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¿Hay algo nuevo en PISA 2009?

Jueves, 16 de diciembre de 2010
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Ha visto ya la luz, esta vez sin filtraciones previas, el Informe PISA correspondiente a las evaluaciones efectuadas en 2009, que se centra sobre todo en el tema fundamental de la lectura, de las llamadas competencias lectoras, aparte de suministrarnos datos actualizados sobre las dos otras áreas de aprendizaje consideradas básicas: matemáticas y ciencias.

En espera de poder analizar con mayor profundidad el informe elaborado por la propia OCDE, los resultados ahora aparecidos no difieren demasiado de los que mostraron las evaluaciones anteriores. Aunque el número de países participantes ha crecido considerablemente, al igual que también lo han hecho, en España, las Comunidades Autónomas deseosas de segregar sus propios datos, no hay excesivas novedades que reseñar. Entre ellas destaca quizá el impulso educacional que está operándose en el mundo asiático, con una China que comienza a mostrar su emergente poderío también en materia educativa (a través de dos circunscripciones, Shangai y Hong-Kong, que tampoco deberían considerarse demasiado representativas de aquel enorme y variopinto conglomerado humano), y también el tan positivo deseo de participación demostrado por los países iberoamericanos, atreviéndose en buena hora a exhibir públicamente sus debilidades.

Por lo que se refiere a España, las cosas están como estaban. He repetido hasta la saciedad que las evaluaciones PISA tienen un valor fundamentalmente sintomático (importantísimo), y que no hay que conferirles por tanto una infalibilidad diagnóstica que ni de lejos tienen. En pocas palabras, y en lo que afecta a la lectura, lo que vienen a decirnos esas evaluaciones es que nuestros alumnos se enteran poco y mal de lo que leen, y que nuestro sistema educativo, a diferencia de otros, no consigue desde hace por lo menos diez años (seguramente muchos más) alumbrar en ellos una capacidad de lectura suficiente para poder avanzar en sus estudios, en su vida y, consecuentemente, en el desarrollo integral del país. Unido esto a otros datos relativos a la preparación matemática y científica, lo que nos intenta aclarar el informe es que nuestro sistema educativo da síntomas de probada ineficiencia desde hace bastante tiempo, sin que se hayan tomado las medidas necesarias para sacarlo de su deficitaria situación. Todo lo demás –el considerar que estamos dos puntos más abajo o más arriba que nuestro vecino, o que volver a la situación que teníamos en 2003 es un dato positivo– no deja de resultar cuanto menos pintoresco. Algunos de los comentarios realizados a nivel oficial dan incluso un poquito de vergüenza, como cuando se afirma que nuestro sistema educativo ha venido a ser revalidado como uno de los más equitativos o igualitarios del mundo, al lado nada menos que de la pequeña y homogénea Finlandia. ¿Igualitarios en qué, o para qué? ¿Han reparado esos comentaristas en que, por ejemplo, mientras Finlandia consigue incluir al 15 ó hasta el 22% de sus alumnos en niveles de excelencia, aquí apenas conseguimos incluir al 3 ó al 4%? He leído a la vez comentarios de satisfacción de algunos responsables autonómicos que también me han producido rubor. Pero no entraré ahora en detalles. Tiempo habrá.

Yendo al núcleo del asunto, lo que importa considerar es, por un lado, que seguimos revalidando la mala fama internacional que teníamos en materia educativa. Cierto es que no lo hacemos en solitario. Otros sistemas del mundo occidental, todavía muy influyentes, obtienen en el PISA resultados que en absoluto parecen compadecerse con su pretendido prestigio y que no están demasiado lejos de los obtenidos por España. Lo que sin duda refleja un hecho preocupante: que la escolarización, incluso la plena y costosa escolarización, no ha resuelto por sí misma, en ninguna parte, la formación en profundidad de los ciudadanos. La escuela no basta ella sola para elevar no digamos ya el nivel de formación integral de los hombres, sino ni siquiera los propios resultados escolares. Resulta claro, al día de hoy, que países que llevan muchas décadas invirtiendo fuertemente en escolaridad necesitan levantar su mirada por encima y por fuera del puro ámbito de las aulas. Por el contrario, países de economías mucho más modestas, con inversiones en Educación que aquí consideraríamos muy insuficientes y con métodos pedagógicos que juzgamos primitivos se muestran más capacitados para obtener lo mejor de sus alumnos. Lo malo es que todo esto, en el caso de España, no puede servirnos de consuelo, sino todo lo contrario. Quizá no somos los últimos en el PISA, pero sí que lo estamos siendo, y cada vez más, en aspectos que a la larga resultan ser los decisivos. Sabemos, gracias también al PISA y a numerosos estudios e investigaciones, cuáles son los dos principales factores que favorecen o perjudican el rendimiento de los alumnos en cualquier área de aprendizaje: el ambiente sociocultural de las familias y la calidad del profesorado. Con todo lo que eso incluye, que es mucho y que no puedo desarrollar ahora. Y al lado de esos, hay otros factores también decisivos en mayor o menor escala. Pero no parece que los máximos responsables de la Educación en nuestro país estén por hincarle el diente a estos incómodos temas. Puesto que otros importantes sistemas educativos tienen también mala fama, el lema de nuestros políticos (de cualquier signo) parece ser más bien éste, que altera a peor uno de nuestros más socorridos refranes: “Cría mala fama y échate a dormir”.

José Luis García Garrido, catedrático emérito de Educación Comparada e Internacional en la UNED

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