Escuela de padres 3.0 – Educar en el asombro
Decía Antonio Gaudí que “La originalidad consiste en el retorno al origen; así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones” sentencia que podría resumir todo lo que Catherine L’Ecuyer defiende en su libro “Educar en el asombro”. Volver a lo básico, a lo sencillo, a lo esencial, al ritmo natural, al asombro…
Por Elisa Sal, de Planeta Mamy
Dice L’Ecuyer que el asombro es el deseo para el conocimiento. Ver las cosas con ojos nuevos permite quedarnos prendados ante su existencia, deseando conocerlas por primera vez o de nuevo. Los niños pequeños se asombran porque no dan el mundo por supuesto, sino que lo ven como un regalo. El asombro es un mecanismo innato en el niño. Nace con él. Pero para que el asombro pueda funcionar bien, el niño debe encontrarse en un entorno que lo respete.
Es normal, desde la publicidad, a los padres nos bombardean constantemente con que el mundo digital es lo mejor para que sean más inteligentes y contra más pequeños mejor, todo es “educativo”, todo es “más fácil, más visual”, serán personas “multitarea” y si, al final tienen una capacidad visual brutal, pero pierden la capacidad lingüística y auditiva, también la social porque no interactúan con nadie, solo miran y reciben información sin estar centrados completamente en nada, porque la multitarea no existe, solo son pequeños focos de atención alterna, con lo cual todo se queda realmente a medias.
Dan Siegel, experto mundial en neurociencia de la Universidad de California en Los Ángeles, nos da la clave: “La sobreproducción de conexiones sinápticas durante los primeros años de vida es suficiente en sí para que el cerebro pueda desarrollarse adecuadamente […]. El proceso se inicia desde dentro del niño y se realiza a través de la experiencia con lo que le rodea, principalmente a través de las relaciones humanas”.
Acabamos de leer que el proceso de aprendizaje del niño se realiza desde dentro a través de la experiencia con lo que le rodea, especialmente a través de las relaciones humanas y entre ellas la más importante es la que experimenta con su principal cuidador, es decir, con nosotros los padres. Es importante que ese vínculo sea fuerte porque el niño necesita saber que cuenta con nosotros, con la seguridad de tenernos a su lado para lanzarse a explorar su entorno y, sobre todo, para enseñarnos todo lo que descubre. Según L’Ecuyer, la curiosidad del niño se despliega a través de la interacción social que se establece con su principal cuidador. Nuestros hijos no necesitan que nos convirtamos en animadores de ludoteca.
Los expertos cada vez abogan más por el juego libre y no estructurado, vamos, dejar que jueguen a su aire, como mucho poniendo a su disposición cosas sencillas y materiales que sabemos que les van a ayudar a liberar su imaginación. De nuevo, nada más sencillo que pensar en cómo nos divertíamos de pequeños.
Según L’Ecuyer, no se conocen estudios que justifiquen el éxito de la estimulación temprana con niños sanos y normales. Es más, existen estudios que confirman que la clave a la hora de tener una mejor preparación para el proceso cognitivo reside en la calidad de la relación que el niño tiene con su principal cuidador durante los primeros años de vida.
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Fomentar la lectura
Todos sabemos de la importancia de fomentar la lectura en nuestros hijos y lo difícil que es que prefieran leer un libro frente a la batería de estímulos que ofrece un ordenador, una televisión o un videojuego, pero debemos de intentarlo. Como dice L’Ecuyer, antes de dejarse llevar por el picoteo adictivo del mundo virtual y por la pantalla que les hace enmudecer haciéndolo todo por ellos, nuestros hijos deben consolidar sus hábitos de lectura. Leer, para tener interioridad, capacidad crítica, de reflexión, de contemplación, de asombro… y disfrutar el silencio. En definitiva, yo sé que estaréis pensando, como yo, que lo hemos estado haciendo todo mal, que el mundo que nos ha tocado vivir va muy en contra de todo lo que reza la filosofía de “educar en el asombro”. Pero, por suerte, basta con, por lo menos, intentar con la frecuencia que nos sea posible, despertar esa capacidad de asombrarse, de maravillarse…
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