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Los rankings de centros sirven si se acompañan de más datos para los padres

MAGISTERIO organizó el pasado día 25 un coloquio sobre evaluación, en el que los asistentes se mostraron a favor de asociar la nota de los centros a otros factores que pueden ser de utilidad para las familias.
Adrián ArcosMartes, 1 de octubre de 2013
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“¿Nos vamos a convertir en centros preparadores de exámenes para estar arriba en un ranking, o vamos a cambiar las formas de dar clase para que los alumnos estén realmente preparados y puedan resolver problemas competenciales?”. Fue una de las cuestiones que lanzó Santiago García, director de sección del Colegio “Tajamar”, durante el nuevo coloquio organizado el pasado miércoles por MAGISTERIO en colaboración con Cospa&Agilmic, dentro del ciclo Mesa de expertos: La Educación a debate. En esta ocasión, el coloquio trató sobre Aplicación de los sistemas de evaluación competenciales, y contó con la participación de seis responsables de centros que ofrecieron su visión sobre las nuevas formas de evaluar.
“Nos convertimos en preparadores de pruebas externas en vez de preparadores de alumnos competentes”, denunció también Javier González, del Colegio “San Ignacio” (Jesuitas de Pamplona). Para él “la Educación no se puede basar en rankings, sino que éstos deben servir para la mejora y, como mucho, para compararse con centros que sean similares entre sí”.

Desde la Pública, Javier López, director del IES “Madrid Sur” (Madrid), consideró “terrible el tema de los rankings y la utilización de calificaciones de centros sin tener en cuenta el valor añadido que aportan a los alumnos que ingresan en el centro con un bagaje cultural bajo”. Él es más favorable a “ver qué saben esos chicos cuando llegan al instituto y cuando salen después de cuatro años”. Por eso López apuesta por “evaluaciones con estudios longitudinales, que analicen el diferencial durante una serie de años”.

Por su parte, Víctor Manuel Rodríguez, director del área educativa de Fuhem, se mostró partidario de las evaluaciones externas y estándares en el sistema, pero “utilizándolas de manera general, contextualizándolas e intentando que sirvan para mejorar en términos globales, no publicando los resultados individuales de un centro o alumno concreto”.

Según Gloria Gratacós, directora del Área de Educación del Centro Universitario Villanueva, “evaluar comparándote con el otro siempre es injusto y no lleva a nada; lo que realmente da sentido al proceso de mejora es compararse consigo mismo”. Gratacós se mostró contundente: “Tú tienes que saber de dónde partes y debes tener un reto, que es adónde puedes llegar”. Pero advierte de que “es un proceso que no se puede evaluar con una foto o con un número” y culpa de ello no sólo al sistema, sino también a los propios docentes: “¿Cuántos de nosotros no nos fiamos del alumno y queremos el dato? Al final lo que perseguimos es ver si ha aprendido o no, si sabe ese concepto o no, y para ello es más fácil poner una nota”.

PISA: el mejor modelo
Si hubiera que ir a un modelo de evaluación externa, el representante de Fuhem cree que “habría que fijarse en PISA por cómo está concebida y por la manera en que se presentan los resultados, ya que, aunque no haga un estudio longitudinal del alumno, presenta información contextual desde puntos de vista distintos y relaciona los resultados que se obtienen con un montón de factores”. De esta forma, “permite hacer un diagnóstico fiable del sistema educativo y propone planes de mejoras, sin que la evaluación forme parte del expediente del alumno”.

El director del “Madrid Sur” criticó también que “se metan todas las pruebas en el mismo saco, ya que es injusto para las evaluaciones buenas respecto a las pruebas bodrios”. A su juicio, “PISA está bien construida y fundamentada; sin embargo, toda la colección de pruebas CDI de 3º de ESO de la Comunidad de Madrid no está diseñada para medir competencias”.

Para Arturo Alonso, director del Colegio Salesiano “San Juan Bautista” de Madrid, “si se da información, hay que dar infinitos datos más”. Él no es partidario del “número frío, porque no es más que un número, o se contextualiza o no sirve de nada”. Javier López también incidió en que “los datos no dicen nada de lo que ocurre dentro del centro y, por ello, la función de los padres es ver las instalaciones, los programas de convivencia, las actividades extraescolares, el currículum que se desarrolla, hablar con el director y el profesorado, y no tanto fijarse en un dato numérico de una prueba determinada”.

En la misma línea que la evaluación longitudinal que defendía López, se mostró Santiago García. Para el director de sección de “Tajamar” son imprescindibles los “datos de evolución, ya que permiten analizar por qué un centro que obtiene un 9 lleva años anclado en esa nota y otro, sin embargo, va subiendo cada año”. De igual forma aboga por “la evaluación que los propios padres hacen del centro, por ejemplo en ámbitos como las TIC, el inglés o el comedor”.

El director de Fuhem se pregunta: “¿Qué tiene derecho a conocer el usuario?”. En su opinión, “muchas más cosas que el número”. De hecho, él no cree que los rankings den poder a los padres, sino que los considera “una estafa”. “Estás haciendo creer a los padres que toda la calidad del centro se concentra en esa nota y no les das otra información que quizá les gustaría saber”, argumenta. Él no niega que se tenga que dar publicidad de los centros, pero cree que esa información debe ser de muchos más ámbitos y aspectos. “Si tú das 150 indicadores, ahí sí das poder a las familias para que se fijen donde de verdad les interesa, que a lo mejor no es cómo han ido las CDI”, apostilla.

Una asignatura pendiente
En el coloquio también hubo ocasión de tratar la evaluación docente como una asignatura pendiente. Arturo Alonso, del Colegio Salesiano “San Juan Bautista” manifestó que “el centro, como cualquier empresa, tiene que hacer una evaluación de su personal y ver quién está siendo competente, de forma que los recursos que se ponen a su disposición mejoren los resultados de sus alumnos”. El problema, señaló, es que “en España tradicionalmente el maestro ha sido intocable y las aulas son espacios cerrados”.

Alonso destacó los efectos positivos que producen los sistemas de gestión de calidad en los centros: “Nos ayudan bastante y la evaluación de competencias del personal permite compararte con centros del mismo tipo o congregación”. Javier González, de los Jesuitas de Pamplona, explicó también un sistema propio de evaluación que han puesto en marcha: el SEOM (Sistema de Evaluación Orientado a la Mejora). Todo el plan de formación está basado en este sistema, que está orientado a las competencias del profesorado, y que ha hecho que los docentes perciban la evaluación propia con mayor naturalidad.

El problema no lo tienen tanto los centros privados o concertados –que pueden poner en marcha sus propios sistemas de evaluación– como los públicos, donde esto resulta más complicado. “No es lo mismo trabajar para una empresa que posea uno o varios colegios, que ser un funcionario público y que, o asesinas a un niño, o difícilmente te van a mover de tu puesto”, ironizaba el director del “Madrid Sur”. “Sí es cierto que algunos departamentos pasan cuestionarios a los alumnos o a las familias para que respondan a una serie de variables, pero no deja de ser algo voluntario, aleatorio y siempre –insistiendo para romper miedos– orientado a la mejora”, explicó López. En este sentido, se mostró partidario de “una cultura de apoyo entre compañeros y que el aula deje de ser el jardín privado donde no puede entrar nadie”.

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