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La Carta de Indra

Jueves, 19 de octubre de 2017
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Mi papá es muy rojo, pero que muy rojo. Siem­­­pre lo repite, sobre to­do, cuando está en casa. Mi mamá se ríe mucho con eso, pero le gusta oírlo. Yo no sé lo que significa, ni nadie quiere explicármelo. Mi papá dice que ya tendré tiempo de saberlo. Lo que pasa es que, cada vez que voy al cole, me acuerdo de los rojos porque, en ese momento, mi papá habla y habla de la escuela pública y de los dos señores que la traicionaron. Yo pregunto: “¿qué es una traición?”. Y él responde: “cuando alguien te falla, miente o te deja abandonado como a un perro”. ¡Qué malo es eso de la traición, por Dios! Huy, perdón, a mi papá no le gusta que le nombren a Dios (otra vez, lo siento), porque dice que no conoce a ese señor ni tampoco quiere que se lo presenten. Sí que conoce a los otros dos. Tanta lata con ellos que casi son de la familia. Del catalán, un tal Coll, poco dice, la verdad. Pero, del madrileño, uno que está en la OEA o la OEI –yo qué sé–, no para ni loco.

Cuando mi papá se pone serio, siempre en casa, porque fuera no veo que lo haga, habla de una manera que no entiendo. Algunas noches, mi mamá y yo escuchamos: “¡No puede ser!”. Y es papá que está enfadado con aquellos señores, el de la coliflor y el de la OEI. Queremos ayudarle, para que no esté triste, pero no siempre lo conseguimos. Mi mamá se sienta a su lado y le oye con paciencia. Yo no puedo porque, a esas horas, ya estoy en la cama. Por las mañanas, antes de ir al cole, le digo: “Papá, cuéntame lo que te pasa. Dice la seño que las cosas hay que hablarlas para que no nos envenenen”. “Y tiene razón”. Me dice esto y lo otro, pero yo solo sé que termina o empieza con esos dos señores, y les estoy cogiendo una tirria que ni a las mates. Le enseño la carta que estoy escribiendo y me da un beso. “¿Quieres que te ayude?”. “¿No te importa lo de muy rojo?”. “Qué va”. “¿Quiénes son esos señores?”. Suspira y me mira fijamente, como lo haría un profe (es que mi papá es el director de un instituto): “Cómo te lo diría yo. Son un par de papafritas”.

Cuando digo que me lo paso bomba con mi padre… Luego, me lo explica para que pueda entenderlo y veo que, por fin, se relaja. “Hay dos cosas que esos señores hicieron requetemal con la Educación: una, imponer el todo vale, y la otra, que en la enseñanza la verdad no se encuentra, sino que se elige. Más claro. ¿Te parece bien que no haya normas en clase, que, por ejemplo, Alexis haga lo que le dé la gana, moleste y pegue a sus compañeros y no reciba castigo? En casa, si te portas mal, arrestada, y, en cambio, en el cole, no. ¿No es justo, verdad? Y lo mismo ocurre con las notas. Alexis pasará de curso sin aprobar ni una, mientras que tú tendrás que esforzarte para conseguirlo. Tampoco es justo. ¿Conclusión?”. Vuelve a mirarme, esperando una respuesta: “¿Papi, me estás diciendo que la Educación no es justa?”. “Quién lo sabe mejor que tú”.

Pero, lo que me sonaba raro era lo de la verdad. Y aparece una palabra que nunca había oído, ni siquiera en las clases de Sociales. Relativismo. Mi papá es un profe como cualquier otro: te explica lo que haga falta en el tiempo que sea, y, si no, santas pascuas… A aprendérselo. Queda poco para que el micro llegue y le meto prisa. “¿Qué es eso de que la verdad se elige?”.

Cuando se pone a pensar, mi papá tiene un gesto muy gracioso, y mi mamá y yo nos reímos a escondidas para que no se enfade. Tras tirarse de la nariz varias veces, contesta: “En mates, que es lo mío, dos más dos son cuatro, llueva o granice. No hay elección posible sobre el resultado. Y lo mismo pasa con la verdad. Nada más que hay una. Pues bien, uno de los papafritas dijo que no, que la verdad había que someterla a votación. Con lo cual, lo correcto ya no es correcto, ni lo incorrecto es incorrecto, sino todo lo contrario. ¿Has entendido algo?”. “No, papá”. “Yo tampoco, hija.

Ese el gran problema de la Educación en España. Nadie entiende nada y así hemos estado durante más de 30 años”. En mi cuarto, un día colgó un letrero muy bonito. Cuando era pequeña no sabía lo que ponía, pero ahora lo leo todas las noches antes de dormir: “Por la Verdad y por una Educación Justa”.

Juan Franciso Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía

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