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Evaluaciones de ESO con valor académico

Según el autor, "las evaluaciones finales de ESO con valor académico son la solución al principal problema que ahora tenemos en nuestro sistema educativo".
Martes, 20 de octubre de 2015
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Escribo en respuesta al artículo “Evaluaciones externas y calidad” del señor Xavier Gisbert, publicado en MAGISTERIO el 6 de octubre de 2015. Coincido parcialmente con el autor en el análisis que hace de la situación actual de la ESO y que él explica así: “Cada año los alumnos pasan de un curso a otro, de un profesor a otro sin que exista ningún mecanismo de asunción de responsabilidades cuando los niveles de los estudiantes no son los adecuados. A pesar de que la inmensa mayoría de profesores son buenos profesionales, estas prácticas conducen, de manera inexorable e inconsciente, a menores niveles de exigencia, lo que al final del proceso educativo se traduce en resultados mediocres”. Mi coincidencia con esta descripción es parcial porque, en mi opinión, el profesorado no llega a establecer unos menores niveles de exigencia de forma inconsciente, sino de forma consciente, obligado por el hecho de que, al no haber ningún control externo, si no aprobara a un buen número de alumnos que no han llegado al aprobado, los alumnos se irían a otros centros más permisivos, por lo que su centro, en pocos años, se quedaría sin suficientes alumnos con los que llenar los cursos de Bachillerato o de FP. Y así se alimenta el círculo vicioso de que a menor exigencia del profesorado, menor esfuerzo del alumnado, y a menor esfuerzo del alumnado, más ha de rebajar el nivel de exigencia el profesorado. El resultado de todo ello nos lo muestran las pruebas internacionales, como son las pruebas PISA, y es que como país nunca hemos aprobado ni en ciencias, ni en lengua ni en matemáticas.

Conscientes de esta situación y con la intención de mejorarla, los autores de la Lomce establecieron las evaluaciones finales de la ESO con valor académico, las mismas para todas las comunidades autónomas y con dos modalidades con diferente tipo de exigencia, una que permite el acceso a la FP y otra que permite el acceso al Bachillerato. Además, para los alumnos que por falta de capacidad o de interés no son capaces de superar el segundo curso de la ESO, se establece la vía de la FP Básica, pensada para acceder al mundo laboral a los 16 o 17 años y con la posibilidad de acabar la ESO más adelante.

Ante este nuevo escenario, que considero que puede estimular al alumnado a esforzarse más y que permite que todos los alumnos puedan encontrar un camino que se adecúe a sus capacidades e intereses, el señor Gisbert expone su temor a que aumente el fracaso escolar, concretamente dice: “Si con el sistema actual, al final de 4º de la ESO uno de cada cuatro alumnos no obtiene el título de graduado, la existencia de una evaluación final con efectos académicos, posterior a la superación del curso, no puede más que incrementar ese número.” En mi opinión se equivoca en su análisis por dos motivos: el primero es que en cuanto el alumnado constate que no es el profesorado de su centro el que decide si él aprueba o no la ESO, sino una prueba externa, se va a esforzar mucho más y, por lo tanto, va a aprender mucho más. Un ejemplo de ello lo tenemos en nuestros alumnos de Bachillerato que se esfuerzan mucho más que cuando cursaban la ESO, simplemente porque al final del Bachillerato ha de superar una prueba externa, las PAU, para poder acceder a la universidad. Y eso pese a que dicha prueba la supera un 95% de los que se presentan. ¿Por qué hemos de pensar que no pasaría lo mismo en las evaluaciones finales de ESO? El segundo motivo es que la Lomce establece dos modalidades de 4º de ESO, la dirigida hacia la FP y la dirigida hacia el Bachillerato, por lo que ya se podrán adecuar los contenidos a las capacidades e intereses de los alumnos para que puedan superar su prueba, a diferencia de lo que sucede actualmente.

Por último quiero referirme a la propuesta del señor Gisbert, que consiste en que sí se hagan evaluaciones externas pero que no tengan valor académico, sino meramente informativo para los padres y para los centros. Concretamente dice: “Aunque aún se haga por razones ideológicas, ya nadie discute la necesidad de una evaluación externa por razones educativas. Sus ventajas son evidentes para todos, alumnos, padres, profesores y administraciones ya que proporcionan información que permite tomar el pulso al sistema, conocer sus fortalezas y sus debilidades, analizar los resultados y tomar las medidas necesarias para corregir defectos e introducir mejoras”.

La realidad es que si unas evaluaciones finales no tienen valor académico, es decir no influyen en si el alumno puede pasar o no a la siguiente etapa, su efecto estimulador hacia el esfuerzo es prácticamente nulo y sin eso, por mucho interés que ponga el profesorado y por muchas medidas y cambios que se hagan, los resultados no van a mejorar. Por suerte disponemos de experiencia suficiente. En Cataluña ya se hacen evaluaciones finales de 4º de ESO desde 2012, evidentemente sin valor académico, ya que la LOE no lo permite. El resultado es que si bien ahora la Consejería de Enseñanza ya sabe el nivel de los centros, no han servido para mejorar significativamente los resultados de los alumnos. Concretamente en las de este año los resultados en matemáticas fueron más bajos que en las anteriores, e incluso, como sucedió en 2014, algunos centenares de alumnos se negaron a hacer dichas evaluaciones aludiendo a que si no influían en las calificaciones finales, ellos no tenían por qué hacerlas. Mucho esfuerzo económico y humano para tan pocos beneficios, justamente porque no tienen valor académico y porque estamos hablando de alumnos de 16 años y no de 12 años, como sucede en las evaluaciones de 6º de Primaria.

No lo duden, las evaluaciones finales de ESO con valor académico son la solución al principal problema que ahora tenemos en nuestro sistema educativo. Si se ponen en marcha, en pocos años vamos a tener la mejora de resultados más importante de todos los países que participan en las pruebas PISA. Y va a ser una mejora de verdad, basada en el esfuerzo del alumnado y del profesorado, y no una simple mejora de estadísticas de falso éxito escolar para uso interno. Todos los partidos políticos deben dejar de hacer populismo y apoyarlas. Estas pruebas pueden ser la base del necesario gran Pacto de Estado por la Educación.

Antonio Jimeno es presidente del sindicato de profesores AMES

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