Desde la Fundación Aprender piden reconocer el daño que la pandemia está haciendo en los jóvenes
Al hecho de ser adolescente, etapa complicada por todos los cambios que se dan, se suman las consecuencias del coronavirus que la dificultan aún más; por ello, según Cristina Amérigo, psicóloga del Centro de Evaluación e Intervención Educativa Corat de Fundación Aprender, los jóvenes y adolescentes necesitan ser comprendidos y recibir la atención que merecen.
La COVID-19 ha cambiado la vida de todos y a todos ha afectado de una manera u otra. Personas mayores, colectivos de riesgo, personal sanitario, bomberos, cajeros de supermercados, hosteleros… han sido considerados y reconocidos de alguna manera en esta crisis. Sin embargo, por ejemplo, “se ha hablado mucho de los niños pero no se ha hablado de los adolescentes. El hecho de estar en ese momento entre la niñez y la adultez hace que no se les tenga en cuenta porque ya no son lo suficientemente pequeños como para depender plenamente del cuidador, pero se nos olvida que tampoco son lo suficientemente maduros como para no acompañarles ni ayudarles en lo que puedan necesitar o de brindarles la atención que requieren”, explica Amérigo.
Según la psicóloga, “la adolescencia en sí es ya es un momento bastante difícil en la vida de una persona por todos los cambios físicos, emocionales, sociales… que conlleva, en muchos casos, ansiedad. Si a este momento le añadimos una crisis sanitaria que les impide relacionarse de manera presencial, algo importante ya que tienen que identificarse con sus iguales porque se están construyendo como sujetos, y lo que haces es obligarles a permanecer mucho más tiempo en el medio familiar, esto va a aumentar los síntomas de ansiedad y depresión en un momento vital en el que lo que hay es necesidad de salida del medio familiar para identificarse con lo extrafamiliar”.
“Si, encima, la situación familiar ya no es buena porque hay otro tipo de problemas en casa y conviven muchas personas en un espacio pequeño donde es complicado tener cierta intimidad o estar solos, pues todo se agrava”, añade.
A estas consecuencias emocionales y sociales se suman las académicas, más significativas aún en el caso de alumnos con dificultades específicas de aprendizaje. “Todo este escenario ha dado lugar a una reinvención de las formas y los métodos con enseñanza online a la que centros educativos y alumnado han tenido que adaptarse a marchas forzadas. Esta adaptación ha supuesto un sobreesfuerzo inmenso de los chicos y las familias por seguir el ritmo y sacar el curso adelante”.
Esta enorme dedicación que, como comenta Cristina, también ha implicado a madres y a padres con una gran cantidad de trabajo y atención doméstica requeridas por la enseñanza virtual, ha hecho que el fracaso escolar no se haya visto recrudecido por la COVID-19. Además, no podemos obviar que la “Orden EFP/365/2020, de 22 de abril, por la que se establecen el marco y las directrices de actuación para el tercer trimestre del curso 2019-2020 y el inicio del curso 2020-2021, ante la situación de crisis ocasionada por el COVID-19”, publicada el 24 de abril de 2020 en el Boletín Oficial del Estado, establecía que “la promoción de curso será la norma general en todas las etapas, considerándose la repetición de curso una medida muy excepcional, que deberá estar sólidamente argumentada y acompañada de un plan preciso de recuperación”.
No obstante, las cifras de fracaso escolar entre jóvenes y adolescentes son significativas y ya lo eran también antes de la pandemia (causadas, en una parte importante, por las dificultades de aprendizaje, aunque no solo).
Según datos del Ministerio de Educación, la tasa de abandono escolar temprano en España, esto es, personas de 18 a 24 años que no han completado la segunda etapa de Educación Secundaria (FP de Grado Medio, Básica o Bachillerato) y no siguen ningún tipo de formación, se situó en el 16 % en el año 2020. El año anterior fue del 17,3 %. Por sexo, en 2019 los hombres representaron un 21,4 %, el porcentaje más alto de todos los países de la Unión Europea, llegando casi a duplicar la cifra de la UE-28. El de las mujeres, con un 13 %, fue también más alto que la cifra de la UE-28 (11,9%).
“Aquí tendríamos que considerar cada caso a nivel particular porque cada chico tendrá una historia que será la que habrá derivado en ese fracaso. Hemos de tener en cuenta que es con 14 – 15 años cuando generalmente podemos decir que comienza la adolescencia y que son edades especialmente sensibles. Los 12 y 13 años son edades de desarrollo de la pubertad y de todos esos cambios que se están gestando y que dan la cara con los 14 – 15, que es cuando los chicos tienen que afrontar dichos cambios. Se trata de un momento crítico en el que tienen que asumir que son sujetos construidos y que tienen que dar respuesta a quiénes quieren ser. El fracaso escolar, en ocasiones, es debido a que no han encontrado esa respuesta ni han podido resolver todo esto”, aclara Cristina Amérigo.
Para esta profesional la solución pasa por que reciban la completa atención que merecen para que recuperen la confianza en sus posibilidades y, con ella, la ilusión y la motivación por seguir creciendo personal y académicamente. “Es necesario que descubran que son capaces y que conozcan cuáles son sus puntos fuertes y no sólo los débiles, que sean conscientes de sus potencialidades. Además, que vean que los demás confían en ellos, va a contribuir, sin duda, a ese cambio de actitud y, por supuesto, también lo va a hacer darles su espacio y su tiempo para que puedan expresarse y que sientan que se les escucha, que no están solos”.
Es lo que hacen desde Centro de Evaluación e Intervención Educativa Corat de Fundación Aprender donde Amérigo ejerce su labor. “Trabajamos de manera interdisciplinar. Cubrimos toda la parte académica con un maestro educador que les ayuda a que ellos encuentren su forma de enfrentarse a los estudios; es decir, se apropian del aprendizaje a través de las técnicas de estudio con las que más cómodos se sienten y que mejor les funciona a cada uno. Atendemos también toda la parte emocional tratando esos temas personales, familiares… que pueden estar interfiriendo en ese aprendizaje. A través del grupo, se ven reflejados en el resto de chicos con los que se apoyan y aprenden a resolver los conflictos entre todos, de forma que descubren que la solución del compañero pueden aplicarla a sus casos. También hablamos de cómo nos sentimos, de las relaciones con los demás, realizamos actividades de expresión artística, de cooperar en equipo, proponemos retos…”
“En definitiva, con todo esto les ayudamos a encontrar esa respuesta de la que hablábamos antes y, en el momento en que la tienen, siempre con acompañamiento, logran despegar”, concluye.