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Refugiados: Cuando educarse no es la prioridad

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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PADRES Y COLEGIOS se traslada a Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia. Allí, en medio de un árido desierto, se sitúa el campo de refugiados más grande del planeta. Casi medio millón de personas –entre ellos 160.000 niños en edad escolar– sobreviven en un espacio habilitado en su nacimiento para 90.000. La sequía, la hambruna y la guerra en Somalia han hecho huir a decenas de miles de personas. Los niños que llegan se encuentran con una débil estructura educativa y sólo un tercio consigue ir a clase.

Son las 8 en punto de una mañana calurosa en pleno desierto africano. Hace dos horas que ha amanecido y Mohamed Dek Odowa, de 20 años, puede volver a leer sus apuntes. Por las noches se hace más agradable estudiar, pero la falta de luz eléctrica en el campo de refugiados hace imposible la tarea. “En el último curso somos 270 y sólo a 20 les facilitan luz cuando anochece”, se resigna.

Este joven es sólo una de las 470.000 personas que sobreviven en el campo de refugiados más grande del planeta. Se sitúa en la localidad keniana de Dadaab, cerca de la frontera entre Kenia y Somalia, y trata de dar cobijo a miles de somalíes que huyen de la guerra, la violencia y la sequía que azota el territorio somalí. Su historia podría ser la historia de Majid, de Ubah, de Fadumo, de Ahi Osman o de Abdirisak. Aquí, cada ser humano tiene la suya. “Nací en Somalia, pero no sé nada de mi país ya que he vivido la mayor parte de mi vida aquí”. Su familia, natural de la región sureña de Jubalandia, tuvo que escapar en 1991 cuando estalló el conflicto armado. Mohamed no había cumplido un año. Desde entonces, es un somalí sin patria. Su país es un trozo de árida tierra de desierto que Kenia prestó de forma provisional y que cumple este año 20 años de existencia. Los mismos que Mohamed.

Acudir al colegio en este lugar del Cuerno de África es un privilegio que sólo un tercio de los 160.000 niños en edad escolar que viven allí se pueden permitir. Actualmente existen 19 colegios de Primaria y 6 de Secundaria repartidos entre Dagahaley, Hagadera, Ifo e Ifo 2, los cuatro campos que forman Dadaab.

A menudo, se improvisan clases bajo los árboles, en pleno patio, o en tiendas de campaña. Las clases doblan su capacidad y faltan aulas, material escolar y profesores cualificados. “Las razones principales de esta situación son la falta de fondos y la falta de maestros capacitados”, explica Elizabeth Campbell, de la organización Refugees International. “Incluso si hubiera financiación, hay un problema de capacidad muy difícil de abordar”.

Los libros escasean y es habitual tener que compartir un mismo ejemplar entre 10 alumnos. “Los recursos son limitados y tratamos de aprovechar lo poco que tenemos”, comenta Mary Magero, responsable de una de las escuelas secundarias que existen en el campo de Hagadera. Aunque oficialmente se sigue el plan de estudios nacional de Kenia, los refugiados somalíes parten en clara desventaja respecto a los niños del resto del país. “Faltan docentes cualificados tanto en Primaria como en Secundaria”, añade Magero. “Tenemos que recurrir a nuestros propios alumnos para que actúen como profesores”.

La llegada masiva de refugiados de los últimos meses ha multiplicado la emergencia educativa. Actualmente hay un profesor por cada 100 alumnos. Se necesita más personal y al menos 75 nuevas escuelas para paliar las necesidades mínimas de educación de niños que jamás han visto una escuela ni hablan una sola palabra de inglés, el idioma utilizado en la enseñanza keniana.

Drama humanitario

Aunque el campo de refugiados se construyó en 1991 –año en que se inició el conflicto somalí–, no había precedentes de una avalancha como la de este año. En algunos puntos de Somalia no llueve desde hace más de dos años. Los pastores han visto morir su ganado y sus esperanzas de supervivencia. Según Naciones Unidas, más de la mitad de la población somalí ha sido afectada por la hambruna y 750.000 personas corren serio riesgo de muerte. El campo, previsto inicialmente para 90.000 refugiados, está a punto de alcanzar el medio millón. La mitad de los nuevos registros son niños, muchos de los cuales sufren severos niveles de desnutrición. Quienes tienen la gran suerte de no morir en el camino llegan después de semanas andando por el desierto, sorteando la fauna, la violencia y el hambre.

En este contexto, la educación deja siempre paso a otras necesidades más urgentes. Según un reciente informe de la UNESCO, sólo el 2% del total de la ayuda humanitaria tiene como destino final algún tipo de proyecto educativo.

Existen asuntos humanitarios más urgentes que resolver, pero nunca habría que dejar a un lado la enseñanza. Para Mohamed, la formación académica es un pasaporte al futuro y a su sueño de estudiar en Canadá una carrera universitaria. “La educación es una prioridad para mí”, asegura. “Me han arrebatado mi país y Somalia ya no existe. Quienes estudiaron allí han muerto y mi deber es formarme todo lo que pueda aquí para poder ayudar a mi gente más adelante”.

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