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In memoriam: José Luis de la Monja

Martes, 11 de octubre de 2016
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Recientemente, nos ha dejado José Luis de la Monja. A muchos quizá no les diga nada. Para quienes hemos desarrollado alguna actividad en el ámbito educativo español, ha sido una enorme pérdida. José Luis era el secretario general del Consejo Escolar del Estado, al que dedicó buena parte de su vida, en concreto dos décadas. Hasta el punto que resulta difícil imaginar a otra persona en ese órgano. De la docencia (en el Ramiro, le gustaría puntualizar a él), José Luis pasó a otros menesteres, pero siempre girando en torno a la Educación, sin duda una gran pasión además de vocación. Y fue allí donde demostró, quizá mejor que en ningún otro sitio, los grandes valores humanos que atesoraba. Con gobiernos de todos los colores, con presidencias de todos los estilos, José Luis siempre demostró una absoluta lealtad y un alto grado de responsabilidad para desempeñar las funciones que tenía encomendadas. Entre ellas, también prestar asistencia a los miembros del Consejo que representábamos a las organizaciones sociales, labor en la que nos atendió a todos con enorme afecto y gran profesionalidad, cualidades que en él no fueron nunca incompatibles. No importaba cuál fuera el sector social al que se representaba o la organización de la que se procedía. Siempre amable, siempre dispuesto y siempre eficaz, con todos.

Orgulloso como estaba de sus orígenes, los valores castrenses que seguramente aprendió de su padre y que reforzó en el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil, unidos a su vocación docente, forjaron una personalidad caracterizada por la entrega y la dedicación. En lo personal y en lo profesional; en lo familiar y en lo social. Casi todos supimos de su devoción para su familia, permanente preocupación para él. Todos conocimos de primera mano su compromiso fiel con sus amigos, de los que siempre hablaba con orgullo para reflejar sus éxitos. Amigos a los que nunca encontró un defecto. Porque jamás descalificó a nadie, tampoco a los que pudieron apreciarle menos. Su bonhomía no se lo hubiera permitido nunca.

Quizá le conocimos por una de esas piruetas caprichosas de la vida, pero es seguro que le apreciamos por sus valores, por su humanidad, por ser como era, en definitiva, y hoy nos sentimos muy satisfechos de poder decir que, lejos de la tensión propia de los debates del Consejo Escolar del Estado, hemos sido y seremos ya para siempre sus amigos, un título con el que nos sentimos honrados.

Nos cabe la satisfacción de haber participado activamente en que sus méritos le fueran reconocidos a tiempo, lo que nos agradeció como solo él sabía hacerlo. Y que nunca fue capaz de asumir que se debía a sus cualidades personales y a su actuación profesional en el Consejo Escolar. En su modestia lo atribuyó, precisamente, a la amistad. Pero podemos asegurar que era muy merecido, como lo sería también que el ministro, aunque se encuentre en funciones, y muy lamentablemente a título póstumo, le reconozca esos méritos con el ingreso en la Orden de Alfonso X el Sabio. Pocos lo merecen como José Luis. Muchos lo deseamos fervientemente. Y creemos posible asegurar que nadie se opondría a ello.

Le hemos visto emocionarse, dejar escapar alguna lágrima cuando algunas personas concluían su presencia en el Consejo Escolar. Hemos sido testigos de cómo se le rompía la voz leyendo el resto las cartas de despedida que se remitían. Hoy somos nosotros los que derramamos lágrimas porque se ha ido para siempre una grandísima persona. Y trasladamos nuestras más sinceras condolencias a su familia y amigos, a sus compañeros del Consejo Escolar y a toda la Educación española, que también ha sufrido una irreparable pérdida.

Luis Carbonel, Carmen Castells y José Manuel Martínez exconsejeros del Consejo Escolar del Estado

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