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Evaluaciones externas y calidad

El autor asegura que "es evidente que la existencia de una evaluación externa con efectos académicos produciría una gran mejora en la calidad del sistema educativo, pero solamente para aquellos que superaran todas las barreras".
Miércoles, 7 de octubre de 2015
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La búsqueda de la excelencia y de la mejora de la calidad de la Educación ha llevado a nuestro país, siguiendo directrices internacionales, a establecer evaluaciones externas al final de cada etapa educativa. Para los que llevamos muchos años defendiendo la necesidad de un sistema educativo con evaluaciones externas, es una buena noticia porque es lo que hay que hacer.

Otra cosa es el carácter de esas evaluaciones y los efectos que deban tener. Y para ello lo más adecuado es proceder a un breve análisis de la situación. La enseñanza básica es una enseñanza obligatoria que sirve para que todos los jóvenes cuenten con una formación mínima necesaria que les permita proseguir su vida académica o profesional. Un sistema educativo que no consiga ese objetivo debe ser modificado, porque hace responsables del fracaso a los alumnos cuando el que fracasa es el propio sistema.

Coincido plenamente con los planteamientos de Antonio Jimeno, presidente del sindicato AMES (MAGISTERIO, 23/9/15), en el sentido de que “la evaluación final de ESO ha de ser la misma en todas las comunidades autónomas, ya que solo así se podrán hacer comparaciones objetivas entre ellas” y de que “la realización por parte de la Administración de una evaluación externa al final de la ESO serviría para garantizar a las familias y a la sociedad que las calificaciones que dan los centros realmente reflejan los conocimientos y competencias adquiridos por los alumnos”, pero no consigo ver la utilidad de que los alumnos que no cursan el Bachillerato precisen de una prueba externa con valor académico. Tampoco comparto obviamente la idea de que “si no se hiciera una evaluación externa al final de la ESO que fuera necesario aprobar para poder acceder a la FP o al Bachillerato, se mantendría el círculo vicioso que estamos viviendo desde hace décadas”. Un objetivo de nuestro sistema educativo debe ser que todos o casi todos nuestros alumnos accedan a un Bachillerato o a una Formación Profesional, y para eso la simple existencia de una evaluación externa puede romper por sí sola ese “círculo vicioso”. Prueba de ello ha sido el efecto de la prueba de 6º de Primaria en la Comunidad de Madrid. Aunque no conviene olvidar que, además, el sistema educativo necesita urgentemente la puesta en marcha de modificaciones estructurales y organizativas.

Las evaluaciones externas son útiles ya que aportan una información de la que hemos carecido hasta ahora. En nuestro sistema educativo actual, hasta la fecha, la única información que sobre un alumno reciben los padres, es la que proporcionan de manera individual o colectiva los profesores. Cada año, los alumnos pasan de un curso a otro, de un profesor a otro sin que exista ningún mecanismo de asunción de responsabilidades cuando los niveles de los estudiantes no son los adecuados. A pesar de que la inmensa mayoría de profesores son buenos profesionales, estas prácticas conducen, de manera inexorable e inconsciente, a menores niveles de exigencia, lo que al final del proceso educativo se traduce en resultados mediocres. Por lo tanto, la simple existencia de una evaluación externa corrige esta situación al crear un mecanismo de control que genera una responsabilidad compartida.

Aunque aún se haga por razones ideológicas, ya nadie discute la necesidad de una evaluación externa por razones educativas. Sus ventajas son evidentes para todos, alumnos, padres, profesores y administraciones, ya que proporcionan información que, además de lo expuesto anteriormente, permite tomar el pulso al sistema, conocer sus fortalezas y sus debilidades, analizar los resultados y tomar las medidas necesarias para corregir defectos e introducir mejoras.

Una vez aclarada la importancia y la necesidad de un sistema educativo con evaluaciones externas, tenemos que ver cuál puede ser su impacto. Tal y como están contempladas en la última ley educativa, la evaluación de 6º de Primaria tiene carácter diagnóstico y las de final de Secundaria Obligatoria y de Bachillerato tienen efectos académicos. Eso significa que estas dos últimas deben ser superadas para poder proseguir los estudios. Poco o nada se puede decir del tramo postobligatorio ya que, al ser un requisito para acceder a estudios superiores, se justifica plenamente la necesidad de obtener el título de Bachiller.

Pero otro tema es la evaluación final de la ESO. ¿Cuál es el efecto que va a producir? Si con el sistema actual, al final de 4º de la ESO uno de cada cuatro alumnos no obtiene el título de Graduado, la existencia de una evaluación final con efectos académicos, posterior a la superación del curso, no puede más que incrementar ese número. Se trata por lo tanto de una segunda barrera para el 75% que supera la primera. Y obvia decir que el número de aprobados en la segunda prueba en ningún caso puede ser mayor que el de la primera. Eso simplemente significa que tendremos más alumnos sin el título de Graduado en Educación Secundaria y, por lo tanto, más fracaso escolar.

Es evidente que la existencia de una evaluación externa con efectos académicos produciría una gran mejora en la calidad del sistema educativo, pero solamente para aquellos que superaran todas las barreras. Hoy en día ese no debe ser el objetivo. El reto está en conseguir mejorar la calidad de nuestro sistema educativo procurando no dejar a ningún estudiante atrás. Y para ello, además de otras medidas, la evaluación externa al final de la Educación Secundaria Obligatoria no debería tener efectos académicos, pero sí orientadores y correctores.

Xavier Gisbert da Cruz fue director general de Evaluación y Cooperación Territorial del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

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