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DIVORCIO. El coste educativo y emocional de la ruptura

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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En el peor momento, la peor noticia. El universo de seguridad que la familia proporciona
a los hijos se resquebraja con el divorcio. Aunque el niño rehace esa relación
conforme a nuevos parámetros, el trauma puede ser peligroso: desde el habitual
bajón en el rendimiento escolar, a los casos más graves de patología psíquica.
Los padres deben aportar claridad y tranquilidad para amortiguar el golpe.

Autor: ÁNGEL PEÑA

“Me costó salir adelante”, recuerda Santiago. Han pasado diez años. Ahora tiene 24, terminó brillantemente la carrera hace uno y trabaja desde antes de licenciarse. Ha salido adelante. No fue fácil. Cuando tenía 14, sus padres se divorciaron.
“Me pasé dos años sin salir de casa, no tenía amigos, los chavales de mi edad tenían preocupaciones muy distintas de las mías”. Además, en el colegio las cosas se fueron torciendo: “Era el delegado del colegio y no iba mal de notas. El curso en que estalló lo de mis padres cateé seis de 10. Dejé de ser delegado”. Cuando llegaba a casa, lo último que le apetecía era estudiar, y en clase no prestaba atención: tenía otras cosas en la cabeza.
Una situación más que desagradable, casi podría decirse que dramática, para un carácter en formación. Pero, con todo, Santiago tuvo cierta suerte: “No me utilizaban como arma arrojadiza; he conocido casos…”
Todos conocemos casos. Porque, como explica el mediador familiar Ignacio Tornel, aunque hay quienes se empeñan en lo contrario, “lo cierto es que un divorcio siempre conlleva efectos negativos para los hijos; más o menos, según el caso, pero siempre los hay”. La clave es conocer estos efectos para amortiguar en lo posible el sufrimiento del niño.
Uno de los síntomas más evidentes se deja ver en el colegio. “El parón del rendimiento en los estudios suele ser bastante notable e ir unido a conductas antisociales, de aislamiento; por eso el profesor muchas veces se adelanta, ve que algo pasa y pregunta a los padres”, explica Tornel.

RENDIMIENTO ESCOLAR

Cuando la situación se estabiliza, el niño suele remontar. Pero muchas veces los efectos se prolongan. Un estudio del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia señala que el divorcio reduce de seis meses a más de un año la vida escolar de los hijos.
Pero más allá de las puertas que se les pueden cerrar en el futuro, los niños sufren el divorcio en el presente con toda la intensidad que permite su naturaleza vulnerable. Para Paulino Castells, psiquiatra especializado en temas de familia y autor del libro Separarse bien (Espasa Calpé), “el sentimiento más omnipresente en el hijo de divorciados es el de que ‘todo se ha roto’”. La tranquilidad y seguridad de la infancia o de la adolescencia, siempre que se tratara de una familia tranquila, desaparece bruscamente.
Además, recuerda Castells, “la continuidad en las funciones rutinarias que realizaba la familia cesa también repentinamente”. El hijo no sabe muchas veces qué hará mañana, ni quién vendrá a buscarle al colegio ni a casa de cuál de los dos progenitores tendrá que ir, ni a dónde irá por vacaciones… Angustia.
Más tarde llega otro sentimiento negativo: el enojo, consigo mismo y con sus padres. Y, con el tiempo, van aflorando otros sentimientos: tristeza, conflicto de lealtades…
Además, dada la indefensión a la que le pueden haber conducido los acontecimientos –especialmente cuando han sido muy traumáticos– pueden hacer del hijo, continúa Castells, “un ser más vulnerable a situaciones como, por ejemplo a la drogadicción o la promiscuidad sexual”.
En el peor de los casos, puede incluso aparecer la enfermedad: “El cuadro depresivo es la patología psiquiátrica más habitual; no obstante, dependerá en gran manera de la relación que tenían previamente los hijos con sus padres y del impacto psicológico que les haya producido la situación”, explica el doctor Castells.
En cualquier caso, un panorama desolador. “La mayoría se adapta, sí… porque no les queda otro remedio”, reconoce Castells, “habitualmente establecen unas nuevas formas de relación con sus progenitores; por ejemplo, ya no los ven tanto como padres autoritarios, sino como personas más amigables, con los que pueden reformular la relación”.
Para ello, es necesario llevar el proceso con una actitud adecuada: “Lo primero es que los niños no presencien los conflictos”, dice Ignacio Tornel. Si es completamente imprescindible gritar, mejor en una cafetería. En un contexto civilizado se puede afrontar el paso decisivo: comunicar la decisión. “Hay que serenarse y preparar bien lo que se va a decir, cuatro mensajes muy claros y positivos dentro de lo que cabe: ‘no tiene que ver contigo, te queremos muchos y estaremos siempre a tu lado cuando nos necesites’”, explica Tornel, que resalta la importancia de que sean los dos padres juntos los que anuncien la mala noticia.
A partir de ahí, la clave es evitar el conflicto: no enfrentarse en temas básico como los días que le toca al hijo con cada progenitor, quién se queda con la casa de veraneo, no utilizar al niño como arma arrojadiza… “Lo ideal es buscar siempre la vía del consenso y evitar la confrontación”, dice Tornel, “que piensen en el chaval, que es una víctima más”.

EFECTOS DEL ‘DIVORCIO EXPRESS’

– AUMENTO EXPONENCIAL. 126.952 personas se divorciaron en 2006, frente a las 32.627 que lo hicieron en el año anterior, según el Instituto Nacional de Estadística.
– PELIGRO: NAVIDADES. Las fiestas navideñas son más peligrosas de lo que podría parecer para los matrimonios. El mayor número de demandas de separación y divorcio se acumulan en el primer trimestre del año y no después del verano, según datos del Consejo General del Poder Judicial.
– NI LA MEDALLA DE PLATA. Las bodas de plata se hacen ya muy cuesta arriba. La duración media de los matrimonios que se disuelven es de 15,1 años.
– PEQUEÑAS VÍCTIMAS COLATERALES. El 51,3% de los matrimonios disueltos tienen hijos menores de edad.
– POR REGIONES. Canarias es la comunidad autónoma con mayor tasa de divorcio, un 4,31%, seguida de Baleares (3,94%) y Cataluña (3,85%).
– LA POLÉMICA. Los datos del INE, publicados el pasado mes de noviembre, provocaron una auténtica tormenta política. Las instituciones que apoyan a la familia han señalado a la ley del divorcio express como la gran culpable de semejante sangría de matrimonios.
– FORO DE LA FAMILIA. El presidente del Foro de la Familia, Benigno Blanco, apunta que, con la anterior legislación, un 30% de las separaciones terminaban arreglándose. Con la nueva, los cónyuges ni lo intentan. Blanco dijo incluso que se trata de la ley más imprudente en materia de familia en toda Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
– ACCIÓN FAMILIAR. La vicepresidenta de Acción Familiar, Teresa López, asegura que la ley desestructura y desestabiliza a la familia, porque induce a no madurar una decisión, convirtiendo al matrimonio en el tipo de contrato con mayor inseguridad jurídica.
– INSTITUTO DE POLÍTICA FAMILIAR. El IPF exige la retirada de la ley y pide volver a un modelo que proteja los derechos del matrimonio a superar las crisis con plazos de reflexión. Entre sus propuestas destacan: – Campañas de sensibilización y promoción de la familia y su estabilidad, en cumplimiento de las recomendaciones del Consejo de Europa.
             – Incrementar las ayudas que reciben las familias.
             – Elaboración de un Plan Integral de Apoyo a la Familia 2007-10, que contemple medidas preventivas, encaminadas a disminuir la ruptura
             – Una subcomisión no permanente en el Congreso.

EL VENENOSO AGUIJÓN DE LA CULPA

En algunos casos de divorcio, sobre todo cuando el hijo tiene en torno a los seis o siete años, se produce un terrible y paradójico trauma: el niño se cree culpable de la separación. El mecanismo es simple. En esa edad, la conciencia se encuentra en formación. La frase clave, que va situando en su lugar la relación moral causa- efecto, es: “Si te portas mal…” Cuando llega la separación, el niño busca en su interior la causa de ese efecto terrible. Por eso, en cualquier proceso de separación, la medida más urgente es dejarle bien claro que la culpa no ha sido suya.
Más tarde, cuando el dolor se va aposentando, el dardo de la culpa suele girar. A menudo, el hijo empieza a buscar un responsable. Y lo normal es descargar la rabia acumulada con uno de los progenitores. La relación con éste se torna muy complicada. Sólo el paso de los años, la madurez del hijo y la paciencia del padre o la madre pueden arreglar las cosas.

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