Cristian Olivé: “Las aulas siguen estando demasiado alejadas de la realidad”
Entrevista a Cristian Olivé. Autor del libro: “Una Educación Rebelde. El poder de transformar la sociedad”. (Editorial Grijalbo)
Por Gema Eizaguirre
Cristian Olivé es licenciado en Filología Catalana. Imparte lengua y literatura en un instituto de Barcelona y participa en el máster universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria y Bachillerato en la Universidad Pompeu Fabra. Dirige la sección «Reunión con el tutor» en el programa Tot és comèdia de Ser Cataluña. Es autor de «Profes rebeldes» (E. Grijalbo) y “Una Educación Rebelde. El poder de transformar la sociedad” (Editorial Grijalbo).
-Entre sus objetivos muestra la necesidad de acercar la educación del aula a la vida cotidiana ¿Está realmente tan alejada de la realidad? ¿Cómo lo hace usted?
Las aulas siguen estando demasiado alejadas de la realidad. Por ello, es necesaria más flexibilidad y la voluntad de escuchar lo que ocurre más allá de las paredes del aula para integrarlo en el aprendizaje. Aprender es también analizar lo que vemos cada día y darle la vuelta si es necesario. En mi caso, uso los medios digitales por los que se comunican los adolescentes para que aprendan sobre lengua y literatura y para que entiendan el entorno y se conozcan más a sí mismos.
-Cree que todo iría mejor con una mayor exigencia formativa de los maestros, como sucede en los países del norte de Europa.
Te conviertes en docente cuando pisas por primera vez un aula. De todos modos, no deberíamos dejar nunca de ser alumnos. Ser profesor es reaprender constantemente para llegar a los estudiantes del modo que necesiten. Por ello no siempre funcionan las mismas estrategias cada año. Los alumnos cambian y, por tanto, los docentes tenemos que adaptarnos a ellos. No al revés. Es necesaria una formación permanente y, sobre todo, asumir que no lo sabremos todo en todo momento.
-En este libro apuesta por basar la relación con el alumnado en la confianza y que ello sean los protagonistas, tener en cuenta sus emociones… ¿Esta batalla en qué plazo podrá ser ganada?
Más que una batalla lo veo como un proceso lento. La educación permite conocer cómo será la sociedad del futuro. Y en este sentido, yo me la imagino más justa, más entusiasta, más creativa y, sobre todo, más tolerante. Para lograrlo, intento aplicar todas las estrategias que están a mi alcance en el aula para que mis estudiantes sean así o, al menos, aspiren a serlo.
-Uno de esos tabúes es el sexo. ¿Qué opina usted cuando los padres dicen que ellos son los que deben formar a sus hijos en este tema?
Puedo entender que muchas familias quieran tratar estos temas más sensibles por su cuenta con sus hijos. Lo entiendo, pero no es excluyente con lo que digo. Es necesaria la educación sexual en el aula y en casa. Muchos estudiantes hablarán de ello en casa sin manías y recibirán unas herramientas acordes a los tiempos. Sin embargo, me preocupan aquellos jóvenes que no podrán preguntar a sus familias sus preocupaciones en materia sexual. Por eso es preciso hablarlo sin cesuras ni censuras en el aula. Conocerse a uno mismo también incluye todo lo relacionado con el sexo.
-¿Qué otros tabús detecta en la enseñanza?
Muchas veces se teme hablar de determinadas cuestiones que son tildadas de sesgos ideológicos. Para mí, hablar de igualdad en todas sus facetas no es política. Es una cuestión de derechos humanos, y los docentes siempre vamos a estar de esa parte. Le pese a quien le pese. Yo me posiciono claramente con el hecho de tratar con naturalidad temas sensibles en el aula para que mis estudiantes puedan construir su propia opinión crítica. Dejar fuera esos temas también es posicionarse de hecho e implicar perder demasiadas oportunidades.
-Las emociones es otro punto que trata. La Educación Emocional es algo en lo que insisten en los programas desde los Ministerios, pero luego los docentes no tienen formación ¿Qué opina?
Como decía antes, los profesores no llegamos al aula sabiendo de todo. Una formación constante en materia emocional es indispensable para ofrecer a los estudiantes las herramientas y estrategias necesarias para superar los obstáculos del día a día. ¿De qué me sirve que sepan identificar un sujeto si no saben identificar cómo se sienten y por qué se sienten de una determinada forma?
-En su trayectoria como docente ¿qué experiencia con el alumnado le ha marcado o le ha reafirmado en su actitud de mejorar la educación?
Lo que más me ha marcado es comprobar que cuanto más sincero me he mostrado con ellos más se han acercado a mí y al aprendizaje. Construir relaciones entre docentes y alumnos basadas en el respeto y la confianza permite llegar más lejos. La escuela debe ser un lugar de interacciones sociales. Cuando un alumno se me acerca y me dice “Cristian, sé que te pasa algo porque hoy no estás bien”, me emociona. La autoridad se gana con respeto mutuo; no con autoritarismos.
-¿Cómo hacerlo cuando los alumnos piensan que el docente es el que manda? ¿Cómo cambiar ese “chip” en docentes y alumnos?
Los adultos en general marcamos las líneas del aprendizaje. Los jóvenes asumen (y hasta nos dan libertad a ciegas) que nuestro papel les permite crecer y desarrollarse en plenitud. No soy partidario del colegueo porque se diluye esa función de poner límites, que es muy necesaria también por nuestra parte. Los alumnos se pasan el día aceptando reprimendas o consejos para mejorar. Incluso les exigimos que se disculpen cuando realizan algo mal. ¿Lo hacemos los adultos? ¿Estamos dispuestos a reconocer nuestros errores? Así debería ser si de verdad queremos que nuestro mensaje no sea contradictorio.
-Sobre las familias. ¿Cómo involucrarlas en el centro cuando no tienen tiempo ni para ver a sus hijos?
Las familias y la escuela deben ir de la mano para que la educación tenga sentido. Y por ello es imprescindible que las familias confíen en los profesionales que estamos cada día al pie del cañón. Y, por supuesto, deben comprender la importancia de ofrecer una educación globalizada para que los estudiantes crezcan con espíritu crítico y con actitud tolerante.
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