fbpx

Educar la fortaleza para formar el carácter

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
0

“In puero, homo”, en el niño ya está el hombre, escribieron los latinos. Y es cierto. La educación consiste especialmente en preparar a los niños para construir sus propias vidas, en enseñarles a madurar, en inculcarles una serie de hábitos que fortalezcan sus debilidades y multipliquen sus virtudes. Este recorrido no suele ser, precisamente, un camino de rosas.

La educación no consiste en fabricar para los niños y niñas una burbuja idealista, alejada de los afanes, obstáculos y sombras de la sociedad. Los padres superprotectores, de los que se habla a menudo en las páginas de PADRES, cuando pierden el norte, son un peligro para la educación del carácter de sus hijos. Si a los niños no se les fuerza a que se enfrenten ellos solos a sus problemas y debilidades, no estarán preparados el día de mañana para tomar las riendas de su propia existencia.

No se trata de ofrecer continuamente a los niños una visión descarnada, agria y agónica de la vida. Algo así como si tuvieran que vivir una vida más propia de las que padecen algunos personajes de las novelas de Charles Dickens, ahora que estamos conmemorando su centenario.

Pero tampoco resulta útil hacerles creer a los niños que la vida es una sucesión de instantes sin fin en un parque de atracciones.

Hay, pues, en casa y en el colegio, que enfrentarles a sus responsabilidades. Hay que enseñarles a afrontar las numerosas adversidades con las que se van a encontrar ahora y en el futuro.

La vida es eso: superar con optimismo las dificultades. Esta actitud tiene un importante valor educativo, pues los niños forjan su carácter mucho mejor cuando aprenden a decir que no, cuando moderan sus caprichos, cuando controlan sus apetencias y cuando conocen a su alrededor experiencias que a veces no son nada gratificantes.

En primer lugar, está, como siempre, el ejemplo de los padres. No se puede predicar una cosa y luego, en casa, en la intimidad, dejarse arrastrar por una espiral de comodidades y caprichos sin fin. Todo se pega por ósmosis. Si los niños ven a diario a padres caprichosos en la comida, con las aficiones, con la televisión, con la bebida… será difícil que luego aprendan ellos de manera natural que deben controlar sus apetencias.

Después está la vida en el colegio. El contacto con los compañeros es la mejor escuela para poner los egos en su sitio. Incluso los libros que se recomiendan leer suelen ser una excelente escuela para aprender virtudes y conocer otras realidades sociales e individuales.

La madurez no se improvisa ni viene de golpe.

La madurez es el fin de un largo proceso educativo. Los niños deben, por eso, conocer que existen fatalidades. Como durante su vida, esto va a ser inevitable, es mejor educarles a que cuenten con ellas, sin ocultárselas.

¿Qué ha pasado?

La Fundación Mario Losantos del Campo, una ONGD especializada en la salud y la educación, trabaja para contribuir al desarrollo integral del ser humano. Además de promover acciones solidarias en países del Tercer Mundo, tiene en marcha una serie de programas educativos y psicológicos dirigidos a los menores.

En colaboración con la empresa Parcesa, dedicada a los servicios funerarios integrales, trabaja en un programa encaminado a explicar a los niños cómo afrontar la muerte de alguien cercano.

La realidad es, en este tema, tozuda: el 5% de la población sufre anualmente la pérdida de un ser querido muy próximo y una de cada diez personas requieren de ayuda terapéutica para superar esos difíciles momentos. Con este objetivo, estas dos instituciones acaban de publicar el libro Explícame qué ha pasado, del que es autora la psicoterapeuta Loreto Cid.

En esta sencilla guía (que puede consultarse en la página web de la Fundación Mario Losantos del Campo), la autora apuesta por decir a los niños siempre la verdad, adaptada lógicamente a su edad y al desarrollo cognitivo y emocional del menor. Se trata, en definitiva, de evitar tratar la muerte como un tema tabú y hacerles ver a los niños que forma parte inevitable de la vida.

Si no se hace así, puede ser peor el remedio que la enfermedad, pues para justificar la ausencia de las personas fallecidas se recurren a metáforas complejas que a menudo derivan en estrategias erróneas para evitar el dolor y el sufrimiento de los más pequeños. La guía recomienda incluso dar la oportunidad, según la edad, de dejar libertad a los menores para participar en los ritos de despedida de la persona fallecida y, además, que puedan expresar sus dudas y temores durante esos duros momentos.

No se trata de un tema fácil. Es quizás uno de los principales retos de una sociedad narcisista y egotista que intenta esquivar y esconder el dolor, la enfermedad y la muerte. Pero es un excelente ejemplo sobre cómo la mejor educación es la que enfrenta a los niños con la vida auténtica, sin cómodas falsificaciones ni adulteraciones.

0
Comentarios