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"El amor materno se nutre de la singularidad del hijo"

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El más extravagante de nuestros presentadores televisivos reconoce que
habla de ciencia sin la cautela y las mordazas intelectuales de un verdadero
científico. En su nuevo libro, El Viaje al Amor (Editorial Destino), Eduardo
Punset tira de laboratorio para explicar un sentimiento que mueve montañas.

Autor: RODRIGO SANTODOMINGO

P. Leído su libro, parece que el dolor por un desengaño amoroso y por la soledad que siente un niño en la oscuridad de la noche no sean muy distintos.
R. El interés de la ciencia por la relación padres-hijos arranca de un descubrimiento relativamente reciente, para mí importantísimo. Ahora sabemos que el desamparo infantil, el abandono, la sensación de desprotección que tiene el bebé en la cuna al que se deja llorando hasta que revienta, este desamparo es el mismo, utiliza los mismos circuitos cerebrales y produce las mismas descargas que el desamor adulto.

P. ¿Y cuáles han sido las repercusiones para la ciencia de este descubrimiento?
R. Esto ha llevado a estudiar a fondo qué falla en el proceso de formación, de relación padre-hijo. Se sabe que la etapa del apego afectivo, en la que hay una negociación del padre o la madre con el niño, se desarrolla en tres entornos distintos que hasta ahora se habían estudiado muy poco. El primero es básicamente la cuna: aquí es importante que el niño genere un sentimiento de autoestima que le va a servir para toda la vida. Aquel que recibe protección táctil en los dos primeros años de vida crece con más confianza en sí mismo, es algo que hemos visto con ratitas y también con homínidos. Se trata de consolidar un sentimiento de seguridad que prepare al niño para la siguiente etapa.

P. Que es…
R. La escuela, obviamente. Allí – y es algo que tampoco sabíamos muy bien– lo que buscas es desarrollar el sentimiento de curiosidad del niño. Por las cosas y por las personas. Ambas, seguridad y curiosidad, son absolutamente necesarias al llegar al tercer entorno, que William James, el fundador de la psicología moderna, llamaba “la búsqueda del amor del resto del mundo”. A este entorno puedes llegar con ánimo curioso, con actitud de rechazo o, en el peor de los casos, con mentalidad destructora. Dependerá de cómo hayan ido los entornos anteriores.

P. ¿Se puede avanzar con paso seguro en la vida aunque las cosas hayan ido mal en ese primer entorno? Usted mismo menciona en su libro que sus padres no eran especialmente afectuosos.
R. Lo que sabemos es que el primer entorno es muy importante pero que existe la posibilidad de poner remedio al fracaso mediante un cuidado especialísimo durante el segundo. Si éste también va mal ya es casi irremediable, pero tampoco puedes excluir que, si se ponen todas las condiciones favorables, se logre neutralizar el efecto negativo de lo ocurrido con anterioridad. En ciencia una cosa son los promedios y otra las individualidades.

P. Me viene a la mente el caso de estas niñas chinas que han pasado esos años cruciales en un orfanato sin apenas contacto físico, en ocasiones atadas y amordazadas. Aquí hablamos de casos extremos…
R. Lo que nos dice la práctica es que los nuevos padres han de tener en cuenta que esta mala experiencia ha dejado su sello cuando la neocorteza cerebral estaba iniciando su formación. Y no olvidarlo nunca.

P. Habla de “inversión parental” para resumir los esfuerzos de todo tipo que realizamos para criar a los hijos. Y asegura que esa inversión es ahora mucho mayor que en otras épocas: ellos demandan más durante más tiempo, nosotros depositamos en ellos expectativas más altas.
R. Mire, en mi generación éramos cuatro gatos los que estudiábamos. Y la adolescencia, que ahora dura tanto, muchos ni la olían. Aquí ha ocurrido un hecho innegable, y es que la distancia entre la madurez sexual –que se ha adelantado– y la madurez intelectual –que se ha retrasado– ha aumentado considerablemente. Por otra parte, y en contra de lo que algunos piensan, no es cierto que la inversión parental que se destina ahora a dos o tres hijos sea menor que la que se dedicaba en la Edad Media a 10 hijos. Ahora hay que mandar al niño a Inglaterra, prepararle para un ambiente mucho más competitivo… Y luego está la incorporación de la mujer al trabajo, que aún no hemos resuelto a nivel institucional y social. Pero todo llegará.

P. Me pregunto hasta qué punto el amor adolescente es más puro que el adulto. Usted divide en tres etapas la evolución del amor: fusión, creación de un nido común y negociación de los márgenes de libertad. Las últimas son más complicadas que la primera, pero no creo que un chico o una chica de 16 años las tengan siquiera en mente.
R. Yo también me lo he planteado muchas veces. Y llego a la conclusión peregrina y transitoria de que este amor tiene una naturaleza distinta del amor al que estábamos acostumbrados los de mi generación.

P. Resulta que el amor surge en parte como una especie de seguro de vida, de continuidad de nuestra especie frente a la tentación de no reproducirse, algo por lo que sólo podría optar un ser inteligente. ¿No podemos elegir no amar?
R. No, salvo los psicópatas, que son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Un animal consciente podría interferir en la perpetuidad de la especie con resultados fatales. Ahí está el enamoramiento para romper el efecto del poder de la conciencia: el amor anula la conciencia.

P. Los humanos nos reproducimos dando vida a seres únicos e irrepetibles, mientras que otras especies producen clones, asegurándose en cierta manera la inmortalidad. ¿Teme que haya hombres y mujeres que recurran en el futuro a la clonación genética para conseguir ambas propiedades, ser únicos e inmortales?
R. Incluso si llegamos a poder clonar humanos –y en cualquier caso en una clonación siempre se producen mutaciones– la demanda será escasa. En contra de lo que se ha pensado, el amor materno se nutre de la singularidad del hijo, del hecho fascinante de que dos cromosomas añejos produzcan algo absolutamente tierno y diferente de él y de ella.

P. Dice que el amor emerge cuando comparamos a una nueva persona con parejas pasadas y esa nueva persona, por así decirlo, sale ganando. Pero también son habituales los casos de grandes amores fracasados en los que ambos individuos vuelven a encontrar pareja, aunque no sea lo mismo que ese gran amor que recuerdan. ¿Algo distinto al amor?
R. ¿Qué buscaba la bacteria hace 3.500 millones de años cuando se fusionaba con otra? Buscaba sobrevivir. 3.500 millones de años después seguimos buscando lo mismo. En el caso que me comenta, el nuevo amor es menos intenso, está lejos de lo que fue ese gran amor, pero el anterior le hundió la vida y éste le ayuda a sobrevivir. La bacteria no lo dudaría un instante.

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