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Sobre el proyecto de Ley de Colegios Oficiales de Pedagogos

Por Ricardo Moreno
Martes, 2 de junio de 2015
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Quienes vivimos preocupados por la debacle de Educación en España tuvimos un asomo de esperanza con la victoria del Partido Popular. Incluso los que no lo votamos ni simpatizamos con muchos de sus planteamientos estábamos convencidos de que en Educación ya no se podían hacer las cosas peor. Pero la desilusión llegó pronto, y con ella el recuerdo de una amarga lección tantas veces olvidada: que en la estupidez y en el mal hacer nunca se toca fondo. La promesa del Bachillerato de tres años fue olvidada (y burdamente envuelta en la conversión del curso cuarto de la ESO en una especie de prebachillerato), la jerga vacía de los pedagogos fue asumida por las nuevas autoridades educativas, y continuó la desidia frente a las autonomías que no obedecen las directrices del Ministerio en aquello que sí tienen competencia.

Y he aquí que existe un proyecto de ley por la que se crea un Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos. Incluso los más ingenuos y bien pensantes sospechamos que no va a ser algo que se ocupe simplemente de reivindicaciones profesionales, sino que va a dar todavía más cancha a quienes han destrozado la Educación en España. ¿Es que no hay ya suficientes evidencias de que los mayores enemigos del conocimiento son los pedagogos? Y entendiendo por tales no solo los licenciados en Pedagogía, sino también psicólogos evolutivos, sociólogos de la Educación y profesores de instituto que han asumido esa jerigonza pedagógica que ha sumido a nuestros estudiantes en la ignorancia. Y como las palabras valen mucho más que las imágenes (por lo menos para quienes no somos analfabetos), a las palabras me remito.

Por ejemplo, Santos Guerra (profesor de didáctica de la Universidad de Málaga) sostiene que, entre las contradicciones de la escuela está el “guardar silencio para empezar la clase de Lengua”. Ya se me dirá cómo un estudiante puede aprender en una clase de Lengua si sus compañeros le impiden oír la explicación del profesor. El lenguaje, para cumplir con su función, requiere del silencio y la atención de quienes oyen, y no hay en ello contradicción alguna. Pero se conoce que el profesor Santos Guerra no ve necesario que los alumnos aprendan gramática.

Bernal Agudo (profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza) opina que “educar no es transmitir datos, informaciones ni siquiera conocimientos, se trata sobre todo de formar personas que sean capaces de aprender a aprender”. El desprecio por el saber del profesor Bernal Agudo es evidente. ¿Cómo va a seguir aprendiendo por su cuenta quien abandona la escuela sin conocimientos?

Jurjo Santomé, de la Universidad de La Coruña, dice que “el problema de las escuelas tradicionales, con su fuerte énfasis en los contenidos culturales presentados en paquetes disciplinares, en forma de asignaturas, es que no logran que el alumnado sea capaz de ver esos contenidos como parte de su propio mundo”. ¿Y en qué otra clase de contenidos debería poner el énfasis, me pregunto, una institución cuya primordial misión consiste, precisamente, en la transmisión de cultura?

Es posible que al comenzar la escuela los niños tengan la sensación de que les cuentan cosas ajenas a su mundo. Pero se trata de que al acabar los estudios esas cosas sí pertenezcan a su mundo. Ese es el triunfo de la escuela. Cuando empecé a estudiar, nada podía importarme menos que las coplas de Jorge Manrique, el cálculo integral o los diálogos de Platón. Pero todas esas cosas ya pertenecen, para siempre y gracias a la escuela, a mi mundo. Solo los incultos pueden encontrar criticable que la escuela enfatice en los contenidos culturales. Estos textos no son en absoluto una excepción, muchos muy semejantes se pueden encontrar en la red. Pero de este tema, el desprecio de los pedagogos por el saber y la cultura, me ocupo mucho más a fondo en un libro que espero no ha de tardar en aparecer, titulado La conjura de los ignorantes.

¿Por qué son tan reacios nuestros políticos en acudir a los profesores a la hora de hacer leyes de Educación? Existen muchísimas personas en España, profesores de universidad que antes lo han sido de institutos, o profesores de instituto y de enseñanza Primaria que mucho saben y mucho podrían aportar. Pensemos en helenistas como Luis Gil, García Gual o Rodríguez Adrados, en latinistas como Juan Gil, en filólogos como Gregorio Salvador, o en filósofos como Emilio Lledó. Todos ellos son catedráticos de universidad que antes lo fueron de instituto. Entre los actuales profesores de instituto están escritores como Luis Landero, Méndez Ferrín y Alonso Montero, o filósofos como José Antonio Marina y José Sánchez Tortosa. La lista de los buenos matemáticos que conozco sería demasiado larga para ponerla aquí. Cuando comenzó la reforma vivían todavía el escritor Gonzalo Torrente Ballester, el crítico literario Miguel García Posada, el historiador Antonio Domínguez Ortiz y el matemático Juan Ochoa Mélida. Los cuatro eran catedráticos de instituto y ninguno fue consultado, así como tampoco lo fueron ninguna de las personas anteriormente citadas, ni tantas otras que tanto podrían aportar. Cuánta sabiduría y cuánta experiencia sacrificadas frívolamente en el altar de los dogmas de una pedagogía que, sin el menor rubor, se autoproclama progresista. Pero a los creadores de la reforma este sacrificio no les preocupa. Sabiendo muy poco sobre estudiantes de Bachillerato, desoyendo las voces más autorizadas, y con el atrevimiento propio de los ignorantes, se han cargado literalmente la enseñanza pública en España. Y ahora se crea un Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos. ¿Pero cuándo, Señor, se recuperará la cordura en este país?

Ricardo Moreno es catedrático de instituto jubilado y autor de Panfleto antipedagógico y De la buena y la mala Educación.

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