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Tocados por la tragedia

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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¿Es posible superar una tragedia como la ocurrida el pasado agosto en el aeropuerto de Barajas? Las estadísticas hablan de que un 80% de los afectados posee recursos válidos para recuperarse. Sin embargo, son los niños quienes corren mayor riesgo de sufrir estrés postraumático. Para que esto no suceda, necesitan nuestra ayuda.

Autor: Laura Gómez Lama

“Los accidentes, desastres y demás situaciones traumáticas son desconcertantes para todas las personas que se ven afectadas; pero los niños, al igual que las personas de edad avanzada o con incapacidades, pueden correr un riesgo mayor de trauma”. Ésta es la valoración de la experta en psicoterapia infanto-juvenil y especialista en psicología de urgencias, emergencias y catástrofes Mª Dolores Portela Oviedo, una de las psicólogas que recientemente ha atendido a los familiares de las víctimas del accidente de Barajas.

Estos acontecimientos tan drásticos despiertan en el niño el temor de que lo sucedido vuelva a ocurrir y de que ellos o su familia se lesionen o mueran. De hecho, a la mayoría de ellos les resulta difícil entender el daño, las lesiones y las muertes que surgen de un hecho inesperado o incontrolable.

En estos casos, la reacción del adulto es fundamental para el niño. Ya sea un profesional de la emergencia o un familiar, la forma de comunicar o de acompañar al pequeño cuando sucede un acontecimiento traumático puede ayudar a que éste se recupere más rápido y de forma más completa.

ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Vivir un acontecimiento como un accidente o una catástrofe conlleva inevitablemente la aparición de una serie de reacciones normales ante una situación anormal. Eso es lo que sucede y así debe ser cómo estas personas deben entender lo que les está pasando: son reacciones normales.

Entre las respuestas que suelen darse en los más pequeños, está la regresión en el nivel de funcionamiento. Se trata de una reacción común ante la ansiedad generada y se manifiesta en conductas típicas de una edad inferior a la que el niño posee y que reaparecen a pesar de haberlas superado anteriormente, como, por ejemplo, dejar de controlar los esfínteres.

Otras respuestas pueden ser el aislamiento; la negación o el rechazo de lo sucedido; la ira y la frustración; la ansiedad de separación; la disminución del rendimiento académico; los problemas de conducta; el juego temático recreando la situación vivida; las pesadillas; los miedos… Sin embargo, todas estas manifestaciones son respuestas normales ante la situación vivida y hay que dejar pasar un tiempo para que, poco a poco, el niño vaya recuperando la normalidad.

No obstante, habrá que estar alerta ante posibles signos de alarma que requieran ayuda profesional. La principal diferencia entre lo normal y lo alarmante está más en el grado que en la clase, es decir, las respuestas se convierten en graves cuando se llevan al extremo: recuerdos angustiosos, recurrentes y obsesivos sobre el accidente, reescenificación continua del accidente…

CÓMO AYUDARLE
Ante la exageración de una conducta conviene tomar medidas, pero el principal factor de ayuda es facilitar la expresión de las emociones y permitir que se sucedan las reacciones normales.

La especialista Mª Dolores Portela recomienda a los familiares “conocer las reacciones del niño; escuchar y aceptar sus sentimientos; dar respuestas sinceras, simples y cortas, y asegurarse de que las entiende; usar palabras que no confundan al niño; darle oportunidades para que hable con otros niños sobre ello; ofrecer modelos de afrontamiento; mantener las rutinas familiares; hacer que el niño repita declaraciones que refuercen su creencia de que ha sobrevivido al trauma y puede afrontar las consecuencias, como ‘puedo seguir adelante con mi vida y obtener apoyo de la gente que se preocupa por mí’; y, por supuesto, darle cariño y apoyo”.

EN FUNCIÓN DE LA EDAD Y MADUREZ DEL NIÑO
La edad del niño determina tanto la capacidad de comprensión como sus habilidades de control de la situación. “A mayor edad, mayor capacidad. No obstante, cada edad tiene su peculiaridad y sus propios recursos de afrontamiento”, comenta la psicóloga infantil y emergencista Mª Dolores Portela. 

1. De 0 a 2 años. En esta primera etapa, cualquier cambio repentino unido a la separación de sus familiares puede provocar una reacción emocional fuerte. Asimismo, aún no existe el concepto de muerte, por lo que la pérdida de un ser querido se vive como un suceso inmediato, no a largo plazo. En estas edades es importante prestar atención a la comunicación, ya que aún no han desarrollado las habilidades lingüísticas suficientes para comunicarse verbalmente.

2. De 2 a 7 años. Existe mayor capacidad de comprensión y de control sobre las situaciones, a la vez que un desarrollo importante de la fantasía y de las ideas erróneas sobre distintos sucesos. Asimismo, la muerte se concibe como un estado temporal y reversible, consecuencia de cualquier incidente previo, como una riña o un mal gesto, por lo que el niño puede sentirse culpable de lo ocurrido y es importante que aclarar las dudas que nos plantee, prestando atención a la información que les damos para que no se creen ideas equivocadas.

3. De 7 a 11 años. Los niños son más flexibles en su forma de pensar. La capacidad de razonamiento está más desarrollada, lo que hace que el pensamiento influya sobre la emoción. Comienzan entonces a entender que la muerte es irreversible y les preocupan más los cambios que se van a producir tras ella. Tienden a ver el mundo desde su propia perspectiva, en términos de blanco o negro, y valoran mucho la justicia y la moralidad. Por todo ello, hay que procurar transmitirles sensación de seguridad y control sobre la situación, dando alternativas y permitiendo que sean ellos los que lleguen a la solución más adecuada.

4. A partir de los 11 años. Los adolescentes ya tienen desarrollada la capacidad de reconocer, comprender y resolver lo que les ha sucedido. Ven la muerte como irreversible, universal y personal. Sin embargo, la supervivencia al desastre puede producir cierta sensación de inmortalidad y llevarles a comportamientos imprudentes, aunque también pueden sentirse inseguros y tener reacciones intensas de las que son de hablar con la familia.


Mª Dolores Portela Oviedo, psicóloga infanto-juvenil especialista en urgencias, emergencias y catástrofes

“LOS NIÑOS DEJAN DE VER EL MUNDO COMO UN LUGAR SEGURO”

P. ¿Cómo has vivido la experiencia de tratar a las víctimas del accidente que sucedió en Barajas?
R. Trabajar con familiares de las víctimas siempre es una experiencia que produce una doble sensación: por un lado, empatizas con ellos, sientes su dolor y su pena; pero también sientes la satisfacción de poder ayudarles y acompañarles en tan difíciles momentos. No deja de sorprender que aún entonces te lo agradecen.
P. ¿Cuándo es más importante la ayuda psicológica, en el momento o al regresar a la rutina?
R. El modo de informar a los niños y de acompañarlos es importantísimo en estos casos, por lo que todo el personal de emergencias (médicos, bomberos, policía…) debe tener nociones de comunicación de malas noticias y ‘primeros auxilios psicológicos’, pues el afrontamiento y la recuperación posterior dependerán en gran medida de ello.
P. ¿Y las secuelas?
R. Las estadísticas hablan de que un 15% o 20% de los afectados presentarán secuelas patológicas, por lo que hablamos de que un 80% de esas personas posee recursos válidos para afrontarlo.
P. ¿Un psicólogo no especializado puede formar parte del grupo de psicólogos voluntarios?
R. Cada vez se tiene más en cuenta nuestra función y existen diferentes organismos que requieren nuestra figura como especialistas en este área. Sin embargo, en accidentes como el de Barajas es necesario recurrir a colegas voluntarios. En todo caso, creo que es fundamental una buena formación en psicología de la emergencia para poder actuar.
P. ¿Los niños superan con mayor facilidad las tragedias?
R. Los accidentes, desastres y demás situaciones traumáticas son desconcertantes para todos los afectados, pero los niños y las personas de edad avanzada o incapacitados, corren un riesgo mayor de trauma. Hay que desmitificar la idea de que los niños no sufren tanto como los adultos, que lo olvidan y se recuperan antes.
P. Cuando sucede algo así y te envían a atender a un niño, ¿cuáles son las pautas a seguir?
R. Una vez informado de lo sucedido, la función del psicólogo emergencista es la de proporcionar ‘primeros auxilios psicológicos’, ayudar a las víctimas en el momento y protegerlas de un trauma posterior. En el caso de los niños, es importante cuidar el comportamiento no verbal, pues lo identifican mejor que los adultos. Hay que intentar ser coherente entre lo que se dice y lo que se transmite con muestras de confianza y serenidad. Por otro lado, conviene dar la información cuando él esté preparado para comprenderla, escucharle sin juzgar ni criticar y ayudarle a identificar y validar sus reacciones emocionales. No se trata de llevar a cabo una sesión terapéutica in situ, sino de apoyarle.
P. ¿Qué es el duelo traumático?
R. Surge principalmente por la forma en la que se comunica la mala noticia, sea un fallecimiento o daño físico, unido a cómo lo viva el entorno del niño y a qué nivel se le permita expresarse. Nunca se debe ocultar la muerte, lo que sí es importante es que la información venga de un allegado orientado por un psicólogo en este asunto y en los que puedan surgir después. Tampoco hay que dilatar el tiempo ni mentir; si no se sabe cómo explicar algo, confesarlo; no usar eufemismos como ‘se ha quedado dormido’; no dar falsas esperanzas; y expresar sin miedo las emociones de pena o tristeza delante del pequeño.

 

 

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