La insana costumbre de enfrentar a los docentes
Se está extendiendo en los últimos tiempos la insana costumbre de enfrentar a la comunidad educativa, especialmente a los docentes entre sí: a los de la Pública con los de la Concertada, a los representantes sindicales con los sindicatos, a la Administración con los profesores que trabajan para ella, a los padres con los alumnos y a estos con sus profesores, a los directores con el Claustro, etc. Todo ello alimentado desde la agitación de las redes sociales y algunos medios de comunicación, empeñados en descubrir en el sistema educativo lo que va mal, sin atender a lo que funciona.
Existe un interés nada disimulado en agitar las aulas, en atribuir a la enseñanza la culpa de todos nuestros males. Todo ello empezó con la idea de trasladar al aula la responsabilidad de todo, olvidando que es toda la sociedad la que enseña y también la que desedifica.
Ahora es costumbre apuntarse a las modas pedagógicas y se divide a los docentes entre ‘profesaurios‘ y profesores innovadores, como si estas etiquetas identificasen a quienes enseñan al modo tradicional y quienes lo hace a través de nuevas metodologías, cuando ni unos ni otros tienen la clave de la buena educación. Ni todas las nuevas metodologías son la panacea de la buena educación ni la clase magistral ha quedado finiquitada.
Lo malo de todo ello es que se atribuye como causa para modificar los currículos escolares que el alumno se aburre en clase. Y, caso de que sea cierto, ¿desde cuándo el aburrimiento de un alumno –o de muchos– ha sido la causa de un cambio de sistema pedagógico?
Un cambio de esta naturaleza, siempre que sea necesario, ha de partir de la base de que aprender siempre ha supuesto un esfuerzo y que ni Google ni ninguna otra tecnología puede ser la excusa para modificar el gozoso hábito de leer, pensar, escribir, comprender, memorizar, aprender conceptos, teorías o leyes, disfrutar de la historia, saborear un poema o una canción, contemplar un cuadro o un atardecer, enamorarse, sentir el aire del mar en el rostro, ver crecer una planta o parir a una oveja, oler el heno en el campo una tarde de lluvia, construir una maqueta, dibujar un plano, decir «te quiero» o «te odio», acariciar, etc.
En definitiva, la tarea de enseñar y aprender es una gozosa actividad que no se puede sortear con atajos metodológicos o cientifistas, basados en supuestos informes o tratados internacionales, directrices económicas o políticas, es algo que se produce en la soledad entre uno mismo y un libro, entre un alumno y su maestro.