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Enseñanza tradicional

Martes, 8 de mayo de 2018
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La resistencia al cam­bio parece un rasgo connatural de los sistemas educativos. Casi el efecto de una autorregulación por la que se mantienen sus formas, sus identidades básicas, incluso con presiones o influencias “externas”. Más o menos a esto se refiere la homeostasis, al señalar la constancia de las propiedades de un sistema. La dialéctica sobre los métodos de enseñanza es buena muestra y, como ha adelantado este periódico, un informe de la consultora McKinsey, ya conocida por su análisis sobre los sistemas educativos más exitosos, centra su interés en la mejora de los resultados del alumnado a partir del modo preferente en que adquieren los conocimientos. Mediante indagaciones, preguntas o “situaciones-problema”, donde la actividad y la construcción del conocimiento de los estudiantes tienen más autonomía, o con una enseñanza principalmente dirigida por el profesor. La primera de las opciones resulta más difundida –otra cosa es más aceptada– y su alta estimación parece, en muchos casos, hasta apodíctica: necesariamente, sin condiciones, cierta y válida.

Pues bien, el informe de esta consultora indica, de manera general, que los métodos basados en la indagación o en la resolución de problemas conducen a peores resultados que aquellos otros sostenidos en las explicaciones del profesor. Conclusión todavía de más alcance puesto que se toman como referencia los resultados de PISA 2015 referida a ciencias. Esto es, incluso las actividades de tales pruebas, habitualmente “situaciones-problema”, se resuelven de mejor modo con conocimientos adquiridos en procesos de enseñanza donde prevalecen las explicaciones del profesor. El eclecticismo, muy próximo a la virtud del término remedio, aconseja, por ello, combinar ambos métodos sin descuidar el predominio de las explicaciones docentes.

Tiene que ver esto, asimismo, con la primacía atribuida al conocimiento aplicado, al aprendizaje funcional, al valor de los conocimientos por su uso y utilidad práctica. Pero se olvida con frecuencia que lo adjetivo, en este caso la aplicación, no precede a lo sustantivo, el conocimiento. De ahí que pueda señalarse otra conclusión sustanciosa: la aplicación de los conocimientos produce efectos notorios en el alumnado que dispone previamente de tales conocimientos bien firmes. ¿Sería descabellado, entonces, repensar la “enseñanza tradicional”?

Antonio Montero es inspector de Educación y profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla

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