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“Hemos abandonado el aprendizaje práctico y la autonomía docente”

Richard Pring quiere situar al profesor en el epicentro, convertirlo en el actor principal del proceso de aprendizaje. Por eso recomienda que sea creador y no repartidor de un currículo que ahora diseñan funcionarios alejados del aula.
Rodrigo SantodomingoMartes, 2 de junio de 2009
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El profesor Pring durante la entrevista. (Foto: Jorge Zorrilla)

Con ademanes de gentleman y atuendo de anglosajón funcional, el profesor Richard Pring nos recibe afable en el vestíbulo de su hotel. Se presenta con una disculpa por ser puntual (el periodista llegó 10 minutos antes) y se despide agradeciendo a MAGISTERIO que quisiera “compartir el tiempo con él” durante su visita a España. Entre medias, todo un despliegue de críticas constructivas y sentido común ante los grandes dilemas de la Educación inglesa.

Le pido una síntesis de sus reflexiones sobre la etapa Tony Blair en Educación.
En varios aspectos, Blair siguió la política conservadora, no ha existido el cambio que muchos esperaban. No sólo no acabó con las grammar schools (escuelas públicas de élite), si no que profundizó en la línea de los tories creando las city academies (en principio concebidas para entornos pobres, luego extendidas a todo tipo de ambientes socioeconómicos) y las escuelas especialistas. Mayor diversidad, diferentes criterios de admisión, de financiación… Esto ha hecho más difícil la cooperación entre instituciones educativas, también porque al mismo tiempo los políticos han querido intervenir más en el día a día escolar, lo cual resulta bastante contradictorio: lo lógico hubiese sido dotar de mayor autonomía pedagógica a colegios y profesores.

¿Esta política ha ahondado también las diferencias en cuanto a la composición del alumnado?
Sí, hay más escuelas con altos índices de alumnos desfavorecidos, incluso algunos centros han sido criminalizados, demonizados.

Usted se muestra muy crítico con la pérdida de flexibilidad en las clases.
También en parte heredado de los conservadores, otra consecuencia de los años de Blair ha sido el abandono del aprendizaje práctico (que en muchas ocasiones permite que florezcan alumnos muy brillantes) en favor de enfoques más teóricos. El origen de esto se encuentra en la puesta en marcha de un enorme sistema de evaluación externa, con exámenes continuos y la consiguiente presión de los docentes para enseñar en función de lo que se va a preguntar en ellos. Se ha empobrecido el proceso de aprendizaje en las aulas inglesas.

Dice que tenemos que transformar al profesor para que sea “creador” y no “repartidor” de curriculum; porque conoce su materia, el entorno en el que se mueve y la audiencia a la que se enfrenta cada día.
Si quieres que un chico entienda la ciencia, le tienes que explicar los conceptos básicos (que el profesor conoce de sobra) y poner ejemplos que sean relevantes para él. Es un reto inmenso: cada alumno es diferente, aprende a niveles diferentes. Hace muchos años, existían centros de profesores donde se debatía sobre cómo hacer llegar ideas a los chavales. Mucho de esto ha desaparecido: al profesor le importa más si ha cumplido el expediente en las pruebas externas que se publican a nivel nacional. Hay que tratar al docente como si fuera un experto, fomentando su crecimiento profesional y permitiéndole mayor margen de actuación.

Una delgada línea roja. Quizá no todos los profesores sepan manejar tanta libertad.
En cualquier caso hay mucha menos que hace años. Cuando yo empecé en la docencia, el gobierno no tenía ningún poder de decisión sobre el curriculum, no podía interferir en cómo y qué enseñabas. Ahora te dicen qué libros han de leer tus alumnos y cosas por el estilo. Hay oportunidades para personalizar tus clases, pero la cultura examinadora las ha reducido considerablemente. Y quizá un funcionario de Londres no sepa cómo hay que educar a un niño en un barrio pobre de Manchester. Sólo los profesores poseen el conocimiento y la experiencia para tratar a niños concretos en escuelas concretas. Por supuesto con ciertos límites y siempre sujeto a la inspección educativa.

En Inglaterra tienen un excelente modelo de inspección.
Sí, tenemos un buen modelo, con evaluaciones rigurosas a cada centro cada 3-4 años. Y es importante, porque cuando la influencia del estado era mínima existían experiencias maravillosas y también escuelas malas, terriblemente malas, de escándalo. No había ningún mecanismo de control. Entonces llegó Margaret Thatcher y redujo la autonomía profesional, creó el curriculum nacional, empezó con los exámenes…

¿Thatcher no era liberal?
¡Cierto! ¡Una gran contradicción! Fue ella quien creó un sistema educativo centralizado en Inglaterra.

¿Piensa que ese mastodonte evaluativo que tiene Inglaterra también da juego a los políticos? Ya sabe, bajar y subir los mínimos exigidos para maquillar los resultados.
Lo que sabemos es que debido a la proyección pública de las pruebas anuales los profesores se sienten cada vez más obligados a enseñar en función de ellas. Al convertir las clases en una preparación para los exámenes, está claro que se estrecha el curriculum, ya que se excluye de él buena parte de lo que no se puede evaluar fácilmente. Pienso que habría que dar más peso a la evaluación continua, también con límites por supuesto, combinando los exámenes con el trabajo cotidiano en el aula.

¿Pero opina que tanto dato puede crear tentaciones de manipulación política?
Es difícil saberlo, pero es cierto que se cambian los exámenes continuamente, oscilan los estándares, resulta complicado comparar año por año…

¿Qué tal funciona la convivencia entre escuelas teniendo en cuenta la amplísima variedad de formatos educativos que existen en su país?
El problema es que los criterios no son iguales para todos. Algunas escuelas, como las city academies, que ya existen (vaya paradoja) hasta en entornos rurales, reciben más fondos y tienen más autonomía en la admisión. Pueden, por ejemplo, expulsar a alumnos por mal comportamiento con menos burocracia que el resto. Y también está la segregación por cuestiones socioeconómicas. Las familias más ricas suelen llevar a sus hijos a centros que puntúan bien en las league tables (clasificación anual por centros), otros centros tienden a acoger más alumnos desfavorecidos y corren el riesgo de convertirse en focos de fracaso.

La diversificación se llevó a cabo para dotar de personalidad a los centros y para aumentar las opciones de los padres. ¿Existe en la práctica esa libertad de elección? Quizá en un área hay una escuela especialista en idiomas y una city academy, pero no una grammar school.
Hay varios casos de colegios anglicanos, en principio pensados para estudiantes de esta confesión religiosa, situados en barrios donde se han producido rápidos cambios demográficos. Han llegado grandes hornadas de inmigrantes que quizá no sean cristianos y que han tenido que desplazarse a otras zonas, mientras que esos colegios (faith schools, con extensos poderes en selección de alumnos) se nutren de gente de fuera. Por no hablar de lugares menos poblados, donde resulta imposible desplegar el abanico completo de oferta. Sí, sí hay complicaciones con esta amalgama de escuelas que tenemos.

El pasado año nacieron en Inglaterra los diplomas, una titulación intermedia entre la vía académica y la profesional. ¿Tienen tirón entre los estudiantes?
Se ha invertido una gran cantidad de dinero en fomentarlos, con grandes campañas de publicidad, pero no convencerán a los chavales hasta que no se aclaren cuestiones como el tránsito a la universidad o la validez que van a tener estos títulos en el mercado laboral. Sigue existiendo la idea de que otras titulaciones abren más puertas. Los diplomas arrancaron en septiembre y el Gobierno pronosticó que se apuntarían 50.000 alumnos, por ahora sólo lo han hecho unos 12.000. Lo que no pueden es admitir su fracaso y retirarlos, así que tendrán que hacer que evolucionen.

Sobre la atracción de la FP

En España la Formación Profesional sigue siendo vista con un cierto desprecio por muchas familias, y el problema es que permanece como nuestro gran coladero de fracaso escolar. Tenemos un porcentaje de alumnos universitarios superior a la media europea, pero caemos en picado en los índices de estudios profesionales. ¿Qué hay que hacer para atraer más alumnos?
Y luego no existen suficientes puestos para toda esa población universitaria… Es interesante, porque Alemania tiene muchos menos universitarios que España, y sin embargo no les va tan mal. Es cierto que hablamos de un tema que tiene mucho que ver con las actitudes de los alumnos y las familias, y ahí juega un papel fundamental la tradición. En Alemania las titulaciones profesionales gozan de un alto respeto entre las clases medias, no está mal visto ser fontanero o electricista. Esto no ocurre en Inglaterra o en España. Una buena forma de atraer alumnos y ganar consideración es fijarse en los salarios. Muchos universitarios no pueden trabajar en lo suyo o terminan en empleos que requieren una titulación superior pero que están muy mal pagados, y acaban cobrando menos que alumnos con titulaciones profesionales. Parece un buen argumento.

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