dubitativas del tipo “eh”, o “um”, el niño pequeño concentra su atención en la conversación, pues interpreta que después va a venir algo nuevo.

Este efecto se ha comprobado en niños mayores de dos años, pues los más pequeños no son capaces de advertir que esa falta de fluidez verbal de sus progenitores es la antesala de una nueva palabra desconocida para ellos. A pesar de estos resultados, los investigadores no abogan porque los padres emitan esta serie de pausas comunicativas de forma intencionada, pero sí han querido llamar la atención sobre la habilidad de los más pequeños para captar matices comunicativos.

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