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Calificaciones: ¿Evidencia de fracaso o de excelencia?

Charles Robert Darwin, uno de los científicos más influyentes de todos los tiempos, era definido por sus profesores, según algunas de sus biografías, como un alumno que se encontraba por debajo de los estándares comunes de la inteligencia, hecho que frustraba mucho a su familia (Hemleben, 1971).


Martes, 6 de junio de 2017
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Eva Campos.

En pleno siglo XXI parece que las cosas no han cambiado mucho, y las notas siguen generando incertidumbre, miedos y frustraciones tanto en los alumnos como en familiares. El final de curso se acerca y todos los niños volverán a ser calificados con un método ideado por el profesor de la Universidad de Cambridge, William Farish que en 1792, inventó el primer sistema de calificaciones académicas en el contexto de la Revolución Industrial. Su objetivo fue evaluar y clasificar a los alumnos reduciendo el tiempo de atención individualizada, respondiendo así a sus intereses económicos ya que le permitía incrementar el número de alumnos reportándole así mayores ingresos. Hoy en día se siguen utilizando métodos calificativos rápidos que pretenden resumir las capacidades, aptitudes y conocimientos de los alumnos, pero es difícil pensar que una nota global pueda reflejar toda la capacidad y potencial del alumno sin tener en cuenta la idiosincrasia de cada estudiante. Parece que para tener éxito con esta metodología basta con que los niños memoricen los contenidos básicos sin tener muy en cuenta la comprensión e integración real de lo “aprendido”.

Es difícil pensar que una nota global pueda reflejar toda la capacidad y potencial del alumno. En la mayoría de países desarrollados se utilizan sistemas de calificación estandarizados: como se puede ver, en China y también en Cuba el sistema se corresponde con una escala de 0 a 100 en la que aprobar es puntuar más de 60. En Francia va desde 0 a 20 y el resultado se muestra fraccionado. El sistema en EEUU utiliza las letras del alfabeto de la A a la F (0 a 4) y para aprobar, hay que obtener como mínimo la letra C, siendo el máximo la letra A. En Alemania es algo distinto puesto que utiliza un sistema numérico del 1 al 6. El número 1 es la nota máxima y el mínimo para aprobar es el 4.

El efecto normativo de este sistema calificativo ayuda a suprimir inquietudes o capacidades personales que van sumando incomprensión y frustración y pueden llegar a convertir las calificaciones en un obstáculo añadido al proceso de aprendizaje y al bienestar de muchos niños y adolescentes.

Se estima que en torno al 20% de los niños que obtienen malas calificaciones y “fracasan” en la escuela lo hacen por tener dificultades del aprendizaje no visibles. La prevención y detección no es sólo cosa de los colegios, sino también de las familias e instituciones públicas que establecen las normas y protocolos a seguir en la educación y en la atención a la infancia.

Implementar díde en las escuelas equivale a trabajar juntos por reducir la incidencia de repetición, de abandono y fracaso escolar. En la sociedad actual la enseñanza mayoritaria no puede seguir la corriente de aquella educación formal en la que se pretendía formar a individuos fácilmente reemplazables ya que está de sobra demostrado que la genialidad y las personas que triunfarán y cambiarán el mundo lo podrán hacer si no son limitadas y encajadas en los estándares de la “normalidad”.

Únete al efecto díde y transforma las diferencias en oportunidades.

Más información: http://www.educaryaprender.es

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