Abriendo los ojos a una triste realidad actual
El diez de mayo llegó a cines de toda españa Rebelde (War Witch), interesante película canadiense que estuvo nominada al Oscar a la mejor película extranjera hace unos meses. Aborda una realidad a la que Occidente cierra los ojos con demasiada frecuencia: el reclutamiento forzoso de niños para la guerra.
La trama de Rebelde (War Witch) transcurre en un país innombrado del África negra francófona. Innombrado por razones obvias. El director y guionista Kim Nguyen no quiere indisponerse innecesariamente con algún país concreto, y por otro lado, a buen entendedor, pocas palabras bastan. La aldea de Komona, una niña de doce años, va a ser completamente arrasada por la facción rebelde que combate contra las autoridades gubernamentales. Y la pequeña es obligada de un modo brutal a incorporarse a la lucha armada, convirtiéndose en niña soldado. El tiempo pasa, y ella se convierte en una especie de talismán para los combatientes, una bruja de la guerra, a la que se atribuyen visiones que ayudan en algunas victorias. En ese entorno salvaje encuentra el afecto y la amistad de Mago, un chico albino que empieza a cortejarla para tenerla como esposa.
Sorprendente película, decididamente multicultural, pues es de nacionalidad canadiense, transcurre en África, su director y guionista Kim Nguyen es de origen vietnamita y los aires de la banda sonora hacen pensar en la samba. Rodada en alta definición, Rebelde (War Witch) arrasó en los premios de la Academia canadiense, además de hacerse en Berlín con el Oso de Plata a la mejor actriz, la joven Rachel Mwanza –una auténtica “niña de la calle”, encontrada casi por casualidad, y que sorprendió a Nguyen por su naturalidad–, y una nominación al Oscar a la mejor película extranjera. Tiene la virtud de abrir horizontes al espectador, al presentarle verdades que con ignorancia culpable, muchos, demasiados, no tienen en cuenta. Cierto que en Occidente nos azota la crisis, pero otros lo pasan peor, y exponer a la gente joven a descubrirlo con este film puede ser una experiencia apasionante.
Rodada en Kinshasa, en la República Democrática del Congo, al director se le ocurrió la trama leyendo en un periódico sobre la existencia de niños que adquirían un significado sagrado para los que luchaban en la guerra: “Empecé a documentarme acerca de los niños soldados y de su mundo imaginario. Después de varios años nació el guión; un guión que intentaba rendir homenaje a los verdaderos héroes africanos: hombres, mujeres y niños cuya resistencia humana siempre será capaz de sobreponerse a las tragedias de la guerra.”
En esta película, a veces críptica y que exige la atención del espectador, Kim Nguyen consigue algo casi milagroso, pues su narración, que resume lo acontecido a lo largo de poco más de dos años, fluye con increíble naturalidad en perfecto equilibrio. De modo que presenta con enorme delicadeza dilemas brutales en aras a la supervivencia, y a la vez es realista y lírico; e introduce elementos mágicos sin resultar chirriante ni pesado, algo que no pueden decir muchos cineastas. Sabe narrar una historia de amor adolescente nada empalagosa, de búsqueda de la paz de la conciencia, y muestra la belleza de la maternidad en una situación límite. La cinta, dura pero necesaria, es un ejemplo perfecto de cómo se pueden contar historias extremas que abordan problemas complejos donde asoma lo peor de la naturaleza humana, y hacerlo sin resentimiento y con apertura a la esperanza. Los actores principales, perfectos desconocidos que debutan en la pantalla, resultan muy creíbles y conmueven. Se diría la película ideal para proyectar a una juventud occidental aborregada, que ignora lo que les ocurre a sus coetáneos de otros puntos.