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El día de la verdad

Martes, 6 de marzo de 2018
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El Día del Padre, el de la Madre, el de la Felicidad, el de la Asunción, el del Martirio, tantos días en el calendario que uno ya no sabe si inicia la jornada para vivirla o para celebrar algún acontecimiento excepcional. Y, hablando de martirios, justo antes de las fiestas de Semana Santa, quisiera proponer un nuevo motivo de reconocimiento, tal vez un reconocimiento en el que nadie quiera participar, aunque, a estas alturas del relato educativo nacional (léase, por favor, el reciente artículo de El Mundo, “Canarias brilla en Selectividad y cae en la universidad”), se hace más que necesario, quizás catártico.

Lanzo la idea de promover un Día de la Verdad Educativa en el que los profesores podamos ejercer nuestras funciones, las de toda la vida, sin ninguna cortapisa, en donde no reine el paternalismo de los agentes sociales, ni tampoco el del Estado, ni siquiera el que pudiera provenir, en este caso con plena legitimidad, de los esforzados progenitores. Una jornada marcada por la franqueza, más que en las formas, que también, en los resultados. Es decir, un día en que las componendas, las estadísticas amañadas por el derroche pedagógico de baja intensidad y la impostura institucional queden relegados por el amor a la profesión, por la moral de los aprobados y los suspensos. Sin trampa ni cartón.

A buen seguro, será un día de alegría, de regocijo entre los que sienten con igual sinceridad el aliento de la enseñanza porque las presiones de cualquier tipo u origen quedarán proscritas: solo el profesor, el alumno y el rendimiento objetivo en el conjunto de las materias y asignaturas que componen y desarrollan el currículo. Ni los informes PISA, ni las evaluaciones de diagnóstico ni ninguna otra herramienta informativa parecida alcanzarán el grado de fiabilidad que semejante desafío garantiza. La ética del profesor será la única guía de este extraordinario Día de la Verdad y, por lo tanto, habrá de confiarse íntegramente en su veredicto, no como hasta ahora, sometido al albur de circunstancias por completo ajenas a su voluntad e inteligencia. Únicamente es una propuesta, un deseo en voz alta, pero también una ilusión que muchos comparten, aunque sea en la intimidad del aula.

Y no solo los docentes estarían de acuerdo con tal propósito. Es más que cierto que muchos padres secundarían este empeño, especialmente aquellos que buscan comprobar que la Educación que reciben sus hijos es la mejor de las posibles, ya desprovisto el sistema de los eficientes mecanismos de filtrado y corrección con que cuenta, tal vez maquillaje sería más atinado. Esos padres que, hartos de los interesados mensajes institucionales y del alboroto de los pedagogos de salón, quieren saber en el sentido primario del término, esto es, en la senda de la tradición kantiana del sapere aude. Una apuesta por la verdad que va más allá de lo puramente mediático, un genuino canto a la revelación de lo oculto tras la realidad de lo aparente.

El Día de la Verdad Educativa podría ser marcado en las hojas del almanaque con gruesos trazos rojos en vísperas de la última evaluación del curso ordinario, cuando todo parece enrarecerse para que, precisamente, la verdad quede a expensas de cualquier cosa menos de lo veraz y objetivo. Confieso que sueño con una oportunidad como la descrita, con una jornada consagrada a la búsqueda de aquello que define mi propia disciplina académica. Incluso hasta sería estéticamente reconfortante porque, una vez recobrada la franqueza y el valor del profesional, apenas por unas horas, la vida escolar habría experimentado una vivencia que, de inmediato, se reflejaría en los rostros de los protagonistas. Los profesores, al fin, quedaríamos exonerados de todo aquello que ensucia y pervierte nuestra labor. Y los alumnos, por su parte, suspendan o aprueben, dirían que se les había evaluado como nunca antes.

La recompensa a obtener, de llevarse a término la propuesta, sería de tal calibre que casi no me atrevo a aventurar cuál vendría a ser el impacto real en todos los sectores implicados en la Educación en nuestro país. No obstante, para el que suscribe, el principal rédito de la jornada estaría en las coordenadas morales. Solo por un día, la ética ocuparía el señero lugar que le corresponde. Por tanto, fuera egoísmos, fuera mentiras, que hable la verdad y solo ella. Cuánto bueno le haría a la enseñanza canaria (y a la española, por cierto) una aventura como la que propongo. No está en mi mano el que ello suceda, pero, y si los hados se alinean en la dirección adecuada, y si la gente se da cuenta del poder que realmente posee, y si… Son muchos condicionales, lo reconozco, pero la oportunidad está ahí. Abracémosla.

Juan Francisco Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía en el IES “La Isleta” de Las Palmas de Gran Canaria

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