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Sal del “modo avión”

¿Apagarlo nos dará felicidad? Pensar, cuestionar(se), imponerse a lo impuesto, no garantiza la felicidad plena ni la satisfacción instantánea. Proporciona, en cambio, otro tipo de “felicidad”: la que tarda pero llega, permanece y es acumulable.
Rubén Villalba
Periodista y creador del podcast 'El entrevistólogo'
13 de octubre de 2023
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El sentido de la vida me ha preocupado desde niño. Desconozco si en ello influye la genética o la educación, pero lo cierto es que ha sido para mí una constante. Lo expreso aquí y en un canal de YouTube donde el propósito vital guía mi contenido. Siento, al compartirlo, que persiste cierto tabú o desgana colectiva a expresar inquietudes ajenas al capitalismo social, económico y cultural imperante. Sin embargo, no es el desinterés, ni siquiera la indiferencia, lo que alarma, sino la burla o la exclusión a la que uno se ve sometido cuando (se) pregunta el por qué o el pará qué vivimos. 

En una entrevista reciente con Silvia Álava, me hablaba de un hecho que podría explicar nuestra falta de lo que hoy llaman educación o inteligencia emocional. Y es que expresar las emociones se ha entendido siempre como un signo de debilidad. Sospecho, sin ser experto, que el miedo a exponerse nos es congénito. Nacemos y nos educan con esta mochila, en la que solemos cargar con miedos, complejos y vergüenzas impuestas que nos hacen ser otros.

Cuando suelta uno la mochila y echa a andar erguido, es decir, cuando ese otro empieza a ser uno, brota un sentimiento de autorreconocimiento, de reencuentro consigo mismo, un golpe de realidad. Aunque parezca paradójico, al perder uno el sentido en parte lo encuentra y hasta puede hacer de su crisis existencial un modo de vida en el que la búsqueda de sentido se convierta en el propio sentido. No importa aquí la meta, sino el camino: puede que no se llegue a encontrar eso que llaman “sentido”, pero sí aproximarse más a él en cada una de las paradas.

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Al perder uno el sentido en parte lo encuentra y hasta puede hacer de su crisis existencial un modo de vida en el que la búsqueda de sentido se convierta en el propio sentido

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Claro está que no a todo el mundo le preocupa el sentido de la vida —¿influirá ser persona altamente sensible (PAS)?—. La mayoría ni siquiera se lo plantea. No es malo. Solo lo será en cuanto se sienta uno interpelado por él y, como con las emociones, se calle o reprima porque no encuentre en ello rentabilidad alguna. En esta negación se halla, a mi juicio, el origen del malestar emocional. No se trata, me advierte Silvia, de rumiar o meterse en un círculo vicioso. Consiste en desactivar lo que yo llamo “modo avión”, aquel que encendemos por defecto y que nos impide pararnos a pensar y cuestionar las reglas del juego.

¿Apagarlo nos dará felicidad? No lo sé a ciencia cierta —quienes buscamos nunca sabemos—. Puedo hablar por mí y por otros que, como yo, buscan pero no encuentran. Pensar, cuestionar(se), imponerse a lo impuesto, no garantiza la felicidad plena —o lo que entendemos por ella— ni la tan buscada hoy satisfacción instantánea. Proporciona, en cambio, otro tipo de “felicidad” o satisfacción; la que tarda pero llega, permanece y es acumulable: según uno avanza, va atando cabos, hilando y hallando “pequeños sentidos”. Quizá la felicidad no sea otra cosa: la serenidad que uno alcanza cuando es (más) consciente de —y, por tanto, vive más acorde con— por qué, para qué, cuándo, dónde, cómo, qué y quién es.

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La reflexión, la introspección o la autoconciencia carecen, pese a apropiaciones indebidas, de signo político o religioso: van en la persona

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No es una ida de olla. Es, más que mi opinión y experiencia personal, un hecho científicamente probado. En mi reciente entrevista con Silvia, señalaba cómo algunos estudios han demostrado que las personas espirituales —a menudo las más conscientes— se reponen más fácilmente al trauma, a las adversidades, porque le encuentran un “sentido” al trauma. A esta misma conclusión me llevó, en una posterior charla, Noël Sèmassa, psicólogo y Mejor Teólogo Joven 2023, quien desarrolla una investigación sobre la influencia positiva en la salud mental de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. 

Cuando comparto impresiones de estas charlas con amigos y conocidos, suele darse una confusión de frontera con la que algunos pretenden invalidar argumentos como los de Silvia o Noël: nada tiene que ver, aunque puede relacionarse, lo religioso con lo espiritual. La reflexión, la introspección o la autoconciencia carecen, pese a apropiaciones indebidas, de signo político o religioso. Van en la persona, aunque para encontrarlas, vengas de donde vengas y digan lo que digan, quizá tengas que apagar primero el modo avión. El resto vendrá solo.

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