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PISA 2009 y la Educación en la España de 2010

Jueves, 16 de diciembre de 2010
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El Programa Internacional de Evaluación de Alumnos es, sobre todo, un acto de rendición de cuentas de la eficacia y eficiencia de los sistemas educativos de los países con las economías más avanzadas y constituye un estímulo formidable para la consolidación de procesos que doten de transparencia a la gestión educativa. Este objetivo es fundamental en países, como España, instalados en mitos y creencias educativas que se niegan a observarse a sí mismos con mirada crítica y supervisora, limitando a sus ciudadanos el derecho a disponer de datos objetivos y referenciados para decidir y elegir libremente, ejerciendo así su derecho a educar a sus hijos en las mejores condiciones posibles y en el marco de unos valores coherentes con el deseo de sus familias.

Podríamos preguntarnos si ha sido necesario conocer que no estábamos bien en los rendimientos educativos de nuestro país para compararnos o si hemos descubierto que estábamos mal al compararnos. Diez años desde PISA 2000 que no parecen haber supuesto un periodo suficiente para que el sistema educativo español emprenda cambios profundos, diez años de comparación que reflejan un estancamiento nacional grave en datos numéricos del rendimiento de nuestros alumnos de final de Educación Obligatoria, y un hecho, aún más preocupante, como es la disparidad de resultados entre las comunidades autónomas de España.

Los argumentos de la realidad histórica de la que partimos ya no deben servir de excusa para no afrontar objetivos de entidad que desemboquen, como si de una cruzada nacional fuera, en grandes resultados. Se puede y se debe hacer. De hecho, hay regiones de España que están planteando objetivos ambiciosos y consiguiendo resultados, independientemente del contexto del que parten.

El análisis de los factores asociados al rendimiento demuestra que su efecto es variable en función de las dinámicas de gestión educativa. De esta manera, factores como la inmigración afectan de manera dispar, encontrándose en España regiones con altos índices de inmigración y buenos resultados y otras con poca inmigración y malos resultados.

Los resultados de la prueba PISA no deberían sorprendernos ya que la evolución del país, educativamente hablando, está estancada y los avances que existen no son en absoluto suficientes. En este contexto, las acciones que protagonizan nuestra Educación tienen como objetivo compensar los déficits estructurales que provoca el modelo actual. Es cierto que algunas de estas acciones de carácter coyuntural orientadas a la lucha contra el fracaso escolar son exitosas, pero quizá deberíamos remontar río arriba y asumir como objetivo la corrección definitiva de las fuentes del problema. Sólo así se podrían realizar actuaciones estructurales que realmente permitieran invertir la situación que presenta la Educación española actual, con hasta seis comunidades en los que hay más alumnos en los niveles bajos de PISA que en los medios o altos. Está claro que situaciones como ésta, no constituyen un problema exclusivo de las comunidades autónomas, sino que adquieren rango de problema nacional e implican al Estado, que debe afrontarlo haciendo uso de la capacidad de actuación con cambios normativos de rango orgánico.

PISA nos ubica en un ranking muy expresivo: en este momento España ocupa la 34ª posición en el rendimiento medio de las tres áreas consideradas en el estudio de las 65 naciones evaluadas, 13 puntos por debajo de la media de la OCDE.

Las comunidades autónomas, por su parte, se distribuyen a lo largo de los 107 puntos de diferencia que separan a la mejor posicionada, con 511, de la peor, con 404. Esto supone que si comparásemos a las comunidades autónomas con los países participantes, la mejor posicionada ocuparía la décima posición de los países miembros y asociados de la OCDE y la peor una posición inferior a la trigésima.

Nos encontramos, por tanto, en una trigésimo cuarta posición, pero, realmente, la pregunta pertinente es si “estamos dónde debemos estar”. Para elaborar una visión sistémica de estos resultados, podemos intentar dar una respuesta en función de las relaciones que tiene la prueba PISA con el resto de indicadores básicos, para analizar si nuestra Educación está ajustada con el ritmo de nuestra sociedad.

Si tomamos los datos del PIB, en el año 2009 España ocupaba entre el 9º y el 10º puesto del mundo (dependiendo de las fuentes) y el 23º en PIB a valores de paridad de poder adquisitivo (PPA) per cápita.

Se puede señalar que la economía no explica el nivel educativo de los países de manera directa, por lo que es oportuno realizar otras comparaciones, por ejemplo relacionando los resultados con el Índice de De-sarrollo Humano elaborado por el PNUD de las Naciones Unidas. En este indicador, España ocupaba en el 2009 la posición 15ª (en el del 2010 estamos en la 20ª), que comparada con la 34ª en la prueba PISA, parece certificar que la Educación está claramente por detrás del resto de dimensiones de nuestro desarrollo.

Si continuáramos el análisis con otros indicadores relativos al bienestar, la investigación, la sociedad de la información, etc. podríamos determinar que España está abonada al intervalo entre la 15ª y 25ª posición dentro del panorama de las naciones, ocupando puestos sistemáticamente alejados de los mejores. Comparado con estos datos, y partiendo de una hipótesis de coherencia entre los indicadores de desarrollo económico y social de un país, la Educación de España está por debajo del lugar en el que le correspondería estar.

Nuestra situación es aún más grave si consideramos que, pensado de manera estratégica, la Educación debería ocupar una posición mucho más avanzada que el resto de dimensiones. El desarrollo económico y social necesita motores que asuman el papel de vanguardia. Para esta misión podemos optar entre una Educación que vaya a remolque del crecimiento económico o que, por el contrario, se convierta en la vanguardia de este crecimiento. En esta elección y en su eficacia nos jugamos nuestro futuro de competitividad y progreso.

En el futuro la Educación debe ser la vanguardia si no queremos tener que competir en salarios bajos en vez de en productividad.

Pero la distancia se hace más evidente al observarla entre las comunidades autónomas y así se aprecia si observamos la relación entre la riqueza de las comunidades (estimada mediante el PIB per cápita) y el rendimiento académico promedio global en las comunidades. Este análisis refleja diferencias entre territorios con un 80% de la media de PIB nacional y otros con un 140%, y con diferencias de puntuación de 79 puntos. Siendo muy preocupante esta situación, lo es más si se considera que no se puede encontrar una correlación perfecta entre riqueza y resultados, por lo cual no es el dinero la solución única ni, lamentablemente, suficiente.

Para hablar de equidad habrá que diferenciar la buena de la que no lo es tanto y, de ahí, concluir que no es lo mismo que los alumnos se sitúen de forma homogénea en la zona de los resultados insuficientes a que estos mismos alumnos se distribuyan de manera igualmente homogénea pero en la zona de resultados destacados. La primera es la situación de España y la segunda, la de algunas comunidades autónomas españolas.

Sería significativo analizar si existe la equidad de uno u otro tipo con las normas imperantes en las comunidades autónomas sobre la promoción automática de curso y la mayor o menor facilidad para titular según el número de asignaturas suspensas admitidas para ello. Un primer vistazo sobre los dos ejes que relacionan la variabilidad del alumnado y sus resultados académicos, obliga a una actitud precavida ante postulados que insinúen que no hay distancias significativas entre los territorios de España, porque se constata que el alumnado –que al fin y al cabo es lo verdaderamente importante– sí sufre esta diferencia de forma muy considerable.

Otro factor asociado al rendimiento y muy relacionado con la dimensión de la equidad es la repetición de curso, que en España constituye un problema generalizado salvo excepciones, con un porcentaje del 36%. Este hecho constituye una de las principales causas de abandono escolar temprano, que afecta incluso a aquéllos que acaban obteniendo el Graduado en ESO, ya que los alumnos que titulan repitiendo dedican una media de dos cursos académicos más en lograrlo, utilizando un tiempo precioso que debería haberse dedicado a estudios de carácter postobligatorio.

Pero también en la repetición nos encontramos con una España polarizada y con datos contradictorios, de manera que con los mismos índices de repetición nos encontramos con comunidades con una diferencia de graduados de más de 15 puntos o, como nos enseña PISA, con una diferencia de resultados entre comunidades y alumnos de primera y segunda repetición de hasta más de 100 puntos.

La repetición, incluso aquélla que se demuestra a corto plazo efectiva, debería ser combatida con medidas tan sencillas como la impartición de clases fuera de los periodos lectivos ordinarios, pero siempre dentro del año natural, porque esto es efectivo y así se ha demostrado en la práctica.

Hay suficiente inversión económica en Educación en España para exigir mejores resultados, así lo demuestran los países que con menor o similar gasto educativo obtienen logros superiores. De esta manera, no será el tan reiterado argumento de la reducción de ratios en el aula, ni la reducción de la jornada laboral de los profesionales educativos las soluciones mágicas a los problemas de la Educación. La medida adaptada al momento histórico que vivimos, deberá ser la finalización del concepto igualitario en la dotación de recursos y su sustitución por una política de búsqueda de una igualdad de oportunidades coherente con la compensación eficaz del déficit. El objetivo no es buscar mejoras generalistas lineales, insuficientes en aquellos ámbitos dónde se necesita más y desmotivadoras en aquéllos donde no se requieren.

Un sistema equitativo es aquél que garantiza que todos los centros educativos tengan los recursos necesarios proporcionales para cada circunstancia de contexto sociocultural y económico y en el que cualquier centro docente sus alumnos puedan encontrar el trampolín social que dé adecuada satisfacción a sus legítimas aspiraciones personales, sociales y profesionales.

Todas estas acciones deberán conseguir que además del incremento de alumnos en los niveles tercero y cuarto de PISA, que son los irrenunciables, se produzca una mayor presencia de los alumnos españoles en los niveles cuatro y cinco porque esos niveles de excelencia son imprescindibles para la investigación e innovación del futuro y para situar al país en ese nivel avanzado de sociedad del conocimiento en el que necesitamos estar.

Los que creemos en la España de las autonomías pero, sobre todo, estamos comprometidos con la igualdad de oportunidades de todos los españoles, creemos que la vertebración y la cohesión de la Educación española es un objetivo irrenunciable. Las diferencias entre comunidades alcanzan niveles que no son justificables por variables ni demográficas ni económicas, y en todo caso, nunca admisibles.

He aquí la mala noticia para todos los españoles de la lectura del informe PISA 2009, ninguna comunidad autónoma podemos felicitarnos individualmente por los buenos o mejorables resultados obtenidos, nuestro país presenta un déficit educativo comparativamente insostenible en la escena internacional, la Educación en España es un problema de Estado y requiere soluciones de ese rango.

Fernando Sánchez-Pascuala, viceconsejero de Educación Escolar Castilla y León.

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