“Exigir con cariño es la clave”
El 86% de los niños o adolescentes que acuden a la cuarta planta de la Clínica Universitaria de Navarra (CUN) presentan alguno de estos cuadros: ansiedad (31%), depresión (27%), hiperactividad (14%) o trastornos alimentarios (14%). Para muchos, Psiquiatría sigue siendo conocida eufemísticamente como “la cuarta planta”. Pero más allá del estereotipo injustamente negativo de este tipo de patologías, cierto es que aquí lo psíquico, lo neurológico, lo educativo, ¿lo espiritual?… se entremezclan misteriosamente, pero también tortuosamente.
Para intentar disolver –o incrementar– las dudas nos hemos reunido con el Dr. Fernando Sarrais, especialista en psiquiatría infantil y profesor de psicopatología de la Educación.
¿Cuáles son los trastornos más frecuentes en la actualidad?
Actualmente, la patología más frecuente es la del humor, es decir, la depresión infantil. Después, los trastornos de ansiedad: molestias digestivas, dolores de cabeza… Finalmente los trastornos alimentarios, que se dan fundamentalmente en la adolescencia, y el TDAH.
Pensaba que lo más frecuente sería la hiperactividad…
No, es lo que está de moda porque tiene un tratamiento concreto. Otras patologías no tienen tratamiento y no se ponen de moda. Pero lo más frecuente siempre han sido los problemas de la afectividad, la ansiedad y la depresión. Tanto en los niños como en los adultos.
¿La depresión infantil ha surgido ahora?
No, lo que pasa es que la depresión infantil suele desembocar en bajo rendimiento académico y problemas de conducta. Los niños manifiestan su malestar afectivo a través de cambios. Estamos viendo que detrás de muchos trastornos de conducta (ira, indisciplina…) hay situaciones de afectividad negativa (frustración, complejos, tristeza, inseguridad…). También aparecen molestias somáticas como dolores de cabeza o problemas digestivos.
¿Cómo saber si estamos ante un trastorno patológico o simplemente ante un “chico difícil”?
Hay test para medirlo, pero se puede decir que una alteración importante en el transcurso de una conducta normal indica que algo está pasando ahí. Un chico o una chica que sacaba buenas notas o que se portaba bien y que empieza a sacar malas notas o a comportarse mal. También puede padecer algún tipo de trastorno un niño que desde siempre “no es como los demás”. Por tanto, la comparación hay que establecerla consigo mismo o con el resto de los niños que son normarles.
¿Entiendo, por tanto, que puede tratarse de un problema concreto o de algo habitual?
En efecto, hay trastornos circunstanciales: sus padres se han separado, se ha muerto un hermano… Pero a un niño que es habitualmente problemático (no estudia, no se concentra, está siempre triste…) también le pasa algo. En este caso, el origen puede ser biológico o emocional.
¿Emocional?
Por ejemplo, ese niño está en un ambiente patológico porque sus padres no le atienden o porque le agreden o porque presencia peleas constantemente. Ese niño está sufriendo afectivamente y lo manifiesta con trastornos de conducta.
Supongo que estos casos son los más difíciles de detectar porque los que rodean pensarán que “el niño es así”…
La clave es que podemos estar ante una patología de la personalidad y del carácter. Es decir, puede ser que ese niño no tenga una enfermedad afectiva pero puede tener una manera de ser patológica que si no se corrige a tiempo puede desenvocar en una patología más tarde. lo que quiero decir es que un niño que no es normal hay que estudiar por qué no es normal.
Algún ejemplo.
Una niña que siempre saca malas notas y que siempre está enfadada. La razón está en que tiene un cociente intelectual (CI) límite y que sus padres están obsesionados con que estudie, no le dejan jugar, la comparan con el resto de sus hermanos que sacan buenas notas, es la tonta o la vaga de la casa… En clase, igual. La minusvaloran y la rechazan constantemente. Esa niña está amargada, está sufriendo bulling en su propia casa. No va poder sacar buenas notas porque tiene un CI de 80 pero nadie se ha dado cuenta: habrá que hacerle adaptación curricular.
Más.
Esa niña miedosa. Resulta que sus padres no pueden atenderla y la cuida su abuela que está todo el día aterrorizada porque a su única nieta le pase algo… Los niños son muy influenciables. En efecto, un carácter miedoso o inseguro o impulsivo o excesivamente tímido o perfeccionista o dubitativo puede ser la antesala de una patología más tarde.
¿Los padres somos culpables?
No hablaría de culpa en cuanto que obviamente no hay intención, pero sí son la causa. Padres patológicos de manera de ser educan patológicamente. Un padre pesimista educará un hijo pesimista, una madre insegura educará un hijo inseguro, un padre desconfiado…
¿Cuál es el molde de lo que podríamos denominar “una educación sana”?
Hay dos coordenadas que originan cuatro tipos de padres y sus respectivas formas de educar. Por un lado, la coordenada aceptación-rechazo. Rechazar no significa desatención sino no aceptar al niño como es. El rechazo más importante es el afectivo, el psicológico. El niño lo capta. Hace unos días tuve a un niño de 12 años con un cuadro de depresión porque había fallecido su abuelo con la que tenía mucha relación. ¿Por qué estás tan triste?, le pregunté. “Porque mi abuelo me quería mucho”. La madre que estaba delante saltó: “Pero yo también te quiero”. Y el niño contesto: “Tú quieres que apruebe”.
¿La otra coordenada?
Es la que resulta de tener en casa normas estables o no tenerlas. Los padres que aceptan a sus hijos pero no establecen normas generan niños caprichosos. Los que ponen normas pero no les aceptan educan niños acomplejados. Este es el caso más habitual con el que nos encontramos ahora. Los padres que exigen, que ponen límites, que fijan normas… pero desde el cariño son aquellos que educan hijos psicológicamente sanos.
Parece como si estuviésemos evolucionando desde una educación rusoniana a una educación jansenista. ¿Estamos pasando de educar niños caprichosos a educar niños acomplejados?
Sí, ¿sabes por qué? Porque hay muchos padres que no saben sufrir. Cuando su hijo no es como ellos quieren, sufren. En el fondo lo que quieren es que el hijo no les dé problemas, no se meta en líos, no se les eche a perder, no les dé la lata… En buena medida, esos padres prefieren ser policías para que sus hijos no les hagan sufrir. No soportan ver a sus hijos de los últimos de la clase. Se sienten demasiado protagonistas y no se fían del uso de la libertad que puedan hacer.