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El ministro Michael Gove se estrena revolucionando la Pública británica

El nuevo titular de Educación británico quiere dotar de mayor autonomía a los centros públicos para que compitan entre sí. Los padres podrán crear escuelas libres financiadas con dinero público.
Rodrigo SantodomingoMartes, 29 de junio de 2010
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Michael Gove ha estrenado su cargo como máximo responsable de la Educación británica agitando con virulencia los cimientos del sistema. Su objetivo es un clásico del pensamiento conservador: introducir la competencia a gran escala en la escuela pública para mejorar, gracias a las dinámicas del libre mercado, el nivel general. Para el nuevo ministro, el modelo británico sigue siendo “uno de los más elitistas del mundo” y la receta para estrechar la fractura Pública-Privada pasa por otorgar un mayor margen de maniobra a la primera.

Gove tiene en mente, para un futuro no muy lejano, una red de centros públicos con gestión independiente e ideario propio, y en la que predominen las academies y las free schools. Las primeras son un formato creado por los laboristas para entornos desfavorecidos que con el tiempo ha mutado su naturaleza para adaptarse a todo tipo de contextos. Las segundas pretenden animar a padres, profesores y otros grupos a crear sus propias escuelas según un patrón inspirado en una iniciativa similar puesta en marcha en Suecia durante los años 90.

Aunque en un principio fueron concebidas para que los alumnos con menos recursos pudieran escapar al persistente fracaso de los colegios públicos urbanos, las academies se han ido imponiendo con los años como un atractivo cambio de timón que aleja de la uniformidad de la escuela comprensiva. Ahora, cualquier centro que reciba fondos públicos puede aspirar a los privilegios que confiere el estatus de academia: libertad para especializarse en una o varias áreas de conocimiento, mayor autonomía en las condiciones de contratación o a la hora de definir el currículum y el horario escolar, posibilidad de firmar acuerdos con entidades privadas (lo que abre nuevas vías de financiación).

Se espera que con el nuevo curso el número de academies operativas ascienda a más de 200. Según los datos del nuevo Gobierno, la avalancha de solicitudes llegadas desde todos los rincones del mapa escolar británico ha sido abrumadora. “Confío en que las academies se conviertan en la norma próximamente, y puedo anticipar que esto es lo que va a suceder”, declaró hace unas semanas el ministro.

Mientras esto ocurre o no, muchos temen que el camino elegido por los conservadores –conceder prioridad a los colegios e institutos que ya funcionan mejor que otros de su zona, es decir, utilizar el estatus de academia como un premio– sólo sirva para acrecentar desigualdades ya existentes. Gove responde que las nuevas academies están (y seguirán estando) sujetas a los mismos criterios de admisión que el resto de centros públicos, es decir, que si funcionan bien es por su propio mérito, por lo que los demás deberían tomar ejemplo en lugar de apelar a una noción desfasada de justicia.

En cuanto a las free schools o escuelas libres, se trata de pasar el testigo a padres, profesores y otros colectivos como ONG para que tomen la iniciativa y creen sus propias colegios financiados con fondos públicos pero con una libertad de acción casi total. Las primeras abrirán en septiembre (ya hay más de 700 grupos interesados) con un nivel de autonomía mayor incluso al que disfrutan las academies. A las licencias para definir el ideario o adaptar el currículum se añade la vista gorda que el Gobierno, según ha declarado recientemente, piensa hacer a la hora de autorizar el espacio físico, permitiendo que los nuevos centros puedan ubicarse en tiendas o casas particulares.
“Pequeños colegios con pocos alumnos por clase, grandes profesores y fuerte disciplina”. Así quiere Gove que sean las free schools, un soplo de aire fresco que “dará a todos los niños la posibilidad de acceder a un tipo de enseñanza que hasta ahora sólo los ricos se podían permitir”.

Según ha declarado el nuevo ministro conservador en numerosas ocasiones, el modelo a seguir es aquel que llevan utilizando en Suecia desde hace 20 años con resultados poco concluyentes, aunque las free schools también son deudoras de las charter schools que EEUU ha utilizado durante la última década para luchar contra la miseria educativa en los guetos étnicos. Celosa como el conjunto de la sociedad británica ante todo lo que viene de fuera, la comunidad escolar ha reaccionado con escepticismo ante una medida que un grupo de unos 50 directores vincula al “ingenuo turismo educativo” que gusta de practicar el nuevo ministro.

Éxito relativo en tiempo de crisis

  • Cacareado con insistencia por el nuevo ministro, no faltan quienes ponen en duda el supuesto éxito que acreditan tanto las academies como las free schools. Cierto que las academias han evitado que muchos jóvenes con pocos recursos salgan al mercado laboral con las manos vacías, pero lo han hecho a costa de promover los estudios profesionales en detrimento de la vía académica, donde las academies siguen puntuando muy por debajo de la media británica. Más dudosos son aún los beneficios de las free schools, sobre todo como semilla de equilibrio educativo contra las desigualdades sociales. Cierto que, tal y como apunta un reciente estudio sobre la experiencia sueca elaborado por el Institute of Education de la Universidad de Londres, algunas funcionan mejor que sus iguales con gestión pública, pero suelen ser escuelas fundadas por padres de clase media-alta.

Si nos fijamos en el impacto que han tenido en las zonas más desfavorecidas, se observa una mejora del rendimiento casi nula.

Además, las free schools no aumentan las posibilidades de ir a la universidad ni mejoran las perspectivas laborales a lo largo de la vida.

Muchos en Gran Bretaña se preguntan si precisamente ahora, en tiempo de duros recortes en el gasto público, es momento de emprender aventuras que ni mucho menos garantizan el éxito.

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