Abuelos esclavos
Autor: Marta SERRANO
Extrovertida, ilusionada, llena de vida. Así es la abuela de la familia Garrido, una extremeña de 63 años que vio como su vida daba un giro de 360º con motivo de la llegada de sus nietos. Al principio todo era perfecto para ella y para su marido, Marcelino, de 65 años. Ellos mismos se ofrecieron para cuidar al primer nieto y que no fuera a la guardería desde los cinco meses.
Eso supuso levantarse a las siete cada mañana, cuando su hijo llevaba al bebé para que le diera tiempo a llegar puntualmente a su trabajo. No pasaba a recogerlo hasta las ocho de la tarde. Pero los abuelos estaban encantados.
Además del gran favor que le hacían a su hijo, se sentían útiles y disfrutaban del pequeño, al que cuidaban más que a ellos mismos.
Llegaron las vacaciones y se adaptaron sin problemas. Nada de ir al pueblo el mes de agosto como toda la vida. Su hijo no cogía vacaciones hasta septiembre y en agosto la mayor parte de las guarderías están cerradas, por lo que, ni cortos ni perezosos, aplazaron sus días de descanso para no causarle problemas a los padres del pequeño Luka. El verano pasó rápido y del mes de septiembre, dos de los cuatro fines de semana, sus hijos también pasaron por el pueblo con la excusa de hacerles una visita y ver como estaban los abuelos, con lo que el descanso se redujo más de lo esperado pues era Manoli quien se ocupaba de la mayor parte de las tareas del hogar. Además, no había pasado un año cuando su hija mayor les anunció que estaba embarazada. Por supuesto, tanto Marcelino como Manoli se ofrecieron a cuidar al segundo bebé.
Sentían la responsabilidad de hacerlo. Total, si tenían que estar al tanto de Luka, ya les daba igual al mismo tiempo cuidar al nieto o nieta en camino. Se notaban más cansados, pero la preocupación por su hija, que no estaba teniendo un buen embarazo, el cuidado del pequeño y otros problemas como una avería en el coche y arreglos en la casa fueron motivos suficientes para no ir a hacerse la revisión médica de todos los años como solían.
El cansancio hacía mella especialmente en Manoli. Es verdad que Marcelino le ayudaba. Jugaba un rato con Luka, lo entretenía y lo llevaba a ratitos de paseo, pero era su mujer quien se preocupaba cuando lloraba, quien llevaba el peso de la casa y también quien empezó a sentirse triste y a tener ganas de llorar sin motivo aparente.
Se notaba extraña, rara, triste, sin ganas de hacer nada, ni siquiera jugar con su nieto. Ya no le llenaba y se autoinculpaba por ello. Además, no podía fallarle a su hija ahora. Al fin y al cabo, era ella misma quien, de forma voluntaria, se había hecho cargo del pequeño Luka y ahora que su hija estaba en avanzado estado de gestación no podía convertirse ella en una carga más para los suyos.
¿A quién podría acudir una abuela que empiece a darse cuenta de que sufre el síndrome? En principio, parece que dejarlo caer en una conversación privada informal con un familiar sensato que sepa explicar a los hijos, sin encolerizarlos, puede ser la mejor solución.
Reparto de tareas
No obstante, expertos consultados por este periódico señalan que “es aconsejable entregarles algún escrito (un recorte de prensa por ejemplo), donde se divulgue el síndrome y se explique someramente la necesidad del apropiado reparto de tareas para liberar a la abuela sin caer en la equivocación de crear otra abuela esclava dentro del ámbito familiar (a veces alguna de las hijas “hereda” injustamente la condición de “esclava”). Cuando la propia familia no es autosuficiente se debe requerir ayuda de las instituciones sociales o pedir un informe médico donde se expliquen los síntomas de agotamiento físico sufridos.
A estos abuelos, además, “tampoco se le pueden dar consejos”, añaden, alegando que son las personas más altruistas y entregadas de la familia, capaces de cualquier sacrificio por los suyos.
No obstante, “los hijos, a veces por desconocimiento y a veces porque es más fácil ignorar un problema que afrontarlo no abren los ojos ante esta realidad”, critican.
Cuando la abuela (o el abuelo) deja de ser feliz y sano, si presenta síntomas de cualquier naturaleza, siempre hay, al menos, tres cosas positivas que hacer por ellos.
Prestar atención
Lo primero, no sobrecargarlos con funciones familiares que comporten responsabilidad o sean de obligado cumplimiento. Lo segundo, tratarles con el mismo o más respeto y consideración que siempre se han merecido, aunque ahora parezca que desvarían o se han vuelto caprichosos. Por último, llévenlo a su médico para que descarte cualquier proceso patológico asociado que sea susceptible de cura o alivio con otros métodos. Las “abuelas esclavas” son pacientes que, si no se diagnostican precozmente y se les presta atención para liberar su stress, sufrirán molestias crónicas de por vida.
Según el doctor Guijarro, cardiólogo, profesor de la Universidad de Granada y autor del libro El Síndrome de la abuela esclava (2001), “muchas veces los médicos nos sentimos totalmente impotentes ante tanta incomprensión por parte de los hijos. Porque se lo explicamos, pero ellos continúan igual, desde una vida más cómoda gracias a las abuelas. Muchos de ellos no quieren saber nada sobre el sufrimiento de sus madres, que están enfermas de tanto sacrificio y entrega voluntaria por los suyos, aunque ya no tengan si la edad adecuada ni la fortaleza física apropiada para ello”.
Por su parte, para la socióloga Lourdes Pérez, ponente en el Congreso La Familia en la Sociedad del Siglo XXI organizado por la FAD, otro factor que contribuye a “determinar una carga de trabajo diario demasiado pesada para las mujeres mayores es el hecho de tener además hijos aún no emancipados.
Enfermedad sin datos
Quieren seguir haciendo todo lo que la familia necesita, aunque ya no puedan. Se autoinculpan cuando descubren que los hijos no son lo suficientemente sensibles. Tratan de ocultar la impotencia: no reconocen que su fortaleza no les permite seguir con tal carga.
A día de hoy el 37,6% de las mujeres mayores de 65 años que tienen nietos pequeños son las encargadas de cuidar a éstos con mucha asiduidad y el 22,7% de vez en cuando según datos aportados por la socióloga Lourdes Pérez en el Congreso La familia en la sociedad del siglo XXI. Estos porcentajes suponen que en España, en términos absolutos, 1.282.000 mujeres mayores de 65 años (hay más de cuatro millones), siguen ejerciendo su rol de cuidadoras dentro del nucleo familiar.
Según Antonio Guijarro, autor del libro El Síndrome de la abuela esclava, “puede decirse que al menos una de cada 4-6 mujeres en el grupo de edad entre los 48-68 años sufrirá el síndrome.
Síntomas del “Síndrome de la abuela esclava”
Los síntomas y principales formas de presentarse el cuadro son los siguientes:
—Hipertensión arterial: es una de las manifestaciones más frecuentes del Síndrome de la abuela esclava. Hipertensión de difícil control, con oscilaciones pensiónales muy bruscas, aparentemente caprichosas. En ocasiones se alcanzan cifras tan altas como 210/120 mmHg y en pocas horas bajan a menos de 95/60 mmHg. Los profesionales sanitarios, si no están al tanto del síndrome, sospechan de la existencia de un tumor en las glándulas suprarrenales.
—Molestias paroxísticas: Con o sin cambios de la tensión arterial las pacientes padecen con frecuencia episodios recortados de molestias variadas, que le preocupan: sofocos en la cara, taquicardias, golpes o palpitaciones en el cuello o el tórax, dolores opresivos o punzantes por el pecho, fijos o que cambian de un lado a otro, dificultad para respirar, mareos, hormigueos.
—Sensación persistente de debilidad o decaimiento, un cansancio extremo que ellas consideran desproporcionado con respecto a sus actividades habituales actuales, ya que en el pasado soportaron tareas mucho más agotadoras.
—Caídas fortuitas: A veces las piernas no pueden sostener al cuerpo y la paciente cae, generalmente sin llegar a perder el conocimiento. Las pacientes raramente sufren daños por traumatismos graves. Con frecuencia se catalogan este tipo de caídas como comportamiento histérico,
atribuyéndolo a un deseo inconsciente de llamar la atención. En realidad el síntoma debería servir justamente para eso, para llamar la atención de que algo va mal en la vida de la paciente.
—Malestar general indefinido, disconfort, que les hace no sentirse a gusto ni relajadas, sin saber exactamente por qué. Probablemente en ellas esto es una manifestación de la ansiedad que padecen aunque no sean conscientes.
—Tristeza, desánimo, falta de motivación por las cosas. Notan que ahora apenas les divierten las gracias y arrumacos de sus nietos. A veces incluso les disgusta la mera presencia de los niños. Desean que sus respectivas madres se hagan cargo de ellos cuanto antes.
—Descontrol del metabolismo, como la diabetes. Las cifras de azúcar en sangre (glucemias) pueden dispararse.
—Dolor difuso, por todo el cuerpo, a veces con máxima intensidad en áreas de localización cambiante. Pueden estar diagnosticadas de artrosis o fibromialgia.
“La abuela debe ser el grumete, no el capitán del barco familiar”.
Entrevista con Antonio Guijarro Morales, cardiólogo y profesor universitario.
—El Síndrome de la abuela esclava parece tanto una patología física como psíquica, ¿de qué tiene más elementos?
—Las manifestaciones clínicas son variadas, tanto “físicas” como “psíquicas” (hipertensión arterial, arritmias, diabetes, agotamiento, mareos, ansiedad, malestar, dolores). La causa principal es un estrés familiar (físico y psicológico) inadecuado en ese momento, provocado por funciones que ella misma ha ido asumiendo con agrado durante muchos años, en forma progresiva, a la vez que, sin darse nadie cuenta, su fortaleza física, emocional y psicológica ha ido mermando con el paso del tiempo.
—¿Se puede hablar de enfermedad?
—Es una enfermedad porque entraña una pérdida de la salud que afecta a varios órganos y sistemas, que puede curar o aliviarse apropiadamente si se desvela y resuelve el factor precipitante principal y común del síndrome: el excesivo estrés familiar, inconfesado por la paciente (que incluso se inculpa de su situación) e ignorado por la familia.
—¿Las personas de qué perfil son más propensas a sufrir este Síndrome?
—Mujeres con gran sentido del orden, la responsabilidad, la dignidad y el pudor. Fueron educadas para ser amas de casa y esposas, pero además su vocación íntima coincide en que es la atención a la propia familia, a la cual dedican alma y cuerpo. No toda abuela tiene ese perfil.
—¿Qué deberían hacer?
—Ellas, a su edad y en sus circunstancias, no sabiendo decir nunca “NO” a sus hijas e hijos, no están en condiciones de liberarse a sí mismas de su esclavitud inicialmente voluntaria. Son sus hijas e hijos quienes deben tener conocimiento y sensibilidad mínimos para darse cuenta de que la abuela ya no es la fortísima mujer que fue siempre, aunque continúe con una voluntad de hierro en las tareas que ya no puede asumir. Aunque ella misma no quiera reconocerlo ante sus hijos, su fortaleza no es ni eterna en el tiempo ni infinita en el espacio.
—¿Hay recetas o medicamentos que lo solucionen?
—Eso es lo que piden la abuela y sus hijos. Unos medicamentos que consigan que la abuela vuelva a ser “la de siempre”. Pero esos medicamentos no existen. Indefectiblemente, el paso de los almanaques determina una progresiva involución de nuestros órganos y sistemas, aunque aparentemente el rostro de estas admirables señoras simule “una eterna juventud”.
—Una vez superados todos los síntomas, ¿Cambia el modo de ver a los hijos y nietos?
—Los hijos deberían ser lo suficientemente sensatos y sensibles como para liberar a la abuela de las tareas que más le agobian, que pertenecen a dos grupos: las que comportan responsabilidad directa, como el cuidado de niños expuestos a accidentes, y las que exigen un cumplimiento puntual, como las comidas multitudinarias familiares. En ambos casos la abuela, sin perder el gratificante contacto con la familia, debe ahora asumir funciones de “grumete” (ayudante) o consejero, pero no de “capitán” (responsable) del barco familiar.