Educarles para que su hucha dure
Es propio de la edad e, igualmente, es responsabilidad de los padres educar a sus hijos en buenos hábitos de consumo y financieros. El ahorro también se aprende, y ese aprendizaje comienza en casa.
Dar al dinero el valor que merece – ni más ni menos- y usarlo de manera inteligente es una asignatura que no se deja de estudiar nunca. Y si queremos que nuestros hijos la aprueben, y hasta saquen buena nota, podemos y debemos ayudarles desde pequeños. En la infancia se detecta inmediatamente la función de cambio del dinero: en el supermercado, en la tienda de juguetes o de golosinas… El niño no sabe, ni le importa, el origen de los billetes ni entiende por qué pasar una tarjeta permite a sus padres comprar toda clase de bienes y servicios, pero ya es consciente de la utilidad del dinero. El primer reto consiste en que perciban que conseguirlo cuesta esfuerzo y conservarlo, disciplina.
El niño no sabe, ni le importa, el origen de los billetes ni entiende por qué pasar una tarjeta permite a sus padres comprar toda clase de bienes y servicios, pero ya es consciente de la utilidad del dinero.
Esta necesidad pedagógica tiene que ver con los valores pero también con la formación técnica. La escuela, en general, sigue eludiendo estos temas como si fueran demasiado prosaicos, y los jóvenes aprenden muy tarde a reconocer las dinámicas propias de la economía. Enseñar a los hijos las nociones y los procesos económicos, empezando por los del propio hogar, no significa educarles en el materialismo. Se trata simplemente de educarles en los valores y aptitudes necesarios para relacionarse con el dinero de manera sensata y madura.
Un hábito mental
El niño no piensa a largo plazo; no le convenceremos para contratar un plan de pensiones pero sí, en cambio, para colaborar en la compra de su primer móvil. Por eso, los pequeños y grandes deseos de los hijos son la ocasión casi diaria que tienen los padres para inculcar el gusto por el ahorro: si renuncias hoy a esta golosina, el viernes podremos ir al estreno de la última película de animación; si cuidas la ropa, quizá nos sobre para volver a la playa este verano; si consigues no agotar la paga semanal, tus padres duplicarán la cifra que te sobre… De esta forma, nos podremos ahorrar los sermones, casi siempre inútiles, y las ‘batallitas’ que no nos resistimos a evocar en estas situaciones: “En mi época un refresco era un lujo; mis bocadillos nunca eran con pan del día; mi primer viaje lo hice a los 20 años…”.
El ahorro es, ante todo, un hábito mental, mucho más importante que el cerdito-hucha o una cuenta bancaria. Y, de la misma forma que los adultos vinculan el ahorro a unos objetivos (la vejez, los estudios de los hijos, un coche nuevo…), también los pequeños se motivan con cosas tangibles, desde caprichos nimios hasta objetivos más caros y valiosos, como unas zapatillas. Los más mayores pueden desear una bici, ropa, productos de belleza… y, en la medida en que acceder a ellos requiere el esfuerzo del ahorro, valorarán más las cosas, las cuidarán y aprenderán la primera gran lección del ahorro: tan importante como ingresar es no gastar innecesariamente.
Abrir una cuenta
Cuando el menor ya tiene edad para sumar monedas y billetes y empieza a percibir una cierta autonomía de gasto (aunque ésta sea más imaginaria que real), es el momento de que el hábito de ahorro se asocie también -nunca exclusivamente- al dinero. Y si queremos que, además, se familiarice con los rudimentos de la economía doméstica y con conceptos que le van a acompañar durante toda la vida (interés, saldo, crédito, comisiones…), nada mejor que abrirle una cuenta bancaria.
El uso que haremos de esta cuenta dependerá, como es lógico, de la edad del menor. En la infancia más temprana constituye un recurso muy útil para que los padres animen a los pequeños a ahorrar: “Si quieres, parte del aguinaldo del abuelo lo metemos en la cuenta”. Por otra parte, esta nueva relación que se establece con el banco -no con los padres- refuerza la autonomía del niño y su sentido de la responsabilidad. En la medida en que crecen, los hijos reclaman cada vez más ayuda para sus gastos, y enseñar a discernir entre lo necesario y lo superfluo constituye para los padres una lucha tan agotadora como necesaria.
La cuenta bancaria se irá haciendo, con el tiempo, más tangible y útil, y el menor empezará a acceder a ella con más independencia: con ocasión de un viaje; o porque ya es hora de domiciliar en su cuenta la factura del móvil y así sabrá lo que cuesta; o simplemente porque, en los tiempos que corren, es más cómodo y seguro funcionar con una tarjeta de débito que con efectivo.
Para finalizar, hay que insistir en la necesidad de formarse en cuestiones de finanzas. La economía personal o doméstica no funciona de manera diferente a la macroeconomía y una familia responsable debe motivar y formar a los hijos para se enfrenten a ellas con sensatez pero también con los conocimientos adecuados a su edad.
La economía personal o doméstica no funciona de manera diferente a la macroeconomía.
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Finanzas para mortales
Santander Financial Institute (SanFI), centro de formación, investigación y transferencia integrado en la Fundación de la Universidad de Cantabria para el Estudio y la Investigación del Sector Financiero (UCEIF), con el mecenazgo de Santander Universidades, creó el programa de Educación Financiera “Finanzas para Mortales” dirigido a, entre otros, centros educativos. El objetivo de esta iniciativa es que el programa “Finanzas para Mortales” se convierta en una plataforma de aprendizaje que dé cabida a todos, desde los más expertos hasta los menos, sobre conceptos relacionados con la Educación financiera, con contenidos adaptados a las diferentes edades y etapas.
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