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"Hemos pasado del autoritarismo al dejar hacer; y eso no es saber educar"

Camps es crítica con el sistema educativo actual y apuesta por recuperar la autoridad y por una mayor implicación de los padres para subsanarlo. La escritora recomienda enseñar a los niños a esforzarse para que disfruten aprendiendo.
Martes, 4 de noviembre de 2008
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Autor: Lola Gª AJOFRÍN

Andar para adelante sin mirar al pasado. Esa es la fórmula con la que Victoria Camps, doctora en Folosofía, ex senadora socialista y escritora de numerosos ensayos, recomienda abordar la crisis educativa de los últimos años. En su reciente publicación Creer en la Educación, la escritora critica la inmadurez de la Educación española, que se ha limitado a luchar contra la rigidez de tiempos pasados. Para ello, recomienda buscar un equilibrio entre el autoritarismo anterior y el “dejar hacer” actual  y recomienda ponerse de acuerdo sobre a quién le corresponde la tarea de educar.

Su nuevo libro se titula Creer en la Educación. ¿Por qué piensa que hemos dejado de creer en ella?
Porque cada vez se vuelve más compleja la tarea de enseñar y sobre todo porque hay una cierta confusión sobre a quién le corresponde educar y de qué manera. Las familias le reprochan a la escuela que no lo están haciendo bien, la escuela le reprocha a las familias que no se ocupan. Ambos le reprochan a la institución todo aquello que no hace. Hay una impotencia generalizada, no tenemos capacidad y, de algún modo, se abandona la empresa.

¿Qué habría que hacer para recuperar esa confianza?

En primer lugar ser un poco autocríticos. Mi libro señala una serie de factores y una serie de vicios que han ido contaminando la Educación por una razón bastante comprensible. Veníamos de una Educación muy autoritaria y rígida, que hemos querido cambiar. Pero creo que hemos pasado de ese tipo de enseñanza al “dejar hacer” y eso no es educar, es precisamente lo contrario. Habría que valorar cómo se supera esto y cómo se encuentra un término medio entre una Educación y otra.

¿Cuál sería el equilibrio entre autoridad y dejar hacer?

Creo que el equilibrio es precisamente la autoridad, que es muy distinto de ser autoritario. Hay que recuperar la autoridad como el valor del esfuerzo, el sentido que se debe inculcar de libertad, el sentido de respeto entre las personas y también un sentido de la igualdad. Yo creo que la Educación necesita una autoridad porque si no, no se trasmite nada y, por otra parte, porque ese debería ser el objetivo fundamental de la Educación, junto a unos conocimientos fundamentales, que también son importantes, pero que no son los únicos.

Algunos sectores, como ocurrió con las escuelas privadas de Inglaterra el año pasado, critican que la enseñanza de valores está perjudicando a los conocimientos académicos.  ¿Cómo cree que debe ser el reparto?
La Educación para la Ciudadanía, en la que Inglaterra es bastante pionera y de la que incluso evalúa los resultados, ha sido una forma de salir al paso de esta crisis e incertidumbre, al  estipular que por lo menos tiene que haber unos cuantos conocimientos básicos que hay que transmitir. Pero eso no puede limitarse a una asignatura, tiene que  haber algo más, tiene que haber más complicidad de la familia y tiene que haber más complicidad de toda la sociedad. Si se enseña en la escuela, pero luego la televisión sólo da muestras de incivismo y en la calle lo mismo, poca cosa se conseguirá transmitir.

¿Y quiénes son aquí los responsables?
Creo que los profesores están cargando con la culpa, cuando no son los únicos responsables. Porque generalmente cuando hay problemas en la sociedad, que tienen que ver con la Educación, se mira a la escuela y se dice que no lo hace bien, que no está cumpliendo su función y, en cambio, se mira menos a la familia porque es más difícil hacer políticas que tengan que ver con la educación familiar. Pero yo insisto mucho en que la responsabilidad fundamental de la Educación la tiene la familia. Por lo tanto, no hay que echar la culpa  a la escuela.

Entonces, desde casa, ¿qué habría que cambiar?

A las familias en primer lugar hay que darles tiempo. Hay que conseguir que los padres tengan más ocasiones para ocuparse de sus hijos. El tiempo y  el ejemplo son fundamentales. En el libro hablo de que hay unas generaciones de padres, en las cuales me incluyo, que han optado por una cierta inmadurez, por no llegar a ser adultos del todo. Porque la inmadurez va ligada a una cierta rebeldía y un cierto antisistema que hemos heredado  de los tiempos pasados. Y eso, como ejemplo para los hijos, no es conveniente. Es necesario recuperar cuanto antes la autoridad también en las familias. Es fundamental.

No sólo en los comportamientos, en relación a los resultados académicos, las evaluaciones internacionales no son más esperanzadoras.

Las evaluaciones internacionales lo que están demostrando es que el sistema tiene una serie de fallos y ahí, en lo que hay que pensar no es en hacer tantas leyes de Educación, sino en algo más coherente en el tiempo. Cuando se aprueba una nueva ley de Educación todo se centra en cuestiones muy anecdóticas.  Y  nadie piensa en la cuestión fundamental, que es qué significa hoy una Educación pública en una sociedad que ha llegado muy tarde y que, por lo tanto, se ha encontrado con la masificación de una forma muy inesperada. Y  que, además, ahora, tiene toda la inmigración a la que hacer frente. Eso necesita un pensamiento global, pero unas respuestas que a veces tendrían que ser más autónomas por parte de los distintos centros, municipios y comunidades.

Las pocas ganas de aprender de los jóvenes también tienen parte de culpa. ¿Cómo se les puede motivar?
A mí la palabra motivación me da un cierto miedo. Lo que hay que hacer es compaginar eso que hemos llamado motivación durante mucho tiempo con lo que hoy estamos reconociendo que hace falta, que es enseñar al niño a esforzarse, a que aprender significa un cierto sacrificio y  disciplina. ¿Quiere decir esto que lo tiene que hacer siempre reprimiéndose? No, pero sí que hay que  transmitir la idea de que hay que sufrir un poco para llegar a disfrutar. Y motivar para eso no se qué significa. Presentárselo atractivo, pero no simplemente como un juego.

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