Familias, adolescentes y COVID: ¿Convivencia o supervivencia?
Para los jóvenes, el confinamiento y las restricciones han supuesto la tormenta perfecta que ha tensado las relaciones familiares en una convivencia demasiado intensa.
Por Eva Carrasco
El 10,9% de los hogares españoles conviven con alguno de los dos millones y medio de adolescentes de entre 14 y 18 años que hay en nuestro país. Una convivencia que en muchos casos se ha tensado exponencialmente por el confinamiento y las restricciones, afectando a la salud mental de los jóvenes. Tendencia a encerrarse en la habitación y no comunicarse, falta de participación en las tareas del hogar, no cumplir con sus tareas escolares, insultos, agresión a padres, malos hábitos alimentarios y no querer comer con la familia en los espacios y horarios establecidos, consumo de alcohol y drogas son los indicadores sobre los que Amalgama 7, entidad privada dedicada a la atención de adolescentes con sus familias, ha preguntado para reflexionar sobre la salud mental y la convivencia filio parental a familias con hijos adolescentes.
Aislados en su habitación
Prácticamente uno de cada dos jóvenes se ha encontrado en situación de aislamiento con tendencia a encerrarse en su habitación y reducir la comunicación con sus padres. “La tendencia a aislarse de los adolescentes en una época normal es del 50% de los jóvenes, pero en una situación de alto estrés como el confinamiento ha llegado al 80%”, según confirmó el director del área médico psiquiátrica de Amalgama 7, Ramón Martí, durante la jornada realizada con expertos implicados de diferentes ámbitos para analizar los resultados del estudio. Martí explicó que lo más frecuente en los adolescentes es que se aíslen en sus habitaciones. Esta encuesta ha sido contestada por los padres, con lo que es una percepción subjetiva suya y no se sabe si los adolescentes contestarían lo mismo. “hay un gran arco de tipos de familia, desde unos padres helicóptero que necesitan el contacto visual constante con sus hijos a los padres que le montan un apartamento en su habitación con la tele en su cuarto e incluso una nevera. El adolescente se aísla por sus propias tensiones evolutivas del paso de niño a adulto que le hacen necesitar mayor privacidad e intimidad e implica una serie de adaptaciones entre padres e hijos”, aclaró. “La pandemia ha actuado como un estresor externo mayúsculo y mundial que ha tensado a las familias y tiene unos efectos psicológicos indudables”. En concreto, para los adolescentes ha supuesto pérdidas de abrazos y besos que desde el punto de vista de Martí provoca una tensión emocional que se expresa en mayor irritabilidad e impulsividad. Han aumentado los trastornos adaptativos por un fuerte sentimiento de pérdida en muchos factores.
Trastornos alimentarios
Querer hacer comidas diferentes a los de las familias, fuera de los horarios y espacios establecidos, y comer entre horas es una tendencia que aumentó en el confinamiento y que se ha mantenido después. La vicepresidenta de la Sociedad Catalana de psiquiatría Infantojuvenil, Àurea Autet mostró la preocupación de pediatras y psiquiatras sobre la conducta alimentaria en los adolescentes. La obesidad infantil va a ser un problema importante tanto por los trastornos de ansiedad como el sedentarismo y los problemas de sobreuso de pantallas. Pero también preocupa el otro extremo: “A raíz del confinamiento se ha producido un problema importante de conducta alimentaria, sobre todo niñas con índices de masa muy bajos. Cuando hay cualquier crisis, el impacto en salud mental de los jóvenes es muy importante.” Advirtió Autet. Estamos viendo un aumento de ansiedad y cuadros depresivos. Los niños han sido los grandes olvidados de esta pandemia, porque la escuela era su forma de relacionarse.
Contestar mal y no colaborar en casa
La doctora Angels Feliu Zapata, coordinadora de Escuelas Amalgama 7, lo tenía claro: “La no colaboración en las tareas y las malas contestaciones sí son criterios de violencia filioparental” y parece evidente que el confinamiento ha potenciado esta violencia. Más de la mitad de los adolescentes ejercen algún tipo de violencia hacia los padres. Cuando se diferencia en tramos de edad, los comportamientos son más graves entre los 16 y los 18, que en el primer tramo de 14 a 16. “Es primordial cortar cuanto antes estos comportamientos para que no se agraven” previno Feliu, quien puso sobre la mesa el hecho de que los padres habían expresado durante el confinamiento una gran dificultad en la convivencia con los adolescentes. “Esto es un emergente social que va en aumento, que no está solamente ligado a la educación, sino también a la salud mental infanto juvenil. Si no conseguimos reconducir estas actitudes puede derivar en un trastorno psicológico. Se deben tener en cuenta todos los factores educativos, familiares y sociales…”
Violencia filio parental
La agresión física de hijos a padres ha aumentado durante el confinamiento, pero ha mantenido la tendencia que ya se viene detectando desde 2012, pero aún sigue siendo un tema tabú que muchas familias ocultan, tal y como expuso Judit Carreras, coordinadora de la Fundación Privada Portal, “Igual que hace 40 años se escondía la violencia de género, ahora las familias ocultan esta cuestión”, a lo que se añade el hecho de que muchas veces no saben dónde acudir en caso de conflicto. Padres que expresan ser víctimas de violencia psicológica por parte de sus hijos, afirman que no acudirían a la policía. En este sentido Motserrat Escudé, jefa del Área Técnica de Proximidad y de Seguridad Ciudadana de los Mossos d’Esquadra animó a que se denuncie, porque el código penal incluye todos los delitos que se pueden producir en el ámbito familiar. “En 2003 se incluyó todo lo que tiene que ver con la violencia psicológica, porque siempre es el primer estadio de la violencia física. En todos los casos, antes hay un menoscabo psicológico y la policía está obligada a actuar de oficio, aunque reconoce que existen grandes dificultades para recabar pruebas. Durante la pandemia subieron las llamadas al 112 por conflictos familiares. Se trató de trabajar mucho la detección con seguimientos a familias con factores de riesgo porque los radares, que eran las escuelas, cayeron con su cierre y había que apelar al vecindario.
Descolgados de clase
El sistema educativo depende de la cohesión social y esto se ha cortado. Para los niños y los adolescentes, la escuela es su forma de relacionarse. Muchos alumnos han quedado descolgados y han perdido el vínculo que mantenían con la escuela. En este sentido se hace necesario un trabajo muy intenso con las actividades de entorno, con actividades culturales y deportivas en grupo. Gemma García, Jefa de Inspección de Educación detectó dos tipos de alumnos que no han cumplido con sus tareas escolares: “por un lado, los que tienen un contexto familiar y social muy difícil con mala conexión y casas que no cumplen condiciones y en ocasiones son niños que reciben malos tratos. El otro tipo de alumnos son los que no están motivados, con poca autonomía y poca capacidad de esfuerzo. Hay que reconocer que no todos los centros estaban acostumbrados a trabajar con las tecnologías ni habituados con las plataformas online de educación.” Afortunadamente, los centros han estado más preparados este curso con un plan de actuación para la incidencia Covid que no tenían en marzo. El reto está en los cursos que tienen que acreditar los conocimientos de forma externa como es 2 de bachiller o 4 de la ESO, puntualizó Gemma.
Poner distancia
Antonio Calvo i López, director del programa de protección social del Colegio de Médicos de Barcelona fue muy claro: “la física dice que la fricción desgasta”. Afirmación que utilizó para explicar la tensión en las familias. “Ahora no podemos poner distancia entre los hijos y los padres”, pero puso el foco en abrir el horizonte para hacer un mejor análisis de lo que está pasando. “Cuidado con focalizar en la conducta de los adolescentes, no son las únicas relaciones que se han visto afectadas en las familias. No perdamos de vista que han aumentado un 7% las demandas de divorcio en estos meses.
“Esto no ha terminado y lo más cierto es la incertidumbre. Estamos muy cansados y estamos en una situación sin precedentes en un mundo global. Tampoco ha terminado el confinamiento, seguimos confinados puesto que todavía no hemos recuperado por completo nuestra libertad de movimientos. Estamos en poco espacio con una densidad muy alta por lo que tenemos que tomar la decisión de cuidar la relación con nuestros hijos y cuidar al otro que tiene mucho que ver con cuidarse a uno mismo.
Un sistema colapsado
Las familias denuncian que la red de asistencia de salud mental está colapsada y la situación de los jóvenes se agrava porque no es posible la intervención regular. Los facultativos abogan por repensar otros sistemas más allá de pretender que el adolescente con mala conducta vaya a la consulta a contar lo que le pasa. Pero no solo se debe reforzar la atención clínica, sino la familiar, social y educativa con nuevos modelos de intervención emocional en los menores con intervenciones con los padres y los centros escolares. En muchas ocasiones no van a ser problemas clínicos, sino un malestar que no debe psiquiatrizarse, pero sí abordarse por un sistema que tiene pocos especialistas en adolescentes.