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Lecciones de Schleicher sobre nuestra Educación

Martes, 11 de febrero de 2014
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Schleicher habló en la Semana Monográfica Santillana y afloraron una vez más los pecados inconfesables de nuestra Educación. Ahí van una serie de perlas para el que quiera recogerlas:

“España no ha iniciado aquellas reformas de los países que tienen mejor rendimiento (…). La Lomce es un marco normativo que, en principio, es para aumentar la responsabilidad, la flexibilidad, la transparencia…”. Contrasta la impopularidad de que goza la llamada “Ley Wert” con el aprecio que suscitan más allá de nuestras fronteras los principios que defiende esa misma ley. ¿Será que pocos se la han leído? ¿Será que se está rechazando una etiqueta –la marca “Wert”– y que realmente no hay una crítica fundamentada al fondo de la norma?

Continúa Schleicher: “En países de Asia oriental hay un ambiente de colaboración entre los profesores, también de competencia, pero esto crea un entorno de mejora constante. Es una combinación de autonomía profesional y cultura de la colaboración”. Contrasta esa “combinación” con la mentalidad cainita tan propia de nuestra cultura, donde competencia y competitividad se entienden mal, como lucha encarnizada, agresividad, etc. Competitividad tiene la misma raíz que competencia y competición y hay que gestionarla con espíritu deportivo, sólo así combina bien con su media naranja, la colaboración. ¿Son compatibles la competencia y la colaboración? Más aún, no quiero una sin la otra.

“Los estudiantes en España reproducen bien lo que se les enseña, pero les cuesta extrapolarlo, utilizarlo con creatividad. El problema es que decimos a los profesores exactamente lo que tienen que enseñar. No son dueños para enseñar, no se les da libertad”. A vueltas con la falta de autonomía o, lo que es lo mismo, con la falta de confianza en nuestros centros, nuestros directores y nuestros profesores. Ya sé que libertad, autonomía y confianza hay que ganárselas. Que primero hay que formar al profesorado y garantizar unos mínimos de calidad en el sistema, etc. Lo he escuchado y me lo creo, pero también todo esto me termina oliendo a cierto paternalismo… La experiencia dice que uno nunca termina de ser merecedor de la confianza del señorito. ¡Ay, estos liberales de coche oficial!

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