Francisco Villar: "Las pantallas no sirven para educar, porque están pensadas para reducir el esfuerzo"
Sin pantallas se publicó en 2024, con ilustraciones de Sara Caballería que adaptan para los chicos y chicas a partir de 9 años las ideas que Francisco Villar, doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en prevención de conducta suicida y en terapia familiar, expuso en Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos. Es una de las voces críticas de referencia sobre el efecto de los móviles en los menores de edad. En esta entrevista abordamos el reto que suponen para los profesores.
Parece haber llegado la hora de la alarma y el miedo frente a las pantallas. ¿Cómo afrontar la cuestión con ecuanimidad?
–Es fundamental que los niños y adolescentes enfrenten la vida con cierta tranquilidad y calma, sabiendo que los adultos estamos ahí para acompañarlos. No se trata de asustarlos, sino de ayudarlos a entender por qué los padres tomamos ciertas decisiones. Ese era uno de mis objetivos: comunicarles de forma clara el porqué de los límites y orientaciones que damos en casa.
¿Cómo llegó a especializarse en este tema?
–Mi carrera profesional comenzó cuando me pidieron que me ocupara de manera monográfica de la conducta suicida en la infancia. Trabajo en el Hospital Sant Joan de Déu, un centro de referencia en Cataluña. En 1998, se intentó establecer una unidad especializada en la atención de adolescentes con intentos de suicidio, dentro del proceso de especialización de la salud mental. Se crearon unidades para trastornos de la conducta alimentaria, trastornos psicóticos, del aprendizaje, del espectro autista, toxicomanías y abuso sexual. Sin embargo, la unidad específica para la conducta suicida no lograba encontrar profesionales dispuestos a asumirla.
En 2013, me pidieron que me hiciera cargo de esta unidad a nivel hospitalario. Mi trabajo consiste en atender a los chicos ingresados por intentos de suicidio y abordar su problemática con la familia. Inicialmente, mi primera reacción fue negarme, como haría cualquiera al enfrentarse a un desafío de esta magnitud. Pero luego, con la conciencia del sufrimiento humano y mi formación en psicología clínica y terapia familiar, acepté el encargo. Desde entonces, llevo 12 años dedicándome exclusivamente a la atención de familias con un menor de edad que ha intentado o pensado en quitarse la vida. Durante este tiempo, he sido testigo de la transformación del mundo digital y su impacto en la salud mental de los jóvenes.
¿Cómo ha evolucionado este fenómeno?
–Cuando empecé, en el año 2000, atendíamos a unos 250 chicos en urgencias por intentos de suicidio. En los últimos tres años, esa cifra se ha multiplicado por cuatro, llegando a más de 1.000 casos anuales. Es una situación tremenda. A esto se suma otro problema: en Cataluña, y probablemente en toda España, están cerrando aulas en los colegios porque hay menos niños, pero al mismo tiempo los dispositivos de salud mental están más desbordados que nunca. ¿Cómo es posible que haya menos niños y sin embargo más problemas de salud mental en la infancia y adolescencia?
En mi práctica diaria, me encuentro con casos que hace unos años eran impensables:
-Niñas de 13 años que han sido acosadas sexualmente en redes por adultos que se hacen pasar por adolescentes.
-Jóvenes que, para mantener el contacto con su país de origen, pasan las noches enteras chateando por Instagram, lo que les genera problemas de sueño, afecta su estado de ánimo y su rendimiento académico.
-Casos de ciberacoso que van más allá del acoso escolar tradicional.
Cada vez me preocupaba más el «vaciado» de habilidades en los adolescentes. Veía chicos que, al enfrentarse a una situación difícil, no sabían qué hacer y simplemente pedían que alguien les resolviera el problema.
Además, el acceso a la pornografía desde edades muy tempranas ha generado una distorsión preocupante en la sexualidad de los jóvenes. Se han documentado casos en los que adolescentes no encuentran satisfacción en una relación real porque su umbral de excitación ha sido elevado artificialmente por el consumo de pornografía extrema.
Me preocupa el vaciado de habilidades en los adolescentes, que no saben qué hacer y piden que otro les resuelva el problema
"Los adolescentes comprenden los riesgos de las pantallas, pero sienten que no tienen alternativas. ¿Los adultos hemos dejado de ofrecerlas?
–Exactamente. Nos han enredado en un modelo en el que los padres somos solo «suministradores de recursos». Si todo lo que hacemos es proporcionarles entretenimiento, ellos no desarrollan la capacidad de buscar sus propias soluciones. Cuando mi hija me dice «papá, me aburro», en lugar de darle una pantalla, le digo: «búscate la vida». Ese es un acto de confianza en su capacidad para generar sus propias propuestas.
Los niños y adolescentes necesitan espacios para desarrollar su creatividad y autonomía. Cuando en los colegios se prohibieron los móviles en el recreo, al principio los chicos se quedaron sin saber qué hacer. Pero en poco tiempo empezaron a pedir tableros de ajedrez, juegos y organizar nuevas actividades. El problema es que hemos incapacitado a nuestros hijos para que se hagan propuestas. Pero si eliminamos el distractor y permitimos que vuelvan a conectar con su capacidad de juego y exploración, empiezan a surgir nuevas opciones.

¿Hay evidencia de que reducir el tiempo de pantallas mejora la salud mental de los niños?
–Sí, hay estudios muy interesantes. En uno de ellos, se seleccionaron 1.000 familias y se les hizo un experimento:
-A 500 familias se les pidió que retiraran las pantallas de la convivencia del hogar durante dos semanas.
-A las otras 500 se les permitió seguir con su dinámica habitual.
Los resultados mostraron que, solo con eliminar el distractor, los niños mejoraron en:
-Ansiedad y depresión.
-Conductas prosociales.
-Juego activo (+45 minutos al día).
Esto confirma algo fundamental: los niños sanos no necesitan que los estimulemos artificialmente, solo hay que evitar fastidiarlos con estímulos innecesarios.
Los niños sanos no necesitan ser motivados con estímulos artificiales
"¿Cómo afectan el «umbral del placer» y los estímulos digitales a la motivación de los adolescentes?
–Pensemos en una persona adicta a una droga. Al principio, una pequeña cantidad le genera placer, pero con el tiempo necesita dosis más altas porque su umbral de placer ha aumentado. Con las pantallas ocurre algo similar: los adolescentes reciben estimulación pasiva y constante de los circuitos de recompensa de su cerebro. Cuando intentan realizar una actividad que requiere esfuerzo, como leer un libro o estudiar, les parece aburrido en comparación con la dopamina inmediata que les proporcionan TikTok o los videojuegos. Si un adolescente expuesto a la pornografía desde los 12 años llega a una relación real, puede encontrarse con problemas de excitación porque los estímulos normales ya no son suficientes.
Lo mismo ocurre con la educación: si un niño está acostumbrado a recibir placer inmediato de una pantalla, el aprendizaje le resulta poco atractivo. Por eso, tenemos que ayudar a los chicos a recuperar el placer del esfuerzo, del descubrimiento y de la interacción real. Los padres y educadores debemos confiar en que los niños tienen la capacidad de desarrollar sus propias soluciones. No se trata de prohibir por prohibir, sino de generar alternativas.
Si eliminamos el distractor digital, los niños y adolescentes volverán a generar propuestas. Volveremos a ver a los padres y niños conquistando los parques. No necesitamos llenarles la vida de estímulos; solo tenemos que dejar espacio para que encuentren los suyos.
Si un niño recibe placer de una pantalla, pierde el interés por aprender, descubrir e interactuar en la realidad
"¿Es posible que los profesores hayamos dejado de creer en la capacidad de trabajo de los alumnos, cuando les ponemos objetivos inmediatos, de aquí a mañana como mucho, o incluso solo para el final de la clase?
–Es como si estuviéramos ante una alienación general de la educación. En lugar de corregir el problema, intentamos paliarlo con soluciones superficiales. Me recuerda a lo que pasa con los optometristas: ponen gafas porque los niños no ven bien, pero nadie se pregunta por qué los niños ven peor ahora que antes. Del mismo modo, en educación tomamos decisiones que terminan afectando negativamente a los alumnos en habilidades que antes podían desarrollar con normalidad.
Muchos profesores me dicen: «Ya no puedo poner el mismo examen que hace cinco años». Lo he escuchado miles de veces. ¿Qué hacen entonces? Lo ponen más fácil. Muy bien, bravo, pero si todos hacemos lo mismo, estamos estafando a nuestros alumnos. Pasan horas en el colegio, están ahí para aprender, y el aprendizaje es fundamental, incluso como prevención del suicidio.
¿Por qué? Porque la capacidad de comprensión lectora y el coeficiente verbal aumentan con la escolarización, y estos son factores clave para la prevención del suicidio. La vida es una narrativa, y si no la entiendes, si no puedes darle sentido, es más fácil caer en la desesperación. Si impedimos que los niños adquieran habilidades lingüísticas y cognitivas, les privamos de herramientas para experimentar otras vidas, para empatizar, para interpretar el mundo. Decimos que «una imagen vale más que mil palabras», pero solo cuando tienes mil palabras que le den significado a esa imagen.
El lenguaje genera imágenes, pero el esfuerzo cerebral es necesario para construirlas. Hacer que los niños se esfuercen mentalmente es como hacer que practiquen deporte: es sano para ellos. Las conexiones cerebrales no surgen de la nada; se crean con propuestas desafiantes, con esfuerzo repetitivo que se transforma en aprendizaje. La etapa de crecimiento es la más propicia para generar estas conexiones, pero si no se acompaña de entrenamiento, ¿cómo se van a desarrollar?
Las conexiones cerebrales no se forman si no hay esfuerzo. Si se lo negamos a nuestros alumnos, les estamos estafando
"Si la clave es exigir más a los alumnos, implica más exigencia para el profesor. Pero ¿qué sindicato pedirá que se exija más trabajo a los profesores?
–Para mí, el reto no es solo exigir más a los alumnos, sino preguntarme: ¿soy yo quien ha caído en la dinámica de reducir cada vez más el esfuerzo? Los profesores necesitan más apoyo, y eso es indiscutible. El problema es que se han pedido más docentes y nos han mandado pantallas que solo complican más la enseñanza. Sabemos que estas herramientas no ayudan realmente al aprendizaje. Ahora todo se automatiza: LinkedIn te hace presentaciones, resúmenes de artículos, te escribe emails y ensayos con citas incluidas. Si todo lo hace la tecnología, ¿qué papel nos queda en la educación? Porque en educación no queremos que los niños produzcan, queremos que desarrollen conexiones cerebrales. Y a veces, menos trabajo producido significa más trabajo mental, pero para eso hay que generarles un esfuerzo real.
La educación no debería centrarse en la productividad externa, sino en lo que queda dentro del alumno. Lo que mis hijos hacen en el colegio, sus fichas y trabajos, pueden perderse en la próxima mudanza, pero lo importante es lo que se llevan en su interior. Y sin embargo, a veces los veo volver a casa sin ganas de aprender, y me pregunto: ¿qué han hecho hoy en el colegio? Porque si yo tengo que enseñarles raíces cuadradas en casa, volvemos a abrir una brecha: el niño con un padre que le explica y el niño cuyo padre trabaja todo el día y no puede ayudarle.
El esfuerzo intelectual es lo que no podemos perder en la educación. No podemos renunciar a la manipulación activa del conocimiento, al trabajo con las manos, especialmente en los primeros años. Hasta los 8 o 9 años, el aprendizaje debe involucrar todos los sentidos. El lenguaje no solo se codifica en el área de Broca y Wernicke del cerebro; se almacena en toda la estructura neuronal. Es como cuando antes marcábamos un número de teléfono de memoria: el movimiento del dedo ayudaba a recordarlo. La escritura manual es clave en este proceso.
Por eso, las herramientas de aprendizaje deben ser cada vez más pobres en asistencia. Primero les damos renglones para escribir recto, luego les hacemos escribir en un papel en blanco. Ese esfuerzo psicomotriz indica la calidad de sus conexiones cerebrales. Si un niño logra escribir bien sin líneas de guía, significa que ha desarrollado una gran riqueza neuronal. Pero si solo escribe en ordenador, la estructura se la da la máquina, y la memoria de trabajo queda inutilizada.
En adultos, podemos delegar parte de la memoria en la tecnología porque ya tenemos una estructura cognitiva consolidada. Pero en niños que aún están aprendiendo, es fundamental que desarrollen su capacidad de organización mental de ideas. Escribir es un proceso complejo: hay que pensar la idea, decidir si cabe en la frase, estructurarla, coordinarla con la motricidad de la mano… Esfuerzo puro. Y claro, terminan cansados, pero así es como se aprende. Igual que después de un entrenamiento físico uno se siente agotado, pero más fuerte.
Los beneficios del deporte no dependen de que te guste o no. Los niños que disfrutan el deporte se benefician de él. Los que no lo disfrutan, también. Y los que son torpes en él, igualmente. Porque el deporte tiene efectos en el neurodesarrollo, en la coordinación motora, en la salud cardiovascular y pulmonar. Lo mismo ocurre con el aprendizaje: no deberíamos pensar «¿para qué va a aprender raíces cuadradas si va a ser pintor?». No sabemos lo que será ese niño, pero lo que sí sabemos es que cuanto más entrene su mente, mayor será su reserva cognitiva.
La reserva cognitiva es clave en neurociencia. Protege contra el Alzheimer, la demencia senil y la pérdida cognitiva tras episodios psicóticos. Se construye en la adolescencia y nos protege en la vida adulta. Y, más allá de la prevención de enfermedades, está el placer de conocer. El conocimiento en sí mismo es un sentido vital, un camino hacia la bondad, la profundidad y el enriquecimiento personal.
Si robamos a los niños esas oportunidades de aprendizaje, si reducimos el nivel de exigencia, les estamos quitando algo fundamental. Lo peor es que ni siquiera sabemos con claridad qué se espera de cada nivel educativo. He leído los currículos actuales y no los entiendo. Y no es problema de mi comprensión lectora; simplemente no están bien redactados. Antes era claro qué debía aprender un niño en cada curso. Ahora, los documentos están llenos de conceptos ambiguos y difusos.
Si queremos educar con el ejemplo, los maestros deben amar el conocimiento. Pero a veces me pregunto si algunos, por vagancia o resentimiento, han optado por una enseñanza mediocre. «A mí me exigieron mucho y sufrí en la escuela, así que ahora hay que cambiar el sistema». De acuerdo, pero gracias a esa exigencia, hoy tienes las herramientas para criticarlo.
Todo esto debería estar siendo debatido en el Ministerio de Educación con más contacto con la práctica real. Pero en lugar de eso, vemos niños de primaria pasando horas frente a una pantalla cuando los pediatras recomiendan un máximo de una hora diaria sumando la escuela y la casa. El problema es claro: las pantallas son mejores herramientas de producción, pero peores herramientas de aprendizaje. Y cuanto más se enfoca la educación en producir resultados rápidos, más se atenta contra el proceso real de aprender.
Cuanto más se enfoca la educación en producir resultados rápidos, más se atenta contra el proceso real de aprender
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Me parece un error mezclar los indudables perjuicios que ocasiona una exposición intensa a los móviles y a las redes sociales con programas de aprendizaje en pantallas que son muy útiles a las familias precisamente mejorar el aprendizaje de competencias como las matemáticas y la comprensión lectora. En el mundo anglosajón se está siendo especialmente cuidadoso en la distinción de móviles y redes sociales de «pantallas». Creo que merecemos el mismo rigor a la hora de abordar estos asuntos.
Totalmente de acuerdo con el Sr. Francisco Villar.
Durante 40 años he estado dedicado a la enseñanza de la formación profesional. En ese período de tiempo, especialmente en los últimos 20 años, he podido constatar junto con otros colegas, que los alumnos de cada nueva promoción llegaban menos preparados y gran parte de la culpa la tienen las pantallas, puesto que el crecimiento de este fenómeno y el crecimiento del uso de las pantallas siguen líneas paralelas ascendentes. Esto supone que mientras la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, la inteligencia humana de las futuras generaciones se va deteriorando. «El que algo quiere, algo le cuesta», para aprender cualquier cosa se deben realizar esfuerzos, e incluso sacrificios. Si nada es sacrificado, nada puede ser obtenido».
Por otro lado el progreso es imparable. Declararte contra él es comparable a la lucha de Don Quijote de la Mancha contra los molinos de viento, tienes todas las de perder.
He sido miembro del Consell Escolar de Catalunya durante 8 años, y creo que de todos los dictámenes emitidos, el más acertado fue el que se libró a la consellera d’Educació, Anna Simó, para ordenar la prohibición del uso de los móviles en los colegios, la cual también se hizo extensiva a toda España.