Sí, un adolescente puede vivir sin móvil
OLGA FERNÁNDEZ
Alba (14 años) tiene móvil, pero casi no lo utiliza: “Es como si no lo tuviera porque solo lo uso dos días a la semana”. Esta adolescente de 2º de secundaria vive en una aldea remota de la montaña leonesa, a 1.200 metros de altitud, “y la cobertura no llega”, dice. Se desplaza en autobús al instituto, a 30 kilómetros de su casa, y es entonces, cuando al perder altitud, puede utilizar el móvil. “Pero mis padres solo dejan que lo baje dos días a la semana porque dicen que me entretiene mucho. Me lo dejan esos días para que no me sienta marginada porque todos mis compañeros lo llevan”. Los inconveniente que relata son varios: “No estoy conectada con mis amigas, ni al tanto de las conversaciones que mantienen por WhatsApp; si tengo dudas de clase o me faltan apuntes debo utilizar el teléfono fijo o a través del correo, en el ordenador; y lo peor es que no puedo utilizarlo en los descansos de clase, ni escuchar música, ni navegar en Internet, ni seguir las redes sociales, como hacen mis compañeros”. La ventaja que encuentra, según dice, es que cuando hay conflictos en Instagram por la publicación de fotos o “broncas” en los grupos de WhatsApp, ella está al margen. Alba forma parte del 7% de adolescentes de 14 años que no tiene móvil en España.
A qué edad tener móvil
Según datos recientes de la “Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares, TIC-H 2017”, realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), a los 14 años, un 92,8 % de adolescentes tiene móvil, y a los 15, un 94 %. De forma que, desde los 14 años, nueve de cada diez niños disponen de este dispositivo. Los datos también desvelan que cada vez se extiende más su uso entre los niños pequeños: a los 10 años sólo un 25% de ellos lo utiliza, pero a los 11 años pasan a tenerlo un 45,2%, casi el doble. A medida que cumplen años aumenta la tendencia: a los 12, un 75%, y a los 13, un 83,2 %. En las edades más inferiores es posible encontrar niños sin móvil, como Carmen (10 años), que se encuentra entre el 75% de los niños de su edad que aún no lo tiene. Sus padres han decidido que se lo comprarán a los doce años. “En su clase hay varias niñas que ya lo tienen, y ¡claro!, ella lo quiere porque dice que así se puede intercambiar mensajes con las amigas, pero nosotros pensamos que son muy pequeñas para utilizarlo: no saben controlarse y se distraen mucho”, explica la madre. Sabe que las nuevas tecnologías son el futuro y que su hija debe aprender a manejarlas para no quedarse anclada en el pasado, pero “aprenden muy rápido, en cuanto haya madurado más y lo tenga, lo manejará con soltura en dos días”, dice. Una de las cuestiones que más le preocupa a esta madre es que se vulnere la intimidad de su hija: “En el colegio se han dado casos de niños que han grabado a sus compañeros en los vestuarios. Imagínate si luego lo suben a Internet…”.
Una opción a la que suelen recurrir los padres cuando le compran el primer móvil al niño, es que esté preparado solo para recibir llamadas, de manera que sirva a los padres para tener al pequeño localizado, pero éste no puede navegar en Internet ni realizar llamadas. Y para los que sí disponen de Internet, también existen infinidad de aplicaciones de “control parental” que ayudan a los padres a saber qué páginas visita su hijo o a cancelar aquellas que no quieren que visite. Incluso existen aplicaciones que bloquean el teléfono, a través de una contraseña, cuando el niño no atiende las llamadas de los padres, permitiendo que solo pueda llamar a sus padres o a los servicios de emergencia. En cualquier caso, hay edades en las que, por sentido común, no está indicado el móvil. Laura Aut, psicóloga infantojuvenil de Isep Clinic, advierte que a los siete años es muy pronto para que los niños dispongan de este dispositivo: “A esta edad aún no están maduros para tener el móvil sin un control paterno, por lo que les ponemos en una situación de riesgo, ya que los niños son muy vulnerables y no tienen herramientas personales para desenvolverse en muchas situaciones sociales, además de poder afectar de forma negativa en su rendimiento académico, ya que su atención estará focalizada en otro tema”.
Ventajas de su uso
Una de las ventajas de no tener móvil, como dice Alba (14 años), es que se evitan muchos de los conflictos que ocurren a diario en los colegios sobre el mal uso de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, la toma de fotos de niños y adolescentes que luego publican en las redes sociales sin permiso o las discusiones en los grupos de WhatsApp. De hecho, la Agencia Española de Proteccción de Datos, ha editado una guía sobre este tema para asesorar a padres y profesores. Otro inconveniente de disponer de móvil es que la adicción que puede producir en el niño y adolescente, suele llevar a una utilización masiva y a desviar la atención de las tareas escolares. La Asociación Española de Pediatría también alerta sobre la relación entre el exceso del uso de este dispositivo y el aumento del sedentarismo y, en consecuencia, de la obesidad infantil. “Se debe limitar el tiempo que pasan los niños delante de las pantallas (TV, consola, móvil, etc.) y aumentar el del juego al aire libre. Los menores de dos años se recomienda que no pasen nada de tiempo y los adolescentes no más de dos horas diarias”, aconsejan.
Asimismo, la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (Sepeap) también advierte del aumento de los trastornos de sueño en menores por la falta de atención de sus padres. «Su uso antes de dormir produce una alteración importante del sistema nervioso; en ese momento tienen que estar relajados y no haciendo una actividad que les exija una sobrecarga neuronal», afirma el pediatra Fernando García-Sala.
¿Y las ventajas? Además de aprender a manejar una tecnología que ya es global para comunicarse y trabajar, existen infinidad de aplicaciones con las que el niño puede aprender jugando: matemáticas, lectoescritura, cálculo mental, estimulación de la memoria… Tiene la ventaja de que los padres pueden elegir lo que quieren que vea su hijo, cosa que no ocurre, por ejemplo, con la televisión. Se puede programar al móvil para que el niño solo pueda visitar determinados espacios. Y permite jugar en grupo. No es sinónimo de aislamiento; para evitar que juegue solo, los padres deben intervenir, controlar el uso que hace el niño del mismo y orientar.